Este fin de semana en Valencia ha sido mágico. Todos los encuentros son increíbles pero allá algo se ha activado. Llegaba ligera aun dolorida por las fuertes contracciones de esta fase menstrual (El estrés se cobra su parte). En la estació del Nord me esperaba Silvia. Una de las 2 organizadoras de este encuentro. Me recogió con una tremenda sonrisa. Fuimos en metro a su casa y allí me esperaba, para cenar un deliciosa cena. Me di una ducha de agua caliente. Cenamos tejiendo palabras, ideas, recuerdos, emociones profundas de ésas que se atascan si no se cuentan bajo la voz del secreto. Y a la 1 de la mañana caímos en la cuenta de que tocaba dormir. Mientras trataba de dormir me di cuenta de lo increíbles que son las relaciones humanas. Estaba en la casa de una mujer a la que conocía por intercambio de emails y por su deseo de compartir mi trabajo con las mujeres de su tierra. Nada más pero tampoco nada menos. Hice memoria de todas las casas en las que estado. Lugares de personas desconocidas que me han tratado como una diosa. Con todo mimo, atención y veneración. Porque aunque parezca exagerado cada mujer que ha organizado un taller, junto con su familia, me han tratado con un amor que no es de este mundo. O quizás sí, quizás éste sea el amor de verdad. He llegado a casas donde me esperaba una habitación adornada con velas, perfumes y cartas bellas sobre la preciosa cama. Hogares donde cada plato estaba más delicioso que el anterior. Pisos que al cruzar la puerta me han reconocido que ese lugar era tan mío como suyo. Me han dado las llaves de sus casas. Recordando todo esto sentí lo que aún hoy me invade, una gratitud profunda. En mi vida había sido consciente de mi mayor fortuna: soy una mujer tremendamente amada. Mi familia, mis amigxs me aman con locura. Mujeres que recién conozco me cuidan con un amor que siento que no merezco. No hay momento del día que no me encuentre con una sonrisa amante o con un email lleno de ánimos y mimos. Es increíble que esto me pase a mí. Yo que soy un desastre con las relaciones, yo que sólo miro por dar cuerpo a mis pasiones y en este camino se me olvida responder a un correo o llamar por teléfono.
Siempre hablo de las mujeres que participan en los talleres. Siempre digo lo increíbles que son todas. Comento lo preciosas y únicas que son y lo mucho que me enseñan. Lo hago desde la honestidad más brutal ésa que me lleva a encarar lo que me incomoda. Hoy, en cambio, quiero agradecer a todas las mujeres generosas que deciden embarcarse en la aventura de organizar un taller y poner así cuerpo a su deseo de tenerme allí, junto a ellas y sus mujeres. Durante estos 3 años todas ellas han hecho posible el camino rubí. Todas han apostado por su sueño y por mí. Todas me han enseñado que queriendo se consigue poner cuerpo. Me han dado espacio a ser como soy en sus casas, con sus familias. Han visto mi vulnerabilidad y comprobado que soy una mujer más. Que soy real, nada virtual. A veces he pensado que quizás podía resultar algo decepcionante porque el mundo virtual nos cubre de una pátina pegajosa y confusa. En cambio, ellas siempre me han maravillado. Las distancias cortas las han hecho más hermosas si cabe.
Llegué a Valencia replanteándome la nueva temporada. Reconociendo que no tengo tiempo ni espacio para seguir viajando cada mes. Volviendo, he sentido que el camino rubí es esto. Es tejer relaciones entre mujeres y entre nuestros deseos. No sé cómo seguirá. Tengo todo el verano para sentirlo y pensarlo pero sin duda yo no voy a perderme lo mejor de mi labor: conocer a mujeres únicas que me muestran que amar no entiende de tiempo ni espacio.
A todas vosotras, gracias. Gracias desde el fondo de mi cuerpo. Desde esa niña miedosa que cogió un avión por primera vez y que, ahora, vuelve hecha una mujer confiada y amante de a única certeza: la maravillosa incertidumbre
Vuestro amor, me enseña y me hace brillar, me colma y me rebosa pudiendo así compartirlo.
Como regalo, este enorme y precioso disco de CocoRosie. Su música me acompaña en esta felicidad inmensa que hoy siento.
Día 4: fase menstrual
Pic de Kristof Houben