Estaba leyendo un libro de marketing relacional (un libro de estos advenedizos que olisqueas para ver si alguien ha escrito algo sensato) de una gurú llamada Mari Smith. Estaba subrayando tal, negando cual, cuando de repente leo:
» […] porque cuando se pierde el control de las emociones no se actúa con inteligencia«
[La negrita es cosecha propia]
¡Aaaalto!
Comienzo a colocar al lado de la frasecita un montón de interrogaciones porque el tema que señala la sentencia, aún sin saberlo, es un tema que llevo tiempo ya cuestionándome en mi casa y fuera de ella (sobre todo en los talleres cuando tratamos la fase premenstrual) y sobre la que hoy quiero poner luz (o sombra). Pero antes, voy a empezar por el principio.
Yo siempre he tenido una relación intima con las palabras. Desde siempre he aprendido a jugar con ellas, especialmente con su significado. De bien pequeña me encantaba ir al diccionario, prenderme una palabra en la lengua y usarla hasta que se desgastase. Entonces y después, tras la contaminación de la Academia, daba otros significados a una misma palabra pues depende de cómo pasara por mi cuerpo, su significado cambiaba sustancialmente. Ni mi padre ni mi madre me corrigieron. Bien porque eran unos libertinos, como yo, o bien porque delegaban en mí la sabiduría académica por ser la única que había mamado de la ilustre teta universitaria (sic). Fuera como fuera siempre me he sentido libre de cruzar palabras con significados variopintos dependiendo de las necesidades expresivas de mi cuerpo-mente-lengua-coño (que es un todo). Creo que siempre fui entendida en mayor o menor medida cuando hablaba y es posible que menos en la medida que me hacia palabra de forma escrita (quizás mi estilo no era de fácil digestión -tonito arrogante- y también que aún necesitaba de cierto pulido) Fuera como fuera, la gente me entendía, que eso también importaba. Aunque en realidad lo que yo quería, al escribir, era entenderme (aún estoy en ello, por eso sigo escribiendo… creo). Cierto día un hombre se enamoró de mi letras. Tanto que quiso conocerme y cuando lo hizo, ambos nos enamoramos. Desde entonces somos pareja y a partir de entonces comenzó mi calvario con los diferentes sentidos de las palabras.
Sigo:
Mi compañero es un hombre que aprendió que cada palabra tenía un significado concreto. El cual venía siempre dado por la Real Academia de la Lengua Española. Aprendió lo que muchas y muchos han aprendido. Cualquier uso más allá del otorgado por la Academia de la Lengua no era verídico. Con lo que la pelea en mi casa estaba servida. En los primeros años yo no sabía muy bien cómo expresar la angustia que me producía hablar en un mismo idioma pero asignando un significado concreto a un estado anímico particular. Recuerdo que llegué a creer que yo era una auténtica zote y que entonces jamás podría dedicarme a escribir, pues mi lengua y el idioma de la RAE no tenían nada que ver. La RAE como diosa omnipotente no me quería y yo, yo tampoco. Aun sospechando que podía ser una ceporra me mantuve en mis trece. Sabía que algo no cuajaba con lo que, años más tarde, y gracias a los estudios sobre feminismo pude comprender. Hélène Cixous me ayudó a hacer palabra lo que yo presentía y supe que el lenguaje que yo había aprendido en la Academia tenía dueño, era macho y atendía a una jerarquía. Jerarquía por la que si lo dominabas pasabas a ser dominador (nunca dominadora) y si no lo dominabas pasabas a ser sumisa (más veces que sumiso) -analfabeta- Antes de la lengua de la Academia está la lengua de la Madre, más conocida como lengua materna. Esta lengua es la que te da el mundo y al mundo y tiene la característica principal de que necesita del cuerpo y de la relación íntima para ser. A diferencia de la lengua de la Academia -la del Padre- que no necesita la relación- incluso ésta le molesta- para ser. Ésta, la Académica, no pretende comunicar -relación- sino dominar, tener la razón sobre alguien.
Sabiendo esto me hice fuerte (es lo que tiene el feminismo que te muestra las brechas y te da alas para abrirlas más allá del temor) y pude argumentar a cualquier macho que osara a decirme que una palabra tenía su significado en función de lo que la RAE hubiera dictaminado. Comencé a explicarles que la RAE estaba formada, en su inmensa mayoría, por arcaicos patriarcas. Que la RAE era un organismo no neutral (no hay nada neutral, pero éste es otro tema recurrente en mis disputas conyugales) formado en un sistema determinado con una cultura determinada. Así mismo comencé a leer el María Moliner y a comprobar que una mujer ya había tomado nota de esto hace muchos, muchos años. Así mismo comprobé, en clases de literatura, como la riqueza de ésta versa en dar a las palabras diferentes sentidos, entendiendo que hasta una coma determinada en un lugar concreto expresa el tono y atmósfera de una novela (por ejemplo).
Cómo cambia la cosa con una tilde o sin ella
Continúo:
Ocurre que en determinada fase de nuestro ciclo menstrual las palabras amplían vastamente sus significados. Esta fase es la fase premenstrual, la fase más creativa del ciclo. En esta fase a diferencia de la fase preovulatoria, nos comunicamos desde la emoción y por tanto las palabras utilizadas cobran cuerpo acuoso (maleable, permeable). Como las palabras necesitan del cuerpo para ser, éstas varían dependiendo de las fases en las que estemos. (Os invito a hacer un tour por los posts de este blog siguiendo la fecha de mi ciclo abajo especificada). Y es aquí donde vuelvo al principio del artículo, donde hablaba de la frase del libro de marketing.Resulta que comunicarnos desde las emociones en bruto (sin control) no es síntoma de inteligencia. Traducido al día a día es:
Situación: plena crisis emocional típica de la fase premenstrual Algo que has oído te ha hecho daño y quieres expresarlo. Comienzas a llorar, gritar y balbuceas palabras. Entonces él (suele ser un él) te mira y te dice un tono condescendiente: Cielo, cálmate. Respira. Si quieres ve al baño, te lavas la cara y cuando estés calmada lo hablamos.
Nosotras hacemos caso y tratando de calmarnos nos decimos: mira si seré boba! así nadie me va a entender. Ay____ (aquí va vuestro nombre) qué razón tiene. Qué tonta que soy
Es así cómo tragamos y comenzamos a hacer un tremendo esfuerzo para hablar en SU idioma. Sí, su idioma. El idioma del Padre, el de la Academia, el de La Razón (leed el artículo de ayer). Ocurre que en esta conversación una quería abrir su intimidad al otro sin ánimo de encontrar soluciones o plantear razones mientras que el otro sólo concibe la comunica
ción como un mero intercambio de comandos que parte de un lugar concreto para llegar a un destino determinado. Una iba al encuentro del otro a través de la palabra y el otro no va al encuentro de la otra, sólo del significado de cada palabra, siempre y cuando estén delimitadas correctamente por la RAE. Si el código es diferente, él no se acerca a comprender sino que impone su manera de comunicación como única válida. Y es válida porque le avala el sistema y porque la otra (nosotras) no sabe que en realidad está hablando en una lengua, como mínimo, igual de válida que la suya. De hecho el idioma de las emociones es más rico y complejo que el de la razón. Su incapacidad para hablar este idioma es lo que se oculta tras el «respira y dímelo, con calma, de otra manera que así no te entiendo». Esta incapacidad es una amputación que intuyo que padecen y ni entienden. Ellos (hablo en general) creen que sólo hay un modo de expresarse y que el cuerpo no tiene nada que ver en la palabra. Esto es lo que, como nosotras, han tenido que asumir al aprender la lengua del Padre (ellos también aprehendieron el mundo a través de la lengua materna). A ellos no se les ha dado la posibilidad de probar a expresarse de otro modo (hay increíbles escritores que sí lo han hecho) porque al ser los Hijos del Padre han de llevar bien lejos su rúbrica. Por ello, creo, que hasta que no llega una desaprensiva de la lengua y las fases menstruales como yo (hay más, seguro que las hay!) no se dan cuenta de que el problema no reside en ella (la que no sabe expresarse) sino en él , que no recuerda cómo era el lenguaje de la Madre (lengua materna), el que nombraba al mundo a través de la relación entre los cuerpos. La emoción no es indisociable del lenguaje. De hecho la literatura es un tejido conformado por ambos.
Para terminar especifico que el deseo de control sobre las emociones es un generador de mierda que acaba salpicando cual aspersor. Las emociones no son la parte prescindible del ser humano. Éstas han de pasar por nuestro cuerpo, como pasan las nubes por el cielo. Darles su espacio en su momento y dejarlas ir. Por eso la fase premenstrual es tan indispensable. Poder vivir durante unos días esa posesión emocional no es un problema. El problema surge cuando no sabemos gestionar el conflicto de intereses que se genera en una sociedad en la que las emociones son infravaloradas y expuestas al autocontrol. Un entorno hostil que nos infantiliza cada vez que nos expresamos en una lengua que no comprende y en lugar de asumir su vulnerabilidad, nos lanza los afilados cuchillos de la crítica y nos medica con las pastillas del decoro y el saber estar.
Si seguimos hablando según la RAE, pensando según Platón y comiendo según Torreiglesias vamos a ser muy inteligentes. ¡Sigamos, sigamos que ya van viendo lo bien que nos va!
Esto es lo que les hacemos a los patriarcas linguales
Día 9: fase preovulatoria