A mí me gusta Skrillex (y bebo vino del bueno)

Sí. Me gusta. Es posible que no sepáis quién es por eso antes de seguir escribiendo os dejo el video de una de las canciones que más me gustan.

Bien, ya lo habéis escuchado. Visto no porque no sale, pero seguro que os pica la curiosidad y queréis googlearle. Adelante.

Ya lo tenéis, ¿verdad? Pues entonces, sigo.

Me gusta Skrillex. Me atrapa Lana del Rey. Me flipa Marylin Manson. Soy archimegafan de Guns ‘n Roses. Adoro Rammstein. Soy devota de Emilie Simon. Justice  me sacude las penas. Camarón, Lole y Manuel me erizan el alma. Me declaro amante quinceañera de Damon Albarn. De mayor quiero ser como Shirley Manson. Liszt me cautiva. Mi infancia pertenece a Freddie Mercury. Soy una friki de los Beatles y de los Rollings. En la barriga de mi madre me maceré a fuego lento con el disco Aqualung de Jethro Thull. Robyn y Yelle me ponen (sí, lo que leéis). Sigur Rós me abre las puertas del cielo. Nacho Vegas me devuelve el sentío.

Y un largo etcétera pero, como muestra, creo que es suficiente. Os preguntaréis ¿Qué significa esto? (Igual no, igual veis ya por dónde voy u os pica la curiosidad y queréis daros un viajecito por los paisajes musicales que he descrito) Bien, lo que yo quiero con esto es mostrar como nunca he sido lo que una se puede esperar. Hace mucho tiempo que supe que yo era como una mantita de patchwork, hecha entera de retales diferentes pero que juntos tenían sentido, cobraban dimensión y valor. Por aquel entonces no tenía ni idea de que en mí habitasen 4 mujeres. Es más, tanta explosión de gustos diversos y contrapuestos me hacia sentir fuera de lugar. En una sociedad en la que se vende el para toda la vida y el nunca jamás, las personas como yo no tienen mucho espacio. Recuerdo en una fiesta noctámbula en casa de mi amigo Peter, al verme triste por sentirme tan fuera de lugar,  me dijo: «cielo, eres demasiado rockera para ser moderna y demasiado moderna para ser rockera» Aunque os pueda sonar una frase de serial americano, esa frase me hizo darme cuenta de que yo siempre he caminado por esa delgada línea que separa mundos. Son mundos antagonistas porque otros (quizás, otras) los crean así. Definen sus marcos y en lugar de permitir los relingos, los censuran e incluso castigan. La famosa tierra de nadie no es apta para cobardes.

Quizás estéis pensando que hoy tengo el día melancólico y que me apetece contaros mis batallitas juveniles con eso de que este año dejo de ser veinteañera. Pero nada más lejos de la realidad (¡cómo me gusta esa expresión!). Lo que yo quiero es contaros en un breve resumen parte de mi génesis para poder llegar al siguiente punto. Continúo.

Cuando comencé mi formación de doula, allá por el 2008, abandoné totalmente mis discos oscuros, mis ojos pintados de negro y mis fiestas modernistas. Renegué de mi pasado y de todo lo que me había llevado allí. Comencé a comer comida ecológica, hice un corte de mangas a la medicina alopática (la de toda la vida), cambié mis vaqueros rotos y mis chaquetas de jóvenes diseñadoras, por ropa multicolor y ecológica. Me alejé de mis amigas y amigos y creé un nuevo círculo. Mi pasión por el jamón ibérico de bellota cambió por una nueva (e insípida) pasión: el seitán con queso. Me dediqué con todas mis fuerzas a tratar de ser madre y a acompañar a madres (entonces no sabía que eran mujeres). Los Beastie Boys dieron paso a los mantras. Los cuarzos decoraban mi sala de estar. Cambié a mi ambiguo dios por una definida diosa. Si me enfadaba con alguien, respiraba hondo y decía «esa persona en realidad está en un momento de su vida en el que no es capaz de ver. Lo siento, perdóname, te amo, gracias». Entonces creí haber encontrado EL CAMINO. Yo venía de mi infierno particular. Había pasado por una crisis de ansiedad y agorafobia que me había mantenido en casa 8 meses. Entonces creí que para mí la luz, era crear una nueva versión de mí.

No podía estar más equivocada. Lo que yo hice fue renegar de mí. De lo que era en la oscuridad ecléctica de mis días. En esa supuesta oscuridad de gafas de sol a las 8 de la mañana arrabaleando por el Raval barceloní, también había mucha luz. En mi desesperación, huí. Muchas veces hacemos esto por mero pánico. Algo o alguien no hace creer que nuestra vida está contaminada y que en sus manos se guarda la solución a todos nuestros problemas. Una ve caras felices, abrazos dulces, sonrisas cómplices y piensa que por fin ha encontrado su lugar. Nada más alejado de la realidad (cómo repito esa frase hoy ¿eh?). En esa tierra prometida hay agujeros negros que pueden llegar a absorber y atrapar sin que nos demos cuenta, especialmente porque los negamos. La negación es la manera de refugiarnos del huracán que nos espera. Ya que volver a experimentar que no hay nada nuevo bajo el sol, que no hay nada fuera que pueda traer la paz a mi mundo caótico, nos hace temblar y caer pero, ¿qué pasa si caes de nuevo? Pues como decía Cortázar:

Si te caes, te levanto. Y si no, me acuesto contigo

No pasa nada. Porque caerse es lo propio de la vida. El caos es el orden de la vida. Por mucho que respiremos profundamente el dolor no desaparece. Por mucho que comamos tofu, la ansiedad sigue ahí. Y con esto no digo que tomar conciencia de la respiración o de una nutrición más equilibrada sea baladí. En absoluto. Creo que todo aquello hecho con el fin de llenar el vacío existencial puede llevarnos a situaciones incoherentes y muchas veces absurdas. Nos lleva a menudo a delegar nuestra responsabilidad con nuestra vida. Comenzamos a tener maestros/as de tal o cual cosa que nos dicen cómo vivir porque, en el fondo, vivir nos asusta. Creemos que esos y esas maestras no temen, no padecen, no cagan porque no nos dejan ver lo carnalmente humanas que son. Empezamos a idealizar y olvidamos que como humanas somos más parecidas  a un donut que no a un pastelito relleno de chocolate. Como las rosquillas tenemos un vacío, un agujero por el que la vida pasa y ocurre sin poder controlar el viento que levanta a su paso. Ese agujero llamado vacío existencial no es malo. Simplemente es. Cuando una sabe esto, es más dueña de sí y abandona la estéril tarea de rellenarlo. A la vez abandonamos el absurdo hábito de idealizar a la otra. Cuando idealizamos estamos haciendo un flaco favor a la persona que admiramos. Le colmamos de todos los atributos que creemos no tener nosotras y esperamos que los cumpla según nuestro plan mental. Evidentemente la otra persona ni tiene esos atributos ni actuará según el plan. Es posible que algunas y algunos traten de hacer que lo hacen, es lo que muchas llamamos «gurús». Es una práctica que a mí no me gusta y entre risas y críticas irónicas, acepto. Pero tanto la persona que idealiza (sujeto) como la persona idealizada(objeto) viven en un engaño que sólo producirá frustración para ambas partes. Además de una merma gigante de libertad. (Atención que la persona idealizada deja de ser sujeto para convertirse en objeto de quien la idealiza. Mientras que la persona que idealiza se pone en una situación de inferioridad importante, al no reconocer esos atributos como suyos).

Y es aquí donde llego a la clave de la entrada de hoy: la tendencia de algunas de vosotras a idealizarme, de atribuirme rasgos, gustos, costumbres, pensamientos, acciones y creencias que no van conmigo ni son yo. No es una reprimenda ¿eh? Que yo entiendo el porqué de idealizar. Cada vez que escribo me expongo y al exponerme, sólo muestro partes de mí, que por muy complejas que sean siempre son completadas en vuestra cabeza con lo que cada cual quiera sumar. Pero después de ciertos encuentros reales y virtuales deseaba poder reflexionar con vosotras sobre ello. Os confieso que hace unos años yo me negaba a mostrar mi oscuridad. Fue hace relativamente poco que comencé a retomar mis buenas costumbres. Mantuve algunos de los nuevos hábitos, pero muchos de los antiguos felizmente volvieron. Así que poco a poco dejé de avergonzarme por cocinar escuchando a Frank Sinatra y bebiendo una copa de buen vino (soy algo snob, sí). Digamos que me he integrado de nuevo, sin culpa alguna y deseo así mostraros ambas caras de las 4 mujeres que soy. Así que cuando me decís que os parezco muy joven para trabajar con mujeres sobre estos temas o cuando me confesáis con carita de vergüenza que os parecía un pelín frívola o quizás un tanto esotérica o puede que una racional burguesa o una hippy comeflores o una hipster gafapasta, yo no dejo de reírme porque he roto todas vuestras expectativas. Hemos conseguido (las 4 que somos) mover los cimientos de lo esperado. Vuestra capacidad de asombro y mi facilidad para causarlo es la clave para generar un espacio entre los prejuicios y poder, así, ir más allá. Yo deseo que nos encontremos ahí, en esa tierra de nadie que es la tierra de cualquiera lo suficientemente valiente como para dejarse asombrar y permitirse asombrar al resto.

Y bien, aquí termino. Esto es lo que hoy me apetecía compartir con vosotras. Yo como todas tengo miedos, grito, me salen granos, ando estreñida, me peleo con los imposibles paquetes de galletas, dudo, sudo, tiemblo, me pierdo. Y por eso no soy menos estupenda. Como vosotras soy muchas en una y orgullosa de poder mostrarlo para que podamos vivirnos con mayor placer, que a diferencia de la paz, no es un concepto si no una experiencia que colapsa, eriza, engancha, se derrama. Fluctúa como la vida y no pretende.

Una foto de servidora, ese patchwork humano.

*Aquí tenéis la música con la que he escrito hoy.

Día 7: fase preovulatoria

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Conocerte es vivirte. Vivirte es amarte. Amarte es ser libre.

 

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