La poesía nos salva la vida o quizás hace que la vida sea vida y no un peregrinar de cuerpos secos, mojados de hastío.
Al terminar la charla sobre ciclo menstrual y poderío femenino en la Librería Relatoras de Sevilla, Lola y Alina me regalaron una novela. Hace mucho que no me dejo querer por una novela pues me paso el tiempo no virtual, buceando entre estudios e investigaciones, así que agradecí el gesto. De hecho lo sentí como una premonición.
Es un libro grande, gordo, de cuidada encuadernación… una promesa de amarse en la intimidad del hogar pues en el tren, difícil será. En él me he perdido 2 noches. Dos noches de verano en plena primavera leyendo hasta las tantas, tentada de no dejarlo escapar de mis manos por miedo a que la magia se rompa, por miedo a que la ilusión nos arrebate tan tremenda realidad. En él, entre sus palabras, me siento entera. Nada de distraída ni fantasiosa, todo lo contrario. Cada frase me devuelve a la orilla de la vida con un mimo cruel, dulce y carnoso. Los miedos palidecen ante la carnalidad de su poesía y es así, como, de repente me sé ligera, pasajera.
Hoy, además, voy a reunirme con un grupo de mujeres para leer poesía. Es una iniciativa maravillosa de una mujer valiente que nos ha invitado a compartir la ligereza y carnalidad de los versos de mujeres poetas. Con esto pretendemos ahuyentar a los lobos de la precariedad, las hienas de la adrenalina que nos buscan en vigilia para comernos las pasiones y dejarnos preñadas de ideas secas y hojas muertas en pleno mayo. Es un acto de amor, de rebeldía. Ante los tormentos contagiados, poesía. Porque son sus versos los que bombean la sangre caliente, sembrando de lunas nuestro cuerpo.
Día 15: fase ovulatoria