¿Cuál es tu película favorita de Woody Allen?

I am Muzzy

¿Lo recordáis? Recuerdo cuando anunciaron por primera vez estos dibujos del monstruito verde en inglés para niñxs. Era 1987. Yo tenía 3 para 4 años. Me acuerdo de esperar como agua de mayo el primer capítulo. La tarde en la que se emitió mis padres me dejaron con el novio de mi tía (más tarde mi tío) de 23 años en la casa de mi abuela. No recuerdo el porqué. Sólo sé que ese día de dibus y naranjas fue el primer día en el Infierno (que yo recuerde). Tumbado sobre el sofá se bajó la cremallera del pantalón, se bajó los calzoncillos y se sacó un bulto pelón. Me pidió que lo tocase, que viera lo suave que era. Yo estaba muy confundida. Recuerdo acercarme nerviosa. Allí, de repente, mi cuerpo se llenó de moscas. Mi mano se acercó a la bragueta. Él la tomo y la guió. Desde aquel momento abandoné mi cuerpo. En esto sería un experta. 

Lo que sigue después no lo escribiré. Ya lo desmenuzaron lxs abogadxs. Ya lo rompieron en el juicio. Ya se cinceló en un lugar remoto y profundo de mi memoria. Desde entonces hasta el nacimiento de mi primo en 1992, mi tío abusó sexualmente de mí. 

(Silencio)

Escribí sobre ello, por primera vez, en un boletín de 2012 recogido aquí. Pero sigue necesitando palabra y yo, según crezco, voy aprendiendo a perder, y perderme, el miedo. Ayer leí sobre Dylan Farrow y los abusos que vivió por parte del director de cine que tanto he llegado a admirar: Woody Allen. Ayer me volví a sentir sucia, culpable, insomne. Ayer vi que mi ignorancia me había llevado a actuar como actuaron la gente del pueblo donde se crió y vivió este tipo, mi tío. 

Cuando escribo sobre los abusos que viví no encuentro palabras porque aún no existen aquellas, no literarias, que me permitan expresar cómo creé el mundo desde estos trapos sucios y ajados que este hombre me dejó por mundo. Yo no soy la voz de las niñas abusadas. Jamás podría serlo. Es imposible tal figura. Yo sólo puedo hablar desde la niña- mujer que se pasó toda una infancia sin poder dormir porque tenía que guardar un secreto. Él y yo teníamos un secreto. Si mis padres se enteraban del secreto entonces ya no me querrían. Este era mi mayor temor. Por ello hasta 1995 (sé el año porque tengo como referencia la película Two Much, pues al día siguiente de sacar todo a la luz mis padres me ayudaron a distraerme llevándome al cine) no dije nada. Mi mayor miedo era que no me creyeran. Temía que me culparan de haberle seducido o que le restasen importancia. Tuve una tentativa tiempo antes, pero no seguí con ella por pánico a que ellos me creyeran una mentirosa. 

Lo dije. Una noche mientras mi madre partía helado de corte de nata. Fui al salón y lo dije. Avisé de que no me lo estaba inventando. Lo dije de corrido. Vomité las palabras llenas de polvo mugriento y pelusas. Las moscas salieron zumbando de mi cuerpo. Mi padre rompió a llorar. De esa noche solamente recuerdo poder dormir en paz. Fue la mejor noche de toda mi vida. Después la salida del Infierno no sería nada fácil.

Pasé por manos de abogados, de médicos, de psicólogxs. Mis padres eligieron a abogadas de la Fundación Clara Campoamor para que llevasen mi caso. Conté los pedazos de Historia cientos de veces. Delante de desconocidos, con puertas abiertas y con puertas cerradas. Relaté con 11 para 12 años todo lo que podía recordar. Tantas preguntas, tan minuciosas, consiguieron volverme obsesiva. Entré en un bucle de culpabilidad que me obligaba a contar a mis padres cada noche todo lo vivido hasta la extenuación con el pánico de haber olvidado algo. La Caja de los Fantasmas se abrió de golpe porque decenas de desconocidxs entraron a hurgar allí, sin consentimiento, sin miramientos. «Es por tu bien» me decían. «Conseguiremos ganar si lo explicas todo al detalle y no olvidas nada». Yo sólo quería que no le pasara a mi primo. Yo lo había dicho para salvarle a él. Yo temía por las otras niñas. Yo quería alejarme de él. Yo no quería que me rompieran más «por mi propio bien». 

El juicio se celebró teniendo yo 14 años. Arrastrando este caso inconcluso presté declaración sin biombo porque «la sala no contaba con estos recursos». Recuerdo su coronilla. La tengo, a fuego, grabada en mi pupila. Al declarar el juez y su abogada me desgastaron a preguntas imposibles. En ellas yo era la culpable. Incluso se llegó a insinuar que yo le provocase (una niña de 5 años puede resultar muy provocativa). Él desde el día en el que lo conté, reconoció todo lo dicho por mí (seguro que él recuerda mejor que yo, pues gracias a mi memoria infantil tengo lagunas que me salvan la vida) con lo que lo que se jugaba en el juicio era si el caso prescribía o no. El caso prescribió. Yo no era capaz de traer a la memoria los últimos ataques y como estaba bloqueada no podía bucear más a fondo en mi memoria. Así que fin. Él con una leve mancha en su expediente y yo rota. Como siempre estuve.

El cometido por el que lo conté se fue a la mierda. Él vive sin mácula. Yo estoy segura de no ser la primera y mucho menos la última. Al pueblo dejé de ir por muchos años. La única que se escondía era yo junto a mis padres. Allá no se le negó la palabra ni se le expulsó. Se habló mucho, pero ya está. Un chascarrillo más. Menos mal que no era ni es un hombre con poder porque si no, el dolor habría sido más terrible, como lo es para Dylan Farrow.

Escribo toda esta dolorosa mierda, no para lucirme y decir «chicas, yo también fui abusada» sino para mostrar las heridas que el sistema ejerce sobre nosotras. He tenido que escuchar mierda de muchos tipos de diferentes profesionales de la salud y del derecho. Han sido hombres y mujeres tratando a este malnacido de «pobre niñito abusado» justificando así sus zarpazos de lobo sobre mi infancia. Teóricxs que me han hecho sentir sucia y pre-culpable ante la idea de acercarme a una criatura temiendo transformarme en loba feroz por haber sido mordida por uno de ellos. Doctores y presidentas de asociaciones de niñas violadas que me han dicho que «los abusos no dejan secuelas, que son suaves y no son tan duros como una violación». Personas que no tienen ni idea de lo que es vivir con el miedo y la culpa como guías de tu infancia. Porque sí, vivir abusos siendo una cría te enseña a:

  • abandonar tu cuerpo sabiendo que es la única manera de no sufrir
  • mentir patológicamente para crear un mundo de fantasía donde puedas explicar la mierda que vives
  • desarrollar una sexualidad corrosiva
  • atentar contra ti por creer ser la causa de lo ocurrido
  • tejer dolor-placer-vergüenza en una misma trama
  • caminar por la vida con la sensación de estar sucia todo el tiempo 
  • creer que hay algo malvado
    en ti
  • pensar que mereces un castigo por todo lo que has provocado
  • ocultar tu cuerpo porque él es el culpable de tu Infierno Particular
  • vivir atada a fantasías sexuales en las que el abuso se repite
  • morir, a querer morir y buscar la manera de conseguirlo

Así vive al menos, una niña abusada. Al menos yo. Y me consta que es algo común a muchas pese a que hasta ahora no he querido jamás hablar del tema con ninguna mujer que haya vivido esto. (Este texto de Proyecto Kahlo me hizo repensarme mucho. Es el texto de una lectora de PK).

A todo esto se le suma el abuso del poder del sistema, por el que nadie nos cree sin pruebas. Cuando el tipo es un «supuesto pederasta» porque no denunciaste. Pero ¿cómo vamos a denunciar? Yo tuve mucha suerte con mis padres. Ellos me creyeron y me apoyaron sin condiciones pero muchas veces esto no ocurre. En muchas ocasiones el agresor es el padre y la madre no quiere ver, no quiere creer. (De hecho muchas niñas no lo dicen nunca. Calladas por siempre jamás. Siguen comiendo con el lobo feroz en cada Navidad.) Si llegas a denunciar, la ley te va desmenuzando «por tu propio bien». Lxs niñxs no nos inventamos esta mierda. Hay muestras más que evidentes para saber que esto no es un juego de niñxs. Cuando decimos del caso de Dylan Farrow que «es supuesto porque no hay denuncia en firme» es para arrancarnos la cabeza. Exigimos que la ley dé un veredicto a una vivencia tan dolorosa como ésta. ¿Alguien piensa que esta mujer va a sacar algún beneficio diciendo esto? Lo que ocurre es que duele profundamente aceptar que esto ocurra y que lo haga alguien que hemos podido admirar. Abusar de cualquier menor no es únicamente un delito. Abusar significa romper un mundo, quebrar un cuerpo, sembrar el dolor por los siglos de los siglos en una persona en desarrollo. Yo he crecido macerada en el veneno de la vergüenza y la culpa. Mis largas noches sin dormir me enseñaron estrategias de supervivencia que no deseo que nadie aprenda. A día de hoy, con 30 años, sueño con él, con que está en mi casa con mis padres y todos lo saben. Yo les digo que no puede ser, que no puede estar ahí y mis padres me dicen «hija no seas exagerada, ya ha pasado mucho tiempo» mientras él, sonríe. Me despierto empapada en sudor y lágrimas. Mi pareja me logra calmar. Yo me recuerdo que eso jamás pasará. Que ya no soy pequeña, que ya no puede hacerme daño. Pero sé que dentro de mí, él me habita. Este germen de muerte lo sembró delante de la televisión en la que aparecía un monstruito verde. Este sembrador de horrores vive tranquilo y feliz. Yo, en cambio, sigo maltrecha, germinada entre un nido de larvas, pensando en las otras niñas, aquellas que como yo, brotan torcidas, quebradas.

NOTA: Soy una vícitima de abuso sexual pero crezco por encima de esa etiqueta que tanto me ha costado ganar. Pues si llega a ser por el sistema casi llego a ser una culpable e incitadora del abuso que viví a lo largo de aquellos años. Eso sí, soy más que eso. Soy una mujer fuerte que sabe a quién teme y desde luego no es a él. Temo a la gente común, a aquellas personas que les tratan de enfermos, de presuntos, de pobrecitos y que permiten que sigan (gracias a su silencio y a sus dudas) inoculando su veneno en los cuerpos de otrxs niñxs. Si ellos campan libremente es por responsabilidad de esta sociedad y de quiénes la conforman. Por cierto ¿cuál es tu película favorita de Woody Allen?

Día 5: fase menstrual

Pic : cuando yo era una renacuaja

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