Mi cuerpo, mi campo de amapolas

Acabo de terminar el segundo boletín de este año. Se titula «Mi cuerpo, mi campo de amapolas». Son siete páginas reflexionado sobre el cuerpo como única y última de nuestras posesiones. Son siete páginas con ejercicios asequibles y profundos para llevar a la práctica una revolución que no es otra que la de habitar desde el gozo nuestro cuerpo de mujer.

Como sabéis (si no, yo os lo confirmo) los boletines siempre parten de mi propia experiencia, autoreflexión y autocrítica, con lo que no vais a encontrar ni un sólo consejo ni recomendación y menos en tono maternal. La batalla que vivimos en nosotras por sentirnos ajenas en nosotras mismas es un tema complejo que necesita un espacio de vulnerabilidad para hacer alquimia y transformarla en fortaleza. Esto es lo que pretenden estas páginas al ponerse en relación con quien las lee. 

Para ir abriendo boca, aquí os dejo algunos bocados:

 «Como siempre digo somos hijas de nuestra madre y también de nuestra cultura, nos guste más o menos. Somos así mismos, herederas de unas creencias que se impregnan en nuestra cabeza (que también es cuerpo) y se ligan a nuestros brazos como tremendas lianas. La cultura judeocristiana se fundamenta en el pensamiento dicotómico espíritu- materia, mente- cuerpo, ambas calificables a su vez como buena-mala, firme- volátil. Hemos aprehendido que la mente impera sobre el cuerpo, la razón sobre la intuición, abriendo así una herida mortal»

«Hablo de recuperar la intuición pero con ello no quiero decir que la hayamos perdido. La intuición está y de hecho es la que obra la magia en nuestro día a día. Es más cuando tratamos de acallarla tienden a acontecer enfermedades persistentes y accidentes “curiosos”. El ciclo menstrual nos permite dar espacio a la voz de la intuición»

«Nuestra voz es acallada en múltiples ocasiones. Especialmente si ésta se eleva en momentos como la fase premenstrual. Cuando queremos aullar de rabia o placer, cogemos aire y tragamos. Con el nudo en la garganta tratamos de seguir hacia delante, sintiendo como cada vez nos hacemos más y más diminutas y como cada vez nuestro cuerpo pesa más porque “el maldito” se obceca en ser»

«El cuerpo habla y como olvidamos su lenguaje, él acaba gritando. El cuerpo duele y con el dolor no nos queda otra que mirar hacia dentro y caer en la cuenta de que somos algo más que grandes mentes»

«Nuestro cuerpo es nuestra única y última posesión. Desde él pensamos, intuimos, sentimos, amamos, odiamos, gozamos, erramos, dolemos, creamos. Es nuestro don, no nuestra condena. Somos libres de hacer en él lo que deseemos, los límites son íntimos y personales. No hay justificaciones ni perdones, porque no existe culpa ni pecado. Sin cuerpo, no somos. Ésta es una realidad a la que hemos de hacer frente cuanto antes. Así que empecemos a habitarnos de múltiples maneras»

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Conocerte es vivirte. Vivirte es amarte. Amarte es ser libre.

 

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