Pude haberme criado sin madre. De hecho, si no llega a ser por su bravura (no creo que fuera el azaroso destino), ella habría muerto en el quirófano. Siempre cuento la historia de mi nacimiento como quien cuenta el último capítulo de una serie, con pasión pero de lejos, pasando de puntillas. Para quien no sepa (muchas ya lo sabéis pues lo he contado y dejado escrito en no pocas ocasiones) aquí va el resumen:
Mi madre, joven de 20 años, tras haberme parido por cesárea un 28 de diciembre de 1983 y por una mala práxis médica (dejan un pedazo de placenta dentro de su útero), ingresa en el hospital el 6 de enero de 1984 con pérdida de conocimiento y desangrándose por vía vaginal. Tras una trasfusión de 14 litros de sangre (los cuales expulsa en el mismo momento en el que se los introducen), le dicen a mi padre (21 años) que no cuente con ella, que se muere. De hecho llegan a darla por perdida. Ella decide no morir (palabras textuales). Ella se queda conmigo. Ella sabe que a ella no le pasará lo mismo. Finalmente ella vive y como moneda de cambio da lo que ya le habían robado, su fertilidad, su útero. Ella y yo nos volvimos a ver 22 días después. Nunca más, hasta mis 23 años, que es cuando me fui de casa, volvimos a separarnos.
Este resumen es un microresumen de todo lo que fue este momento que, sin duda, es el punto neural de mi identidad. Pero la historia de hoy va del susto que me he llevado esta madrugada al imaginarme cómo hubiera sido la vida sin mi madre. Yo, que tengo un pánico atroz a perder a mis seres amadxs (absténganse de psicoanalizarme que ya sé yo de dónde me viene y es muy feo psicoanalizar a la gente sin conocerla y sin que te lo pida) comencé mi vida separándome de lo más propio, que es el cuerpo de quien te gestó. El cuerpo- universo donde cada unx nos creamos y del que nos creamos.
Mi madre, esa mujer que tan de quicio me saca (se lleva la Palma de oro), es la responsable de todas las decisiones importantes de mi vida. Hoy, en ese estado que me deja la fase premenstrual de clarioscuridad mental, he sentido el peso de sus decisiones sobre mis actos y me he sentido terriblemente agradecida. Sí, creí que nunca le agradecería los 11 años de academia de inglés des pués del cole de monjas de uniforme hortera. Pero aquí me tiene, agradeciendo cada gesto, hasta aquellos tan patriarcales que le he echado en cara en mis momentos de mayor efervescencia feminista. Ahora la entiendo. Casi me atrevo a decir que la entiendo al 100% y lo increíble, dirán algunas, es que no he necesitado ser madre para sentirlo.
Hace poco, este verano, hablaba con mi madre sobre mi decisión de no ser madre. Le expliqué largo y tendido, en un largo paseo por la ría, mis motivos para optar por la no maternidad, o al menos por la no maternidad biológica (por ahora es no maternidad a secas). Lejos de soltarme frases tristonas o decepcionadas por no ser abuela de su única hija (para mis padres que yo fuera madre sería maravilloso pues son padres frustrados de más criaturas. Además, por situaciones económicas, jamás pudieron optar a la adopción) me miró con dulzura y me dijo que le parecía perfecto. Que me entendía totalmente. Le expliqué cómo la veía a ella como madre, valorando todo lo que ella había decidido sacrificar por mí y mi deseo de no hacer lo mismo por otra persona que no fuera yo misma. Dije con gran desahogo «Yo no quiero cuidar a nadie así. La única persona a la que deseo cuidar es a mí. Ama, no hay sitio de calidad, tal y como deseo, para una persona tan importante como es unx hijx». Ella me miró y me dijo: «ésa es una decisión de madre». Y me quedé muy tranquila. Como sólo mi madre sabe dejarme (ahora sí, también ella es única en dejarme inquieta).
Es fundamental, para mí, como Erika (a título personal) comprender qué ha hecho y hace esta mujer por mí. Hace un tiempo señalé sus fallos. Luego agradecí sus dones. Más tarde volví a caer en el dolor que me producían sus decisiones quitándome así el velo facilón de la creencia de haber hecho las paces con ella. La cosa es que yo no tengo que hacer las paces con Ana. Ella es mi madre por un hecho circustancial. Ella no fue a «buscarme». Ella aceptó abrir su cuerpo al mío, darle cobijo para que se crease de su propia carne. Para colmo decidió salvarme la vida y se quedó conmigo para darme un espacio propio y singular en este superpoblado mundo. Esta mujer tomó sus decisiones. Algunas no fueron, para mí, las mejores, pero es que yo defiendo que todas las mujeres puedan tomar sus decisiones aún provocando la furia de los titanes, ¿cómo no iba yo a entender que mi madre, como mujer que es, tomara las suyas? Ana, tenía una vida antes de que yo llegara y Ana decidió cambiar su vida para que la mía fuera más vasta, libre y jugosa que la que había optado por tener cuidándome. No nos engañemos, yo me crucé en su camino. Mi madre siempre quiso ser enfermera y viajar por el mundo de cooperante. Su dedicación a criarme y a ser ama de casa no le permitieron los recursos para hacer su sueño realidad. Ella dice que soy lo mejor de su vida, que volvería mil veces a hacerlo e incluso que volvería a dar su útero por estar a mi lado. Lo duro de esto es que sé que es verdad. Sé que me he enfadado mil veces por esta frase, que la he acusado de estar alienada por declarar que la maternidad ha sido lo único valioso en su vida ¡Joder, qué idiota es una con su madre! Pero es que ella no habla de la maternidad en general, ella habla de su maternidad en particular, de nuestra relación en concreto. Además, como hija suya, no hay nada que más me guste que sentirme amada de este modo. Para alguien en el mundo, mi existencia es el cielo preñado de estrellas. Sin duda, sentir este amor es el que me permite ser tan osada y tan, tan, tan libre.
Pensar… pensar que podía habérmela perdido. Que no más me hubieran quedado sus fotos y una vieja historia que haría repetir a mi padre sin cesar. Días en el espejo tratando de parecerme a esa mujer que nunca conocí y sonrisas de felicidad lánguida al descubir en mi juventud, que soy idéntica al fantasma de aquel cuerpo en el que me gesté. Pero no, ella decidio quedarse. Ella no sólo me dio la vida sino que además me dio el mundo para vivirlo juntas.
Día 24: fase premenstrual
Pic: yo misma en algún día de verano de 1985