Es posible que este post lleve a polémica. Polémicas fértiles espero porque ellas generan vida. Sea como sea lo escribo a pesar y gracias a la posible polémica pues siento que no quiero ni debo callar.
Comienzo mostrando mi «raza» no tanto porque sea obligatorio sino porque me gusta dar cuenta de mis orígenes, porque no me gusta confundir y menos, que se me confunda.
Soy hija, nieta y sobrina de trabajadores y trabajadoras (además de amas de casa). Mi familia tanto de línea paterna como materna es humilde (económicamente hablando) y muy rica en amores, pasiones y valores. Tengo sangre vasca, palentina y asturiana. La cuenca minera ha sido el alimento de más de una generación en mi árbol genealógico. Sé la historia de mineros y trabajadores del hierro de mi familia.- es también mi historia. Conozco al dedillo las huelgas de los años 70 y la crisis que arrebató todo lo que tenían a mis abuelos y lo que pudieron llegar a tener a mis tíos y a mi padre. He apoyado todas las huelgas convocadas desde 1983 (cuando nací) hasta 2012. Soy de una familia, por ambas líneas, de izquierdas y diré que al menos en la mía, el pensamiento libre ha sido el mayor regalo que me han dado mi madre y mi padre. Mi conciencia social nació convulsa y hambrienta. Añado que soy de Euskal Herria con lo que la política nunca me ha sido indiferente. He sido educada para amar la vida y preservarla, por encima de ideales y autoritarismos tanto de un lado como de otro, porque mi madre me enseñó que «nadie molesta en su casa» y es desde esta máxima de la que tanto me mofaba de adolescente, desde la que quiero partir.
Ayer, por la noche vi esta foto en mi muro de Facebook:
Primero de todo diré que es increíble que apenas sí salga en los diarios lo que ocurre en Asturias y la situación de la minería. Pero reconozco que si queremos saber del mundo hemos de ir a twitter o Facebook ya que el resto de prensa está manipulada y atiende a intereses partidistas y económicos (no estoy diciendo nada nuevo) PERO
yo deseo hablar de la sensación de angustia que recorrió mi cuerpo al leer esta pancarta:
Si nuestros hijos pasan hambre los vuestros verterán sangre
Algo se removió en mí y me llenó de ira. Otra vez todos esos hombres ahí dispuestos mandaban al campo de batalla a los hijos (e hijas quiero suponer) de «los otros» obligando así, a salir a los suyos también. De nuevo el aprecio nulo por la vida, por lo que supone soñarla, aceptarla, gestarla, parirla y criarla. Mi espanto fue inmenso porque, por fin, la máxima de mi madre -nadie molesta en su casa- me caló hasta la médula. Me pregunté y pregunto ¿dónde están esas hijas? ¿y esas madres? ¿qué dicen ellas de esto? ¿de las brabuconadas de sus hijos, maridos y nietos? ¿Por qué siempre les dejamos a ellos la palabra rebelde? Se trata de nombrar y con esta pancarta supe nombrar que hay revoluciones en masculino (las típicas que vemos en los libros de historia y en esta foto) y las revoluciones en femenino (aquellas que no se ven pero que se sienten, aquellas que ya se ven gracias a las feministas de los años 70, aquellas que siguen latiendo y cada vez más fuerte como puede ser el 15M -os recomiendo encarecidamente que leáis este artículo sobre ¿Qué tiene de femenino el 15M? de Laura Mora-).
Hace unos días compartí el artículo de Lia Cigarini sobre el simbólico masculino y la crisis mundial, «Pero ¿qué crisis es ésta?»Creo que su lectura es imprescindible para comprender el fondo de esta cuestión. Los movimientos sociales de izquierdas son tan patriarcales como los de derechas y esto, os prometo, que siempre me ha hecho mucho daño. No se trata de un lado u otro (hace tiempo que perdió le sentido) se trata de un hacer masculino patriarcal que está cayendo, que está en crisis (aleluya! gracias a esa revolución en femenino) y que sólo lleva al mismo punto estéril y terrorífico que es la guerra, en la que ellos hacen que nos defienden y nosotras somos las que desde las destartaladas casas, después de las violaciones de rutina, seguimos limpiando los mocos a los críos sin preguntarnos si eran de «los nuestros». Luisa Muraro una vez dijo algo que no sabré citar pero que venía a apoyar esta idea. Hablaba sobre Sarajevo, sobre la inclemente guerra de los hombres. Hablaba de cómo entre los edificios resquebrajados, las obuses silbando, los muertos en la calle por ser mediodía y no poder recogerlos hasta la noche por miedo a que el francotirador te esperase, había vida en las casas. En algunos patios había ropa deshilachada lavada, colgada. Dentro se cocinaba lo imposible, se sazonaba la nada y se daba de comer. En medio de la muerte había vida, vida preservada por las mujeres.
Entiendo que alguna no se sienta cómoda con tanto mimo y tanta preservación de la vida (sin querer nos hemos sentido muy encasilladas en ese rol que a decir verdad no tiene nada de malo si se elige y no es impuesto). Sé que hay muchas mujeres que creemos que el cuido es fundamental para la vida pero que deseamos ir más allá. Hace unos meses en una charla en Ozaeta una chica me pregunto por la fase premenstrual y el arquetipo de la guerrera. Si estaba de acuerdo en la guerra y si las mujeres podíamos hacerla. Yo le respondí que las mujeres somos guerreras, pero no guerreras en masculino. Nosotras no atacamos para colonizar ni nos defendemos para dominar. Nosotras preservamos la vida. Nosotras sacamos los dientes o hemos de aprender a sacarlos, como hacen las leonas para impedir que los hombres (de ambas partes) sigan traficando con nuestros cuerpos y nuestras criaturas. Creo y siento que es el momento en que debemos hacernos más visibles y actuar para que unos no dejen sin comer a nuestras criaturas y los otros no vayan a por los hijos de los demás. Es momento de que pongamos freno a estas revoluciones de muerte. Pero este momento no es un momento único, porque muchas mujeres, muchas antes que nosotras, han andado este camino para que nosotras tengamos el amparo, la fortaleza, las ideas y los medios para hacerlo realidad. Cada una de nuestras abuelas, bisabuelas y madres en esa guerra «entre hermanos» fueron bravas y consiguieron traernos vida, sin la cual nosotras no estaríamos aquí. Sin las guerreras de nuestro linaje nosotras no tendríamos fuerza ni origen. Ahora es el momento de movernos y conmovernos, de mover y remover y dar cuerpo a una revolución que sí será un cambio, no un mortífero copia y pega de la historia malentendida y malcontada desde el masculino patriarcal.
Y si alguno duda, y si alguno nos quiere dar a entender que n
o es cosa de sexos le diré que todo está tocado por el sexo. Que no es deseable quitárselo porque es un cuerpo vivo que marca su diferencia y la diferencia es riqueza. Si alguno nos habla de la Tatcher o de la Merkel, hemos de aceptar que son mujeres pero que su hacer es una horrenda copia del hacer en masculino patriarcal. Por 10 mujeres en la historia sembrando el veneno de la muerte absurda no caen los millones de ellas preservando y revolucionándose por la vida. Podemos contar cuantos hombres de guerra hay en la historia y cuantos hay en cada familia, así podemos ver quién es quién y qué hace qué. Y si aún así, se habla de culpar a los sexos diré que yo responsabilizo (no creo en la culpa porque no creo en el pecado) a los hombres porque han de revisar su simbólico, han de comprender que hay otro simbólico, otro orden, quizás volviendo a la tierna infancia lo puedan encontrar y quizás entre hombres resolver, como hicimos y hacemos las mujeres. Así como nos responsabilizo a nosotras de actuar, de abandonar el miedo a la ira y darle espacio para mostrar otras maneras de revolucionarnos, de ser creativas y hacer de esta crisis un cambio real. Porque esta revolución será feminista o no será.
Día 4: saliendo de la fase menstrual