Cuando se acaba un año una se pone a recordar. Lo bueno de tener varios blogs es que sepuede ir a ellos y leerse de nuevo. Con ojos nuevos, con labios tiernos… Así recupero hoy este artículo que escribí en noviembre de 2010 en mi blog almadedoula. A unas horas de los 29, una se da cuenta de que hay sentimientos que permanecen intactos.
Aquí os dejo con » Yo amo a mi vulva«
Mi sexo es mío. De nadie más.
Yo descubrí el placer cuando era muy pequeñita, creo que, como muchas niñas, investigué mi cuerpo hasta encontrar “la tecla”. Recuerdo que esto ponía nerviosos a mis padres y les entiendo muy bien. Mi madre, como muchas madres, se crió en un ambiente en el que “tocarse” era sucio, era malo, era el camino directo al infierno. Sé que la historia hubiera sido diferente si hubiera sido un niño. A día de hoy que un niño se masturbe puede suscitar alguna risa nerviosa pero sus padres no se sentirán tan incómodos (seguramente algún padre se sentirá orgulloso) como si fuera una dulce niña de bucles dorados que se pasa todo el día “jugando” con su osito de peluche (en mi caso era un dragón rosa).
Bien, creo que un embarazo sano pasa por una sexualidad sana y ésta pasa sin lugar a dudas por una autoexploración sin tapujos, alegre y llena de fantasía. Ésta es la exploración típica de los niños y niñas en edades tempranas. ¿Quién de nosotras no descubrió lo que le diferenciaba de los niños con su hermano o primo? ¿Quién no se dio sus primeros magreos con su amiguita, vecina o prima? La cuestión es que en nosotras no había malicia ni pecado, pero sí en los ojos atemorizados de nuestros padres. Y esto es lo que nos hizo sentir sucias, porque además “una niña no tiene deseo sexual” porque tooooodo el mundo sabe que el apetito sexual es propio de los niños o futuros hombres (por supuesto heterosexuales!). Las mujeres no sentimos ni padecemos hasta que encontramos a nuestro príncipe azul con un magnum 45 entre las piernas y nos lleva a la isla del placer, en la que sólo podremos estar si vamos de su mano.
Es curioso pero yo siempre sentí que hacerme el amor a mi misma me daba muchas más satisfacciones que algunos encuentros fortuitos en la tercera fase. Lo cierto es que hasta hace muy poquito no pude abandonar la sensación viscosa y oscura que me invadía cada vez que acababa de llevarme yo solita al séptimo cielo. Siempre me sentía sucia, culpable como si estuviera traicionando a mi pareja, a mis padres y a la humanidad entera. Todo por ser mujer y tener apetito sexual, todo por disfrutar conmigo de mí… porque claro eso las mujeres decentes no lo hacen… y bastante racioncita de “fresca” y “rarita” tuve yo en mi adolescencia.
Ahora me siento muy feliz al conocer estudios que demuestran que un autoconocimiento profundo y satisfactorio de mi cuerpo de mujer aumenta mi autoestima y me protege de dependencias tan dañinas como la de la búsqueda perpetua del príncipe azul o la de entregar mi cuerpo a los médicos el día que vaya a hacer algo tan natural y sexual como parir.
Mi sexo es vital para mi. Es centro de poder y sabiduría. Es el epicentro del placer. Es mi cálida cueva a la que sólo permito entrar a quién yo quiero y en la que juntos podemos disfrutar. Es mi lugar sagrado, mi templo. Mi vulva es preciosa, tal y como lo es mi vagina. Ambas son activas, como activos son mis pechos, como activas son mis sinuosas caderas. Nada en mi cuerpo de mujer es pasivo y destinado a ser activado por manos ajenas.
Sin duda amarme cada viernes por la mañana es uno de los mayores regalos que puedo darme sin coste alguno.
El placer comienza con una misma y después se puede compartir (si se quiere). Es precioso reconocer nuestro potencial y sonreír a la mujer ruborizada y acalorada del espejo 😉
Feliz re-encuentro, hermanas!!