La condena de la no-violencia

Violencia.

Qué mala relación tenemos con esa palabra. En concreto más que mala, la relación es de negación, ocultación y vergüenza.

Yo hace muy poquito tiempo que me he atrevido a recuperarla, sacarle el polvo y mirarla a los ojos. Para ello no he ido al diccionario, que parece lo típico a hacer para perdonar a una palabra. Investigar sobre su etimología y convencerse de que en origen «no era mala». Primero: mala ¿Qué es malo? Aquello que nos daña, dirán algunas (y algunos) Claro! entonces cuando te limpias una herida y duele, es preferible dejarla sin limpiar… (no estoy haciendo demagogia, aunque confieso que se me da muy bien) Lo que quiero señalar aquí es que no hay nada malo por sí mismo. Lo que hay es una percepción. Y ¡ojo! que sea una percepción no le quita mérito. Yo me estoy reconciliando con la violencia. Sí. Unos meses atrás yo era una mujer que negaba contundentemente el espacio de acción- reflexión (que también lo tiene) de ésta. Confieso (cómo me gusta confesar!) que en la práctica siempre he tenido una relación más íntima con la violencia de la que predicaba. Es posible que viendo lo visto, viviendo lo vivido, la violencia me fuera un recurso (entre comillas) fácil. Aunque no nos engañemos, para las mujeres la violencia exteriorizada no es tan sencilla. En cambio la violencia interiorizada o autoejercida es una amiga fiel. Yo me río (con cariño) cuando una amiga se asusta por alguna de mis reflexiones (ahora las expondré) sobre la violencia, mientras mastica un insípido apio prescrito por su dietista. Me río por no llorar (con cariño, sí). Tenemos un velo bien espeso para distinguir lo que es violento y lo que no lo es. Dice Diana Sartori en su artículo «La tentación del bien» para Diotima en el libro La mágica fuerza del negativo:

«Dicho sin medias tintas: esto ha permitido a las mujeres mantenerse al lado del bien, imaginarse en la inocencia, borrar lo negativo y atribuírselo todo al mundo de los hombres. Así no se ha manejado lo negativo, pero se ha manejado el patriarcado, que se hacía cargo de lo negativo, proporcionándole además apoyo reconfortante de la custodia de un seguro «refugio en un mundo despiadado», permitiendo que continuara, precisamente siendo despiadado»

Es decir, que a la mujer se nos y nos hemos puesto en el lado del bien. Muchas hemos creído que nos pertenece por código sexual. Entre ellas yo que en este artículo escrito hace tiempo, perdí algunas amigas y gané algunas simpatizantes (esto ocurre cuando una dice lo que siente: perder y ganar) Digamos que de entonces a ahora he cambiado en la reflexión sobre el discurso positivista feminista. He cambiado porque he percibido algo más que se me escapaba. Y es que la violencia nos es propia como lo es para los hombres. Lo que ocurre que la mayoría, por términos de represión aprehendida (ésta es de las peores porque tiende a creerse que es por elección natural y propia), hemos ultradesarrollado la violencia hacia nosotras mismas. Que nadie se confunda y se crea masoquista (que podría ser en el caso de alguna, pero no en general). Lo que ocurre es que culturalmente hemos interiorizado el siguiente reparto: una sonrisa complaciente para los demás y una afilada angustia vergonzosa para nosotras mismas. Ya que nosotras somos las responsables, por naturaleza, de propiciar la armonía cósmica. Esto es mentira, y además es una mentira que nos vulnera.

Por un lado hemos de definir armonía. Podemos coger diccionarios o mejor aún podemos reflexionar sobre lo que significa para nosotras. En mi caso armonía es el equilibrio entre dos fuerzas. Con lo que la armonía no puede ser polarizar todo al bien (¿Qué es el bien? Podemos decir que aquello que genera bienestar. Definición hedonista pero es bastante generalizable) Como mujeres no podemos estar en esa armonía (por cierto ¿Quién nos dice que es lo deseable?) si vivimos edulcoradas. De hecho nuestra armonía no es real pues vivimos temerosas del «mal» y con ello afincadas en esa ocultación del «mal» que también reside en nosotras ¿Qué el mal reside en mí? Ni que fuera una peli de terror. No. La cuestión es que dentro de una ocurren pensamientos y sentimientos relacionados con el «mal» (envidia, codicia, luuuuuujuría, etc.) que son igual de propios y naturales que los del «bien» (alegría, generosidad, altruismo, etc.) Nuestro problema es que creemos que los primeros (los del «mal») nos son ajenos y que han de ser sublimados. Al ver lo imposible que es dejarlos atrás, tendemos a ocultarlos, maquillarlos, engullirlos y demás acciones que todas mejor o peor hemos hecho. Esta tentación del bien es producto cultural de nuestra herencia judeocristiana. Es más, si las mujeres eran las garantes de la bondad y los buenos haceres (luchando eso sí, siempre, contra su cuerpo pecaminoso y manchado por sus fluidos y locuras emocionales) se convertían en aquellos remansos de paz a los que siempre volver después de la batalla (masculina). Por tanto ellas, de nuevo, pasaban de ser personas a ser lugares comunes ¿Cuántas mujeres, durante las guerras, son violadas y tras ésta, sus hombres y familia, si se enteran (porque lo ocultan), dejan de verlas como el «lugar sagrado» que fueron? De hecho las violaciones sistemáticas a mujeres y a  niñas en las guerras tienen su fundamento en esta profanación de la tierra sagrada de los hombres del país [Si os interesa este tema echad un vistazo a esta película] Siguiendo con el ejemplo para llegar a donde quiero que vayamos, cuando las mujeres han sido violadas en «tiempos de guerra» las familias (también mujeres, sí) con sus hombres de vuelta (ellos serán siempre héroes) les exigen respuestas. Les piden haberse defendido y haberlo impedido pero me pregunto yo ¿Cómo defenderse si nunca nadie nos enseñó? ¿Cómo utilizar la violencia si nos educaron creyendo que estábamos libres de ella? ¿Cómo asustar al enemigo si no nos ve como sujeto, sino como mero lugar común de unos cuantos hombres sin rostro pero sí con patria? y ¿Cómo hacer todo esto si alardeamos «estar por encima»? Porque, queridas, en algún momento la violencia es necesaria.

«Ojo por ojo y el mundo se quedará ciego» Una frase con sentido pero no podemos (si queréis sí, eh?) quedarnos aquí. Hay momentos en la vida que por mucha luz dorada que envíes a la tierra o a esa persona que te hace daño, una ha de actuar. Confieso (os he dicho ya lo que me gusta confesarme con vosotras) que muchas veces me he quedado en una acción pasiva de enviar amor con el pensamientos mientras mi intuición me gritaba que estaba siendo una estúpida condescendiente y una cómoda individualista de tres pares de narices (sí, mi intuición grita que no veas). Sin ir más lejos me ocurrió hace una semana. Salía yo de las clases de escritura. Por el camino iba escuchando música (ahora escucho a Lana del Rey sin parar, como una cría) y de repente, frente a Plaça Catalunya vi a un chico de mi edad, tirado en el suelo, abrazando a un perro. Ambos tenían una carita de aflicción descomunal. a su lado un vaso transparente y roto de plástico con apenas 20 monedas de 2 céntimos. La estampa se me clavó en la retina. Mi primer impulso fue acercarme a abrazarle (sí, me pasan estas cosas) pero no lo hice. En su lugar seguí caminando Era la inercia de mi indiviadualismo que me llevaba al ferrocarril. Seguía caminando cada vez más cabreada con esta reacción y esta falta de coraje ¿Por qué no me acercaba a él y le preguntaba qué necesitaba? Pues porque eso implicaba establecer una relaci
ón con alguien y yo tengo dificultades para este tipo de asuntos (aunque no lo parezca). La historia es que me dio por pensar «Mándale mucho amor» y de repente mi intuición me soltó «anda bonita mira que no eres lista! Ese chico lo que necesita es afecto no que, en tu egoísmo pseudomístico, le mandes amor ni mariposas de colores. Mueve el culo y comprométete con la acción» Me quedé sin argumentos. Asumí mi falta. Sopesé mis capacidades y como ya no lo tenía enfrente (si una se aleja es más fácil pensar en tonterías) me fui a casa. La cuestión es que yo en ese acto me moví desde mi parte oscura. Creí estar posicionada en el «bien» pero en realidad me quedé amodorrada en mi racionalismo y en mis excusas baratas (algunas me costaron dinero, por eso de haber hecho cursillos para todo. Hace tiempo que deje el vicio). A veces, las mujeres (algunas) creemos que ese limbo del no-bien pero no-mal es un lugar seguro. Esto en realidad es un paso en la sombra. Es ¿malo? No. Simplemente Es. La cuestión es reconocer que habita en una y después ver qué hacer con ello.

Continúo. La acción de someterse a dietas continúas para gustar a fulano y mengana, es violencia. La acción de tener la regla y obligarse a continuar e incluso superar el ritmo de trabajo, es violencia. La acción de dejarse hacer por el otro en una relación sexual que no te apetece, es violencia. La acción de ir a casa de tu suegra estas navidades, mujer con la que llevas una relación de humillación continua (no es mi caso. Yo amo a mi suegra), es violencia ¡Erika, exagerada! No. Ni un poco. Ir en contra de lo que una desea y someterse a la orden real o imaginaria de otra persona, es violencia. Y de ese tipo de violencia nosotras la ejercemos casi cada día. Comerse el filete con nervios, es violencia. Sí, lo hemos aprendido de nuestras madres. Y ellas de nuestras abuelas. Una espiral de autoviolencia de la que yo, y sólo yo, soy responsable a la hora de salir. Pero no nos engañemos, esta violencia es más peligrosa que aquella de la que tanto renegamos y tan ajenas nos dibujamos. Por otro lado, nosotras también somos violentas con otras personas. Un caso de violencia que me enferma es la hipocresía femenina como la nombra Diana Sartori. Ésta es vástaga de la «tentación del bien». Como no nos permitimos «el mal» y como éste se obceca en ser, tendemos a ponerle mil disfraces, a cada cual peor. De nada me sirve el declamar «Yo soy pacifista. Todas las mujeres son mis hermanas, bla bla bla» mientras tengo, como diría mi padre «detalles golfos» con mi vecina de al lado. La historia aquí no es dejar de tener detalles golfos con la vecina. La cosa es reconocer que la vecina te despierta instintos asesinos (ya pasa, ya. En las mejores familias pasa) y abandonar la historia imaginaria de que una es pacifista o es hermanita de la caridad. Esta hipocresía con nosotras y entre nosotras nos lleva a callejones sin salida y en mi caso, y de manera muy personal, a volverme loca de la mala leche que produce. Nosotras también portamos el gen de la violencia. No se quedó en el cromosoma Y. Que habite en nosotras, tampoco es fruto del patriarcado ¿En serio creemos que en las mujeres recolectoras-cazadoras no había ni una que se cagase en su madre si tenía que hacerlo? Tenemos una manera curiosa de pintar el pasado y es pintarla del color de nuestros sueños, no del de nuestra realidad. Como yo no conozco a ninguna que tenga ahora 15.000 años (no tengo el placer de conocer a una cazadora- recolectora de las cavernas) puedo lanzar hipótesis pero basadas en mi instinto femenino y no tanto en mi cultura de mujer (aunque no puedo separarlas). Una de ellas es que toda mujer tiene capacidad de marcar límites de un modo más o menos feroz. Sirviendo éstos de mediadores para la conservación de su vida y la de las crías. De hecho intuyo que si no nos hubiésemos comido el cuento de las «mujeres bondadosas» el famoso patriarcado no habría tenido lugar. Una mujer en armonía (equilibrio entre las fuerzas positivas y negativas) no deja su vida en manos de nadie (ni hombre, ni mujer) y menos la de sus crías. Esta maldita tentación del bien nos ha llevado a un estado de sumisión tal que, unas mueren (literalmente) por ella y otras agonizan a su cuenta. La violencia es una reacción ante la posible pérdida o deterioro de la vida propia o ajena (de las crías, de la familia y de los seres más cercanos. Las más altruistas sienten como propia la vida de lxs que no tienen un vínculo directo con ellas). Renunciar a esta acción, es renunciar a vivir la vida desde toda su potencia. Potencia luminosa y potencia oscura. Ambas son indisociables. Aferrarnos a una nos ha roto. O la damos espacio o seguiremos en ese perjudicial limbo. Creernos por encima de El Mal, es una arrogancia que nos pasa siempre, siempre, factura.

A continuación, y como co- reflexión comparto con vosotras dos artículos que me han gustado e inspirado para este artículo.

 

El coño huele a coño en el diario.es

25N. Si me pegas, te mato en el blog Algo pasa en Kamchatka

Si os incomoda algo de lo leído (escrito por mí o por estas mujeres), me alegro. Porque es la molestia la que nos hace cambiar el rumbo. 

Crazy Feminazi, de Ana Elena Pena

Un ejemplo creativo de cómo jugar con esa violencia negada

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Conocerte es vivirte. Vivirte es amarte. Amarte es ser libre.

 

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