Viento caído que me deja el pecho vacío
hueco
el alma deambula por el cuarto y
tiemblo.
Ayer terminé la novela La palabra más hermosa de Margaret Mazzantini del que ya os hablé. Mi cuerpo entero está ausente… Leí sobre ellas, sobre las mujeres musulmanas que en la guerra de los Balcanes fueron rotas, quebradas de dentro a fuera y al revés. Sobre todas las mujeres, musulmanas, católicas y judías… sobre algunos hombres.. sobre niñas que deseaban ser gimnastas y niños que corrían por la nieve. Sobre los francotiradores que jugaban a «cazar conejos». Las playas de Dubrovnik, las kafanas de Sarajevo… Llevo 3 días leyendo sin parar. Leer sobre amor y guerra desgarra las vísceras lentamente, gota a gota. No he podido calmarme con el sueño. Me levanté a rezar. Por aquellas, por aquellos, por las barbaries de ahora y por las que vendrán. Quiero creer que alguien me escucha, que mis palabras hacen de escudo pero ¿por qué me iban a escuchar a mí, si sus alaridos no rompieron el silencio bautismal? qué cómodas estamos aquí, preocupándonos por detalles que ya son minucias. Ahora ellas, las que viven muertas, parieron hijas e hijos de aquellos demonios, los chetniks. Muchas los han amamantado y criado, van más allá de ese cuerpo usurpado…
Busco información sobre ellas y encuentro esta película Grbavica de Jasmila Zbanic. Planeo verla esta misma tarde. Podría dejar de lado este sordo aullido, dejarlo guardado entre las hojas del libro pero no, no puedo. Se lo debo, me lo debo, nos lo debo. Yo tenía 9 años cuando la guerra comenzó, fue una guerra que me llenaba el cuerpo de fantasmas. Me costaba conciliar el sueño, mi cuerpo menudo sabía más de lo que las palabras de mi madre podían explicarme. Era una guerra que sentía cerca, a un palmo de mi casa. Las niñas muertas de la televisión eran como yo, idénticas. Sus madres podían haber sido la mía. Los perros huesudos que caminaban por la asesinada Sarajevo podían ser mi saltarina perra…
En estos tiempos de convulsiones, cuando a alguno y a alguna, nos da por pensar en que sólo la violencia podrá hacernos avanzar, hemos de parar en seco. Hablar con nuestras abuelas y abuelos. La guerra a nosotras no nos queda tan lejos. Escuchemos las tinieblas de sus ojos y cambiemos de dirección. Libros como el de estos días te cambian para toda la vida, películas como ésta te ponen en el mundo de pie, sostenida por el vacío de la irreal realidad.
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Todo mi amor, en infinitud, para estas mujeres, porque si rompen a una, nos rompen a todas. Quizás es este roto en mi cuerpo de mujer lo que no me permite ser la misma de antes de ayer.
Día 3: fase menstrual