Me cuesta. Practico. Mi amiga Núria dice que es asunto de práctica. Yo me lanzo y lo hago. Me cuesta. Mucho
¿el qué?
Marcar los límites a una amiga. Mostrarle dónde me duele, por dónde deseo que no siga. Aprendí siempre a sonreír, a poner una buena cara y asentir cuando algo me dolía. A tragar saliva y disculpar, viendo cómo mi cuerpo se iba haciendo pequeños jirones.
El año pasado investigué para el máster de Duoda sobre el negativo femenino en la relación entre mujeres. Llegué al punto de que la comunicación (la palabra, el gesto y el silencio,- y la ausencia de todos o alguno de ellos) era la base para abrir al negativo, darle espacio y no negarlo convirtiéndolo así en negatividad. Como siempre me va mejor hacer teorías partiendo de mi experiencia que llevar los resultados a mi práctica diaria pues a la hora de comunicar mi negativo en relación (mis límites, mis miedos, mis celos) sigo tragando, disculpando y al final, huyendo. La de relaciones que he dejado a la mitad, a medio camino, por no expresarme… Por ese pánico a herir y a ser herida, a no ser amada por reconocerme finita, limitada y con ciertos agujeros negros que muestran que no puedo con todo. Además de que, a veces, aunque pudiera no me apetece ceder mis límites. A veces, muchas más de las que quisiera, me gusta ser redonda con ciertos bordes puntiagudos inexplicables que dan sentido a mi oscuridad. A ese lugar propio en mí que nadie conoce y que tampoco quiero mostrar, pues preciso de intimidad sin culpa.
Hoy, por amor, he compartido mi límite con mi amiga. Por amor a mí, en primer lugar, y por amor a la relación real que es la que tiene luces y sombras en diferentes proporciones, dependiendo del momento en que nos encontremos cada una y/o ambas. Ha sido por email. No ha sido por teléfono ni en persona. No me siento una cobarde ni la siento menos importante. Justo porque ella es valiosa, se lo he dicho del modo en el que yo soy más auténtica y de la manera en la que no iba a buscar complacerla. De cualquiera de las otras maneras yo volvería a hacerme pequeñita para «cuidar la relación y no herir». Esta vez no he salido corriendo con una sonrisa, dejando atrás a otra mujer confundida por mi buen tacto y mi falta de realidad.
Nadie nos ha enseñado a manejarnos en el negativo, ni siquiera a aceptarlo y mucho menos a amarlo. Pero si queremos llegar lejos en la relación entre nosotras debemos caminar por las sombras, mostrando nuestros lugares intocables y pidiendo mimo, celo, atención. El amor no desaparece cuando enseño mi perímetro, sino que crece pues me hago real ante quien estimo. Así como «luchamos» por nuestras parejas, por salvar nuestra relación o comprender qué le ocurre, siento necesario que intentemos lo mismo con nuestras amigas porque ellas son más valiosas de lo que jamás nos hayamos puesto a pensar. Ellas son el bálsamo, el espejo, la sonrisa y la lágrima viva que nos da sentido como mujeres. Yo ya dejé partir a muchas mujeres valiosas y ya me planto, no quiero más. Ahora, gracias a la práctica y al amor a la relación, al deseo y a la vida, voy a cambiar la dirección de mis pasos.
Las amigas no son pasajeras, son las que hacen el camino.