He conocido a Marina Abramović. Acabo de ver su documental The artist is present. He conocido a una parte de mí en el cuerpo de otra. He sentido que algo se ha puesto en su sitio pese a que, a ojos de la mayoría, ese algo es sucio y oscuro. Ahora, gracias a ese movimiento, no me importa. El arte provoca estás cosas. Para eso existe. No para gustar. No para darnos la razón. Existe para contrariarnos y confrontarnos. Es una molestia dulce y directa, que va retorciéndose de fuera hacia dentro, en movimientos ascendentes-descendentes, inoculando su veneno.
Mi cuerpo. Mi vulnerabilidad. Mis palabras. Mi fortaleza. Entre medio de ambos, la mirada ajena que condiciona, juzga y limita a su antojo. Ahora yo soy la que expande y contrae sus propios límites, dentro de lo que mi cuerpo abarca.
Hay algo, ese algo, que acaba de trastornar mi mirada. Si pudieseis verme y me hubieseis conocido, sabrías que desde el viernes a la tarde-noche soy otra. O quizás soy más yo que nunca.
No sé si esto que escribo será leído por muchas. Pero aquí quiero que conste, en mi propio cuarto, que yo no me vendo más a las quimeras de un mundo cómodo y pomposo. Yo no tengo precio. Casi llego a ponérmelo. Sin darme cuenta me fui convenciendo de ello. Poco a poco fui aletargándome y dejándome ir ¿No os ha ocurrido algo similar? No sé si me expreso con claridad. Es posible que no lo esté haciendo. A veces una quiere volver al estado larvario. Quiere ser alimentada y limpiada después de cagar. Es un estado vegetativo en el que la creatividad es la única amenaza. Yo hace años vivía así. De hecho casi fui educada para vivir así. Buen colegio, buena universidad, buen trabajo. Entre tanto yo enfermaba. Casi muero. Mi cuerpo seguía vivo, pero lo de dentro estaba en sus últimos días. No me quedo otra que saltar del barco. Recobré la cordura y me topé de bruces con un mundo de locos.
Con la muerte de mi abuela, no me ha quedado otra que volver sobre mis pies. En unos meses llegan los 30 años y estoy haciendo revisión. mi abuela no es la única muerta, Erika también lo está. No es nada malo, de verdad que no. Es otra muda más, otra capa más que se va y que muestra otra más fina, sensible y nueva. Llena de potencial, con sus miedos y temblores. Envuelta en un perfume dulzón, como el de las recién nacidas. Entre la abrumadora peste de la descomposición, hay un difuso olor embriagador anunciando un nuevo día. Aunque aún estemos en la noche más oscura, la promesa de la luz de alba se huele, se inspira… se deja acariciar por mis torpes dedos de topo.
Llega Alicia a mi mi vida. Llega Marina, también. Voy dejando paso a los fantasmas que esta fase (premenstrual) conoce tan bien. Me siento una mujer fuerte. Me siento tan rota que puedo gritar de la felicidad. Estoy tan desahuciada que soy libre porque ya no hay nada más que pueda perder. Estoy viviendo en el límite y es justo aquí donde me siento segura. Curioso o no, siempre viví en la paradoja. Fui criada en ella. En el amor-terror hice mi nido.
Hoy me preguntaron por la humildad (presupongo que la mía). Hace días que pienso en ella. Desde pequeña mi padre me habló y se esforzó para que ella fuera mi guía. Ahora yo me cuestiono todo lo aprehendido. Reconozco si soy humilde o no, y me río. No se puede ni se debe ser humilde. No se debe ser nada. Otra cosa es comportarse y el comportamiento depende de tantos factores! A veces me comporto de manera humilde. Muchas veces me obligo a serlo. Pero para mí la arrogancia es una forma de comprobar su sentido y su validez en mi propia experiencia. En el modo que yo ELIJO mostrar y mostrarme. Hace unos días reconocí, en voz alta, que la arrogancia me había salvado la vida en más de una ocasión. Nunca exigí más por ser quién era pero jamás acepté menos por ser quién soy. Yo vengo de una familia humilde, de acciones humildes y de saberes humildes. Estoy empachada de tanta humildad impuesta. Mi padre, a su vez, me enseñó el valor de la dignidad y él me dijo que era lo único que podría dejarme en herencia. Así que la arrogancia es el diminuto envoltorio en el que va su testamento. Es como el pedazo de chocolate derretido al final del cucurucho. No voy a dejar que la falsa modestia, las buenas maneras o lo políticamente correcto sean los que lancen mi helado a la basura. No voy a restar lo que sé que en mí suma para que lxs demás se sientan cómodxs. Seguiré señalando con orgullo mis errores. Esperando que en un acto reflejo, todxs podamos reflejarnos y hacer algo con ello.
Marina.
Sigo tecleando. Me doy cuenta de cuánto me afecta lo que veo, escucho, huelo, toco y saboreo. Los domingos que me siento a escribir aquí se abre una puerta en la que aprovecho para hacer más íntimo este cuarto. Me pido y os pido disculpas si en algún momento escribí algo, de algún modo, para gustaros y caeros bien. No quiero caeros bien (tampoco mal). Quiero generar un espacio para revisar, reflexionar y generar conocimiento. Yo soy sujeto y a la vez objeto de estudio. Busco la manera de sentirme y sentir(os). Persigo las ideas para darles cuerpo, pero no uno cualquiera. Creo y destruyo de manera ordenada y también caótica. Siempre de cara vista a vosotras. Asumiendo que no es vuestra simpatía la que persigo. Es vuestra experiencia, vuestra sensibilidad y capacidad para ser más allá y en relación.
Hace 2 días que conocí a Marina Abramović. Conocí sus performances. Comprendí algo que aún no puedo nombrar porque está atravesando todo mi cuerpo. Reconocí en ella la necesidad de la otra(o) para dar sentido a sus actos. Y pude comprender qué narices hago yo aquí.
Yo me callo.
Ella habla ahora.
En estas imágenes (son del documental) Marina termina con su performance de 3 meses en el MoMA de NY, en la que ella permanece sentada, mirando a los ojos, con amor y respeto a cada persona que se sienta frente a ella.
https://www.youtube.com/watch?v=Ts66t9muFfQ