¿Quién carajo soy?

Después de tiempo vuelvo al teclado. No es que me haya alejado de él sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que estoy saturada. Escribir siempre ha sido mi espacio. Entre las letras siempre me he sentido a gusto aunque muchas veces haya sufrido por no encontrar la palabra que transmitiera eso que estaba buscando. La cuestión es que siento que estoy perdiendo brillo, como Campanilla a punto de desfallecer o como diría el Sombrerero Loco «estoy perdiendo mi muchedad». Hago la cuenta y he escrito varias veces sobre este síntoma. Pero esta vez es realmente acusado. Me he quedado seca. Que no es vacía. En el vacío hay espacio, en el espacio se crea pero en el cuerpo árido sólo se acumula viejo polvo que inmoviliza los huesos. 

Leo blogs y revistas y me maravillo ante la frescura de sus palabras saltarinas. Las mías se resquebrajan en cuanto las pasas la mano por encima y además son huidizas. Me descubro con miedo a ser tergiversada. Siento un cepo en mi lengua que me indica que me mida, que calcule cuando jamás me he comportado de ese modo. Siempre actúo reflexionando y sintiendo lo que digo. Para mí hacerme palabra es como respirar y ahora me descubro con la boca pastosa y los ojos cubiertos por una telilla opaca que no me dejan mirarme, entenderme tal y como estoy.

Sí, estoy agotada. Estos últimos 7 meses han sido los más intensos de mi carrera. Planeo bucear hacia mis entrañas este viernes 12 de julio y salir a la superficie allá por septiembre. Necesito olvidarme por un rato largo de Erika, la de el camino rubí. Me siento como esas mujeres- madres que pierden su identidad por la de su criatura y acaban siendo «la mamá de Martita». Tantas horas puestas y tantos mimos y esfuerzos han hecho que yo no sepa quién narices soy. Estoy realmente confundida y totalmente perdida. He creado desde mis entrañas y he dejado que las ideas y los borradores ocupen todo mi cuerpo. Mientras la vida ha pasado, con sus luces y sus sombras. Me he zambullido de lleno en la creatividad para alejarme de la angustia de añorar a mi abuela. Aún no tengo palabras que den cuerpo a las emociones que no me atrevo a sentir. 

Escribo esto porque me he perdido, muy dentro, muy dentro de mi corral de evasión donde juego a multiplicar ideas y a levantarle la falda a las creencias. Me miro en el espejo y ante mí aparece el negativo de quien soy. Tantas horas con el alma a oscuras ha dejado mella en mis pupilas. Me falta ese polvillo juguetón que me hacía liviana. Ahora me siento como una mamut herida que arrastra su cabeza llevándose por delante todo lo que un día amó. 

Me siento rara escribiendo esto. Siempre me expongo. No lo hago por valiente. No sé porqué coño lo hago. Sea como sea nace de mí y no puedo ni deseo cortarle el paso. Lo que veis es lo que hay y lo que no llegáis a ver es posible que no esté. A no ser claro, que lo inventéis. Siempre pasa, lo que no se dice se inventa. Deseo no decepcionar a vuestra imaginación pero yo no tengo control sobre ella. 

Planeo las vacaciones y me doy cuenta de que no sé que hacer si no soy la mamá de el camino rubí. Es como cuando estuve enferma encerrada en casa. Los primeros meses no sabía qué hacer/ no hacer. Tuve que ir creando agujeros, dinamitando mis días para crear un espacio, un hueco, para mi cuerpo agotado. Mi madre anda igual. Los fines de semana no para de hacer cosas para no encontrarse con el silencio. Es en éste donde el viento dibuja la silueta de mi abuela y a las dos se nos cuela dentro, hinchándonos el cuerpo de ausencia y recuerdo. Luego claro, hemos de romper llorando porque no tenemos sitio para nosotras. En esa brecha que hacemos para volver a nuestro cuerpo, se nos escapa la alegría como una bolita de gelatina rosa. En cada ruptura se filtra más líquido viscoso, dejándonos con las pupilas frías y los labios quebrados en una semi mueca. Creo que la única cura será lanzarme a la piscina de sal y lodo añejo y dejarme hacer por las lombrices del fondo. En la huída acabaré siendo la mujer de Lot. Me petrificaré en montoncitos de sal después de mirar, una vez más, a aquella niña que un día fui y que jamás volveré a ser. 

Este viernes comienza mi descenso. Prometo no mirar. Prometo avanzar, paso a paso, hacia mi quietud.

Día 5: fase menstrual

Pic: Kim Joon

 

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