Texto escrito por Anamasha para la Soy1Soy4: la Comunidad
La medicina occidental tiene un gusto por la muerte. El cuerpo de su conocimiento exhuma muerte. Nace de observar la muerte. Desde la periferia especista hasta el drama de la sobrevivencia longeva. En ese orden se estudia la carrera de medicina en México. El primer año las ranas, experimentos con ranas muertas. El segundo año la muerte añeja, conservas de formol. El tercer año la muerte fresca, cuerpos que proceden del servicio médico forense. El cuarto año pacientes en estado terminal.
No hay nada nuevo. Las prácticas médicas nacen de mirar cuerpxs sin vida. Sin sensibilidad. De mirar jirones de carne, huesos y órganos como máquinas sin motor. Máquinas sin electricidad, sin energía. Sin latidos. Nacen de buscar fallas en el funcionamiento mecánico que den cuenta de la ausencia de movimiento. La valentía prototípica del doctor deviene de ser capaz de resistir el olor de la carne podrida mientras se disecciona y analiza la causa. Ver sangre era lo menos.
Cuentan que en los primeros diálogos entre la medicina occidental y la medicina oriental, ambas tradiciones expusieron sus puntos de vista. Hablaba un médico occidental cuando un doctor de la tradición oriental interrumpió a un colega suyo en el oído. No entiendo nada, le dijo. Están hablando de muertos, escuchó como respuesta.
En la lógica entusiasta del progreso se buscan las anomalías en el funcionamiento mecánico para remplazarlas y mejorarlas, se imaginan soluciones como se piensan los cambios de refacciones y se recetan píldoras como sustitutos del padecimiento. La cuerp se trata como si fuera máquina. Pero no es. La cuerpa está viva, la máquina no. Y ese elemento vital es vital para comprender su complejidad.
La medicina oriental, por el contrario, nace de la práctica de conocer y reconocer una cuerpa con vida. De tocar una cuerpa y de preguntarle a la persona qué siente, qué recuerda cuando es tocadx, presionadx, movidx de determinadas formas. Con la precisión de una aguja en la acupuntura pero con muchas otras técnicas de contacto que provocan una mejoría en la salud.
Por eso los médicos orientales no podían entender de lo que hablaba la medicina occidental. La práctica oriental trabaja con cuerpxs vivxs, con personas que son agentes -no pacientes. Con las energías del cuerpo y con las rutas en que éstas se movilizan recorriendo carne, órganos, huesos, sentimientos, pensamientos y emociones. En un ejercicio donde la respiración tiene un orden trascendente.
La implicación de estas formas de entender las cosas no es impune. Afecta porque es también perspectiva y visión. Fundamento. Filosofía. Formas de mirar el mundo. Yo me sentí muy inocente el día que caí en la cuenta de que la investigación y la atención médicas no eran solamente “científicas” e “imparciales”, sino que también tenían preferencias, intereses y ganancias que estaban en juego. Justamente porque las decisiones no son tomadas por un software (en cuyo caso también habría un criterio humano), sino por investigadores de carne y hueso, por médicos y por agentes de ventas, por laboratorios.
Esa tendencia se puede ver casi en cualquier medicamento y en cualquier práctica quirúrgica. Las feministas lo tienen muy bien trabajado desde la perspectiva de género y hace falta poner los mismos cuestionamientos desde otras perspectivas, como la infancia. En el caso de las mujeres el parto es un ejemplo clave.
En todos los registros que se tienen los partos eran acompañados por otras mujeres. Hay culturas donde la parturienta camina sola hasta encontrar un lugar adecuado y no vuelve sino hasta que haya nacido el bebé. Pero en el resto de los casos los partos son momentos donde la mujer que va a dar a luz es acompañada y guiada por otras mujeres. El ginecólogo Michel Odent ha reunido toda la documentación que muestra que la presencia de los hombres en los partos no sólo es una moda de la modernidad sino que tiende a inhibir el proceso de parto.
Actualmente las cifras de nacimientos por cesárea son alarmantes en sí mismas. Mientras que en los partos naturales que se ocurren en los hospitales, los protocolos de atención priorizan a los médicos no a las parturientas. Todos los procedimientos, empezando por la posición, acostada boca arriba en una camilla (a una altura que es cómoda solamente para el doctor), hasta la separación de la madre y el bebé, revelan que lo que se considera “más importante” es el sistema médico. Lo que se refuerza es la idea de la higiene a toda costa, el sentimiento de miedo que produce el auto-desconocimiento, y la comodidad de delegarle a otro nuestras responsabilidades y preocupaciones.
Las píldoras anticonceptivas también condensan una visión, no sólo la de la Ilustración y el progreso sino también la del sistema patriarcal. ¿Por qué se inventaron las píldoras para las mujeres si son ellos los que inseminan? Podrían existir ambas pastillas, para mujeres y para hombres. Estas últimas sí fueron inventadas (recientemente, hace 10 años) pero no se han producido masivamente porque no son populares. ¿Para qué harían los hombres algo que ya hacemos nosotras? ¿Quién está dispuesto a perder su comodidad? Desde su diseño, quizás no hubo una mala fe explícita contra las mujeres, pero de eso se trata, de que hay hilos, tramas, consecuencias y hechos que siendo implícitos afectan nuestras vidas.
La investigadora, ensayista y artista española, Diana J. Torres, ha demostrado que la eyaculación femenina sí existe. No es orina. Hay una o más bien muchas glándulas de Skene en cada mujer, que colectan el agua de la cuerpa y la expulsan en un momento de placer. ¿Cómo es posible que un conocimiento tan básico haya sido ignorado durante siglos? La respuesta en buena medida tiene que ver con quiénes eran los sujetos al mando de las investigaciones médicas. Hombres. Hombres que no estaban interesados en explorar la sexualidad femenina, hombres queriendo contener y controlar las prácticas sexuales de las mujeres.
El universo de lo desconocido no se ciñe sólo a nuestros alcances científicos o tecnológicos sino a una visión y a una perspectiva, a una filosofía y a una práctica de la vida. Nuestra percepción de la realidad es demasiado cultural. ¿Quién sabe a qué huele el miedo? ¿La angustia? ¿La felicidad? Todos los animales pueden olerlo, excepto nosotrxs. Hay un cúmulo de experiencias y vivencias a las que nos hemos clausurado. Que han sido desplazadas y despreciadas por la visión renacentista, por el progreso y la razón.
En nombre de la razón se ha dicho que lo que no se puede comprobar no existe. Sin embargo la razón sabe que ese es un pensamiento de extrema soberbia, no un acto de razonamiento. La razón es sólo uno de los terrenos en los que nos debatimos, pero no el único. Habitamos también la intuición, aunque la llamemos coincidencia. Y habitamos un cuerpo que es el territorio más vulnerable de nuestros pensamientos y emociones. Tenemos un alma, pero esa ha sido negada hasta por la izquierda más izquierdista.
La medicina occidental nos tiene completamente rotxs, desconectadxs, ajenxs a nuestrxs propixs cuerpxs, a la sabiduría contenida en la cotidiana expulsión de mierda, en los flujos de la menstruación y en el sudor que excretamos. ¿Para qué si todo se resuelve haciéndose un estudio, cercenando un seno, tomando medicinas? Desconectándonos de nuestra propia trabazón.
Parece un sinsentido pensar que está bien que lxs cuerpxs se enfermen. Pero lxs cuerpxs sirven para amortiguar las almas. Para concretar el dolor, para materializar el miedo y el enojo. Para hacernos visible lo que no vemos (o lo que no queremos ver). Por eso es importante interpretar al cuerpx, escucharlx, darle tiempo para sacar, eliminar, limpiar o mover aquello que nos petrifica un órgano, una circulación, un movimiento.
Lo incómodo también nos pertenece. Necesitamos también podernos hacer las preguntas al revés. No sólo saber qué perdemos cuando nos enfermamos sino qué ganamos cuando nos enfermamos. Porque ganamos un chingo de cosas, ganamos tiempo, reconocimiento, empatía, piedad y compasión, por decir lo menos. Y en otra vuelta de tuerca preguntarnos qué perdemos por no preguntarnos qué ganamos.
Porque si la tendencia continúa, nuestrxs cuerpxs se terminarán por parecer más a las gelatinas (o al cemento rígido, inflexible, impenetrable), por que estará a la orden del mandamás, como mitigadores del sistema o como generadores de activos financieros. Acarrearemos cuerpxs que respiran y “funcionan”, pero que su aliento de vida se parece más al de un zombie porque está como muerto en vida.