Tengo miedo.
Sí, quizás sólo con miedo se puede ser valiente, pero a veces quisiera volver a la barriga de mi madre o al abrazo de oso de mi padre y no salir de allí por los restos. Ayer me bajo la regla (sí, sé que no se ha de llamar así) y paré. Hoy he parado hasta donde he podido, no voy a engañarme, tengo tarea que no puede esperar. Por eso no hay problema. Me sienta bien hacer con calma lo que ha de estar hecho. El asunto es que en estos días tomar decisiones que toquen mis miedos más primales me rompe en mil cachitos. Podría esperar pero no es posible. Además es en esta vulnerabilidad donde veo lo que realmente hay. No me puedo ocultar en las palabras bien formadas o en las risas socarronas. Así, desnuda, es como una ha de pasar por su Inframundo. Sintiendo que la muerte de sus miedos sólo puede dejar abierta la puerta de la terrible libertad.
Porque sí, la libertad no siempre es maravillosa. No sé quién carajo nos vendió este ideal. La libertad duele. La libertad exige. La libertad cuesta. Por eso quedarse en la zona de confort es lo más común. De hecho, en días como hoy, es dónde quiero estar. Sí, sé que no he de estar siempre fuera del confort, que el confort es el descanso de la guerrera pero hoy tomo una decisión muy importante. La dilaté ya por muchos días y ya sólo queda salir afuera, que es donde, dicen, ocurre la magia.
Además cuando una decide pararse o sobrepasar sus miedos siemprelo ha de hacer sola. Lxs demás pueden acompañarte un cacho, casi hasta la puerta, pero quien mueve un pie tras otro eres tú, nadie más que tú. Detesto esto. La incertidumbre de haber roto todo por hacer o no hacer me sobrepasa. La gente dice que el miedo es libre pero ser libre implica haber atravesado el miedo y esto es lo más complicado que puedo llegar a pensar.
Hoy recibií una preciosa carta con un regalo. En ella me agradecían la valentía. Me he reído mientras lloraba, porque justo hoy soy el ser más cobarde del mundo. Desde vuestras casas soléis señalar la valentía como uno de mis rasgos pero ¡os equivocáis tanto!. No soy valiente. No siempre al menos. Sólo acabo haciendo lo que sé que he de hacer. Más allá de mis grandes miedos (que son cientos) camino. No niego que es lo que más plenitud me ha aportado a mi vida pero a su vez temo quedarme por el camino.
A veces «las valientes» queremos quedarnos a dormir en los brazos de grandes osxs, un poquito más. De hecho, si lo pienso bien, puedo ser «valiente» porque sé que siempre podré volver a esos enormes brazos. Pero por mucho que sepa, he de dar el paso. Comprender si este miedo es de mi medida o aún es muy grande para poder pasar a través de él. No puedo engañarme y empequeñecerme para hacerme creer que me saca dos palmos.
Si lo pienso bien, he pensado demasiado. En la empresa de los miedos la razón puede hacerte enloquecer. Unas dosis de razón y listo, lo demás es instinto y si eres creyente, fe. Yo, que «sólo» creo en la vida practico la fe de una manera curiosa. Quizás hay algo en mí que sabe que por mucho que yo planee la vida, siempre, me va a sorprender. Por ello, para atravesar el muro, siempre hay que dejarse llevar por ese pie que se coloca delante del otro y…camina, simplemente, camina.
Día 2: fase menstrual
Pic de Sara Fratini