Mierda, mierda. Lo soy. Acabo de saberlo. Sí, siempre quise ser una aún sin tener la menor idea de este deseo. Ayer terminé el ultra archi recomendable libro de Caitlin Moran Cómo ser mujer y acabé tirada en la cama con una cara de estupor curiosa. Porque ayer supe que, aunque odie admitirlo, toda mi vida he querido ser una princesa y he actuado como una. Sí, no soy una princesa al estilo Bella ni Ariel. Quizás soy más Mullan o Pocahontas pero tengo esa asquerosísima necesidad de ser una mujer deseada que guste a todos. Y no escribo todxs, escribo todos porque me refiero a los hombres.
Si me paro a pensar (ayer Caitlin Moran supo ponerme a ello) he pasado toda mi vida diseñándome de tal manera que resulte atractiva a cualquier postor. De hecho, hay una misteriosa fuerza en mí, que me dice que mientras tenga a un hombre que me cuide y admire todo estará bien. Menuda mierda. Yo que me creía tan fuerte, tan independiente y sin embargo estoy aquí buscando sus miradas, su refugio y su atención. Este viernes salí con unxs amigxs y me descubrí buscando sus risas, su aprobación, su complicidad. No me culpo, me parece una pérdida de tiempo hacerme sentir mal por un acto de supervivencia. En esta sociedad si le caes bien o gustas a un hombre estás más cerca del poder, del respeto y por tanto de la consideración, que cualquier otra mujer. Así que es de mujeres listas buscar este acercamiento. El tema es que yo no era consciente de que actuaba así. La verdad es que he pasado viviendo en esta neblina toda mi vida y de hecho, he construido mi vida en torno a ella. Ahora me siento … rara. Extraña. Impostada.
Más de una vez me he pillado a mi misma pensando «si a Alex le va todo bien yo no tendré que preocuparme de nada más, total mi trabajo no es tan importante». Me da vergüenza reconocerlo, pero es así, no quiero engañaros. Es duro considerar todo este camino un camino prescindible si «el hombre de la casa» tiene éxito laboral. Sí, las mujeres hemos sido educadas, amaestradas para ser y para parecer. El hacer es asunto de hombres. Yo, que siempre quise ser una mujer de éxito por mis sueños hechos realidad, me doy cuenta de que he buscado parecer, en su pupila, una chica especial, deseable, tentadora. Y lo he conseguido. No sé si ha habido un enorme sacrificio de mi parte. Lo desconozco porque no sé cómo hubiera sido de otra manera. La verdad es que ahora mismo no sé qué hacer con toda esta verdad explotando en mis manos.
Espero que los hombres de mi vida no se asusten y salgan corriendo creyendo que he jugado sucio pues de hacerlo no he sido consciente en absoluto. Pensaba que los chicos se me daban mejor, nada más. Cierto es que las relaciones con mujeres me cuestan mucho más porque ellas no tienden a cuidarme ni a consentirme. No soy su hermana pequeña ni una simpática musa. Esto me incomoda porque yo he aprendido a relacionarme de este modo y es el modo en el que me siento cómoda. De hecho pienso en cambiar mi manera de relacionarme y me aterro. Quizás no quiera hacerlo. No tengo porqué, el asunto ahora es que me he dado cuenta y que estoy aquí confesándolo piadosamente.
Es muy curioso como algo tan «normal» como hacerse un tatuaje ha sido uno de los desencadenantes de esta apertura de caja de Pandora. Hace unos días pensaba en que mi físico ya no es apto a cualquiera. Que ya no puedo mostrarme como la chica «monina cara linda» porque mi tatuaje cuenta algo de mí muy propio y personal. Cuando se lo comenté a Alex se rió y me dio la razón. Yo me puse triste. Era un duelo. Ahora el mundo (masculino) vería algo de mí que ya no podía esconder ni maquillar. En realidad me siento muy satisfecha por este hecho (el de tatuarme y no dejar tanto margen a mis «princesismos»). Por llegar a mi treintena sabiendo que la vida vivida hasta ahora era la de una curiosa princesita que se creía su cuento de autonomía y libertad y que a partir de hoy, todo será de otro modo. Ahora soy muy consciente de que soy una mujer que depende de sus relaciones con hombres más de lo que quisiera y que ya no teme mostrarse como es, porque no le queda otra.
Quizás no sepa mostraros el temblor de mis piernas al salir al mundo con esta verdad. No sé cómo será ahora. Ahora que ya no he de maquillar mis gustos musicales ni mostrar mi fortaleza e inteligencia como claves diferenciadoras para ser tenida en cuenta y valorada de un modo que me garantice estima y seguridad. Joder, mi mundo va a cambiar mucho.
Es posible que no pueda desengancharme de estos hábitos y que haya privilegios a los que, sinceramente, no quiera renunciar. La historia, para mí, es que por fin me he dado cuenta del mi nivel de dependencia al macho y a su valor en este mercado de la vida. Lo siguiente no sé que será. Ya lo veré al seguir caminando. Me da miedo pero, extrañamente, me siento ligera. ¿Será que me he sacudido el polvo de hadas?
Día 8: fase preovulatoria
Pic de Designspiration