Alfa, pero finalmente ‘mujer’

Por mucho tiempo pensé que de alguna manera tenía algo “especial”. No necesariamente en el mejor sentido de la palabra; quizá “especial” como sinónimo de diferente, rara, inadecuada. La sensación me ha acompañado desde hace décadas, probablemente toda la vida, y ahora, a mis casi cuarenta, parece que se confirma como profecía que soy una “mujer” especial, de esas que no gustan a casi nadie.

Hace unos meses decidí separarme de mi pareja y padre de mi hija.

Me separé porque  desde hace años con él me sentía más rota que plena. La decisión ha pasado por momentos de dolor, de cuestionamiento, de incertidumbre y de miedo desbordado. Además (para qué negarlo), ha suscitado toda clase de opiniones en torno a mí y a mis ideas sobre lo que concibo como vida en pareja.

El mayor cuestionamiento ha venido de mi padre, que se ha empeñado en recordarme que soy especial y que las mujeres como yo no debemos desdeñar cuando alguien nos quiere. Porque, vamos a ver, querer a una mujer como yo no es cosa fácil y, en mi estupidez, estoy dejando a un “buen hombre”, casi un “santo”, que ha tenido la disposición de “aguantarme”. Tremenda osadía.

Pero ¿cómo soy yo? ¿Qué es eso que me hace tan poco amable?

A los ojos de mi progenitor soy una mujer dominante, soy una “macha Alfa” según me dijo. Por eso -según él- requiero un hombre con un lado femenino muy desarrollado. Otro macho Alfa me comería, me partiría la madre porque, obviamente, una podrá ser muy Alfa, muy fiera y muy salvaje, pero no deja de ser mujer. Para poner las cosas más complicadas, soy una mujer muy poco deseable porque cuando una mujer sabe lo que quiere, cuando se planta en el mundo a pedir lo que necesita, pierde atractivo a los ojos de cualquiera.

Además, en su descripción, soy muy poca madre, con lo que, al separarme, dejo a mi hija desprovista del cariño materno que, desde luego, soy incapaz de proveer. Al parecer, las noches que acuné a mi hija, los besos que le di (y que le sigo dando), las canciones que le canté, los abrazos que nos damos por las noches, el amor desbordado que siento por ella, todo eso son sentimientos y expresiones muy poco maternales. Porque las madres no son como yo, tan absorta en sus proyectos, tan ensimismada y dispuesta a estar en el mundo activamente.

Peor aún, caigo en el cliché más trágico de las mujeres, soy una cuasi cuarentona, cuasi divorciada. No faltarán los hombres que quieran aprovecharse de mí. Porque claro, de nueva cuenta, en el caso de las mujeres lo alfa no quita lo pendeja. Estando tan sola, tan vulnerable, tan expuesta, me pongo en riesgo y, de paso, a mi hija. Quizá, en alguna noche de fiesta, cuando deje entrar hombres a mi casa (porque eso va a pasar, según mi papá), ya perdida en el alcohol (porque además seguro soy alcohólica), quién sabe qué desgracia pueda ocurrirnos. Mi anhelo egocéntrico de sentirme plena, no me deja ver que me he puesto como blanco de los depredadores. Peor aún, mi poco “instinto” materno, me incapacita para vislumbrar el riesgo en el que he puesto a mi hija, que además del riesgo de ser abusada, ahora sufrirá el estigma de tener una madre divorciada… y loca insoportable.

Así, lo “dominante” sólo me hace inadecuada, el carácter decidido me hace insufrible,

pero no, no me hace lúcida, capaz, autónoma, mucho menos capaz de hacerme cargo de mí y de mi hija. A eso hay que agregar que el carácter decidido tampoco me hace atractiva. Mujer que sabe latín, como ya dijo Rosario…

De pronto siento que los viajes en el tiempo son una realidad y, para mi desgracia, yo me gané un pase directo y sin escalas al medioevo. Por eso todo es tan antiguo, tan rancio, tan violento. En apenas unas semanas, he sentido el estigma que pesa sobre las apestadas, como yo. En mi fantaseo, sigo jugando a deconstruir la categoría mujer, juego a que no lo soy, a que podemos transitar los roles y las cargas culturales asociadas a los cuerpos con vulva.

Busco crear otras ficciones, otras historias, otras maneras de vivirme y habitarme.

Imagino que salimos de los binarismos, que superamos las dicotomías, que nos vivimos plenamente más allá de la genitalidad con la que nacemos. En la realidad soy, a los ojos de mi padre (y seguramente de más de tres), una neurótica desubicada, una mujer inadaptada que tiene el atrevimiento de pensar que puede hacerse cargo de sí misma. Cuánta arrogancia para una simple mujer.

 

Texto escrito por una valiente y tremenda compañera de Soy1Soy4:La Comunidad. 
Pic: Guerrilla Girls

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