Hay palabras que se quedan atascadas porque hay emociones que temen tomar cuerpo. Se atoran en la garganta y tiemblan, como perrillos indefensos. No se sienten autorizadas por la lengua que ha de pronunciarlas. Esto es lo que me ocurre esta noche. Noche de domingo en la que no puedo ni quiero ocultarlas.
Hoy ha sido un día duro. Ayer por la noche me hinché a llorar porque mi situación personal- profesional se erosiona. Os confieso que estoy buscando las palabras para expresar con claridad aquello que me mantiene despierta a eso de la 1 de la mañana. Hablo de la frustración por sentir la precariedad. No hablo de la crisis que nos coge y nos retuerce. Hablo de la no reciprocidad. Hablo de sembrar otro modo de vida y de gestión (desde el cuerpo de mujer con perpetua autocrítica) entre mujeres y sentirme en el abismo. Hablo de como entre nosotras, nos vamos abocando al fracaso. Pero no hablo del fracaso creativo, hablo del fracaso emotivo, al que va a la raíz y la come como una termita.
Me explico mejor:
Llevo 3 años dando vida a el camino rubí. De esos 3 años llevo casi 2 años dedicándome en exclusiva a él (a vosotras). El camino es apasionante pero a nivel de recursos personales, capitales y de tiempo/espacio es una negociación continua entre lo que eran mis principios de principiante y lo que son las necesidades prácticas.
Yo no soy una mujer acomodada. Ni mi origen ni mi situación económica es ésa. Lo aclaro porque sé que es uno de los tópicos que caen sobre mi imagen (especificada en el último post). No tengo orgullo obrero ni aspiración burguesa. Yo soy una mujer que desea vivir creando. Punto. Siempre me he dedicado a apostar por mi deseo y por el deseo de quien me rodea. Emprender fue una necesidad de mi deseo más íntimo. No me arrepiento ni un poquito. Hace un tiempo (lo comento en el capítulo Emprender en Femenino de mi libro) le pregunté a una de mis maestras del máster de Duoda si conocía a una mujer que hubiera emprendido en femenino (es decir, desde su cuerpo y más allá del patriarcado y sus aspiraciones) y había tenido éxito (éxito en femenino, que no es que haya sólo uno pero es que es un éxito diferente al masculino patriarcal que es el habitual). Ella pensó mucho y no pudo decirme ni un sólo nombre. Yo me quedé con esa espinita e investigué (siempre investigo cuando no entiendo). No hallé a nadie. Todas las emprendedoras que decíamos estar satisfechas con nuestra labor, nos sentíamos infravaloradas y viviendo en estados de precariedad (que no es incertidumbre, pues todo es incertidumbre más aún si eres emprendedora). La precariedad tiene nombre de mujer. Es una realidad ineludible. Lo gritan las cifras y lo sentimos en nuestras carnes. Da igual que trabajes en una fábrica, que cobres el paro o que seas productora ejecutiva de La Sexta. Por aquel entonces yo creía que esa situación venía de las grandes empresas. Pero con el paso de los meses fui dándome cuenta de una realidad que no me gustaba nada. Fue un email el que me dio el toque de alarma. Hablé con mis amigas, muchas emprendedoras ,de lo que había comenzado a percibir y todas me dieron la razón: somos nosotras, como usuarias, las que no nos apoyamos. Sí. Como leéis. De manera cultural hemos aprendido a que si te dedicas a hacer lo que amas, no has de cobrar. Si alguna mujer ofrece un servicio/ producto hecho desde su disfrute, que cobre es una canallada. El dinero es sucio, entonces ¿por qué lo piden esas grandes mujeres? Sí. Esta idea injusta y absurda late en la cabeza de muchas (en mí también latía). En el capítulo de mi libro (no estoy haciendo autopromo, lo juro) donde hablo de las mujeres y nuestra relación con el dinero, avancé cómo entre nosotras nos anulamos e impedimos que proyectos en femenino perduren en el tiempo. Es feo decirlo. Es feo que yo lo escriba. Pero lo siento necesario. Por cultura capitalista consumista (por mucho que creamos estar fuera, estamos dentro. Creerse fuera es una ilusión que puede (auto)dañar) buscamos los precios más bajos y la «mejor» calidad. Nos gustan las cosas/servicios artesanales pero las queremos a precio de Mercadona (detesto hacer publicidad al Sr. Roig). Confundimos como dice el gran Machado valor con precio. Así que en lugar de considerar que el dinero en manos de mujer puede marcar la diferencia y generar un cambio, lo que hacemos es emplearlo del modo en el que el patriarca nos enseñó: buscar los precios más pequeños, obviar la calidad, poner al marido e hijos primero y si nos apetece mucho algo, dejarlo para el final. Usamos el dinero con asco y rabia. Lo valoramos capitalista, patriarcal pero no nos damos cuenta de que cuando está en nuestro poder lo movemos a SU manera.
Desde hace un tiempo comencé a verlo de otro modo. A darle una vuelta de tuerca.(Emprender me sirve para mucho, en especial para resolver mis asuntos con el dinero.) Pensé en que no creo que la revolución feminista o de las mujeres (también se admiten hombres) pase por rechazar al dinero y vivir en orgullo precario. Pensé en que quizás la clave sería hacerse con el dinero (que es lo que mueve y sustenta al sistema) y moverlo como nosotras creamos. Que no es el dinero sino lo que hacemos con él lo que genera el cambio. Las madres simbólicas de los 70 nos enseñaron a ganarlo (sí, vale algunas dirán «a lo masculino») ahora es momento de cambiar el cómo se gana pero más aún el cómo lo movemos. Y aquí viene mi angustia. Y es que si nuestro dinero iría a parar a la mujer agricultora que se ha abierto un puestito de fruta en la plaza o a la joven costurera que se ha puesto a hacer bufandas, la cosa cambiaría. No vamos a mentirnos, en términos de dónde ponemos nuestro dinero no somos nada solidarias entre nosotras. Nos apoyamos en muchas cosas pero a la hora de tratar con el dinero, nos sentimos sucias, ajenas, culpables e incluso a veces, codiciosas. No tenemos mucha experiencia con él, la verdad que no. Hemos aprendido a utilizarlo como nos han dicho. Hemos administrado casas como nos han enseñado: primero el marido, después los niños. Lo deseado, un lujo. Cambiamos de ese modelo al: date un capricho, nena. Y hemos vuelto a mover el dinero como nos han prescrito: a las penas, un vestido.
Yo no voy a negarlo. Yo quiero el dinero. Una vida entera diciendo que no, que es feo, que es malo. Lo que es feo y es malo es utilizarlo sin pensar. Moverlo por la inercia de la costumbre patriarcal. Con cada comprita que hago miro, pongo el ojo y busco que haya un proyecto bonito detrás. Si es de mujer, más aún si cabe. Una dirá «tú que puedes» ¿Yo que puedo? No, yo que quiero. Porque en mi cuenta del banco no hay ni 20€ y estamos a día 10 (Otra idea sobre mí al garete) Cuando yo comencé este proyecto me dejé muy claro que era un proyecto para promover un cambio.(Al principio la arrogancia y el espíritu de superwoman me hicieron creer que sería para vosotras. Después supe que era para mí y para vosotras, si así lo queríais.) Que tenía que haber una parte importante gratuita para que ninguna mujer se quedara fuera y que todos los precios serían justos para mí pero sobretodo justos para vosotras. Fui (soy) muy estricta con estos pilares. He tenido muchas discusiones en familia y amigxs (incluso usuarias) diciéndome que debería cobrar más de 3 cifras por mis talleres pero siempre he dicho que jamás iba a pedir nada que yo no pudiera pagar. Les repetía eso de Machado de que es cosa de necio confundir valor con precio. Que porque los talleres ofrecían algo tan valioso y trascendental, de
bía de tener un precio popular y que jamás una mujer deseosa de venir a un taller y sin recursos económicos iba a quedarse fuera. Mi padre (el que más) me señalaba que así no funcionaría y yo le apelaba a la sororidad, a la apuesta entre mujeres. Además de a mi entrega y profesionalidad (que de eso, sin fardar, tengo mucha). El asunto es que esto no ha sido así. Con el paso de los años he ido viendo como cuanto más trabajaba para que las demás pudieran acceder al conocimiento de su propio cuerpo (y a lo que muchas habéis escrito como «a un tremendo cambio en mi vida») y así a la propia definición de libertad, más me he ido mermando y encerrando en la angustia de no poder mantenerlo, pues en la ecuación del comienzo, «la apuesta entre mujeres» es lo que ha ido fallando. Mis precios en los 3 años no han subido, sino que han bajado o se han transformado en becas de acceso. Los accesos a boletines y conferencias y otros servicios gratuitos han aumentado. En cambio algunas mujeres de mí han pedido precios al estilo Mercadona (vuelvo con el Roig). Yo no vivo del aire. Ni sé ni quiero. Yo no puedo ofrecer precios más bajos y servicios gratuitos más amplios. Yo no puedo ni quiero pasarme 50 horas semanales (que es como poco las horas que hecho a la semana en el camino rubí) para cobrar 600€ al mes (estoy desnudándome al completo, eh?). Yo no tengo nómina. Yo no hago talleres como algo accesorio. El camino rubí es más que talleres. Es una comunidad (de más de 1500 suscriptoras, más de 500 participantes en 3 años y más de 10 mil lectoras mensuales), es investigación exhaustiva y continua, son ensayos, son conferencias, es un libro (entre tantas otras cosas). Es una entrega total para que toda mujer que quiera aprenda a amarse y gozarse de pies a cabeza. Se trata de un trabajo íntegro de exponerme cada día. Yo me dedico a esto porque mi madre sufrió mucho por traerme a este mundo. Decidió no morir para criarme y yo me niego a ser una oruga perezosa movida por la inercia de un trabajo gris. Todas las personas nacemos para traer algo único al mundo. Yo no soy una excepción, yo asumo mi parte. Por eso me dedico a esto pero no sé por cuánto tiempo más podré hacerlo. Esto es una realidad.
Como os decía arriba la parte que corresponde a la sororidad, la de poner el dinero en proyectos de mujeres que cambian mi mundo y el mundo, es la que siento que flaquea. Me cuesta horrores escribir lo que estoy escribiendo porque sé lo que implica pero se trata de un círculo en torno al dar y recibir. Como estáis viendo ahora a la banda derecha de este post hay un anuncio de Google. Siempre dije que jamás lo haría pero para mantener intactos los precios de los talleres y los servicios gratis, lo he hecho. Por supuesto que hay muchos principios iniciales que he modificado para ajustar a la realidad cambiante pero jamás he tocado los pilares iniciales que os he comentado. El camino rubí no es sólo mío. Lo hacemos entre todas. Y no es un fake ni una cuestión de fidelización, es una realidad. Cuando una me hace una consulta, yo investigo y desarrollo un ensayo que publico para generar conocimiento en femenino (que hay poco). No hay ni un sólo input que no recoja y lo transforme en un espacio para crecer entre todas. Por ello este lugar se alimenta de vuestras ganas de compartir con amigas, venir a talleres, regalarse el libro, difundir eventos, clickar en la publicidad de Google, mandarme mimos (sí, los mimos los necesito mucho), tirarme de las orejas (me va muy bien), proponer ideas, alquilar el cuarto para publicitaros y demás acciones que hacen que el camino rubí pueda mantenerse y yo pueda vivir con gozo y arrojo suficiente para seguir investigando, creando y compartiendo con vosotras. Esto no es una multinacional. Y fijaos que ni a ellas les va bien sin vuestra confianza. Imaginad lo que supone para una sola mujer mantener algo tan increíble y necesario como este proyecto. Y digo increíble y necesario porque son las palabras con las que lo definís en más de 400 emails de agradecimiento recogidos en un sólo año. Este camino tiene un cuerpo que le mueve cada día, y es el mío. Y mi cuerpo (yo) es realista y sabe que así no podremos durar mucho más tiempo. Yo seguiré siendo creativa, ofreciendo nuevos espacios (de cobro y gratuitos), promoviendo el cambio pero sin vosotras no podrá mantenerse. En este 2013 el futuro de el camino rubí será resuelto: o crece o se para aquí. Esta es la realidad y vosotras debéis saberlo como sabéis cada pedacito de mí. Por ello os pido ser, en acción, parte del cambio que queréis ver en vosotras y en vuestras vidas. Si queremos una vida más allá del patriarcado no podemos dejar que se extingan proyectos ni mujeres que cuestionan sus raíces y ofrecen alternativas. Si así ocurre estaremos siendo parte cómplice. La misma parte que permite que las librerías de barrio desaparezcan o que los colmados de la infancia sean sustituidos por Starbucks. Somos más poderosas de lo que pensamos. Se trata de la acción, de tomar parte activa.
Yo muevo ficha
¿y tú?