Descansar es de ricas

Descansar es un lujo. Es un privilegio. Lo es. Me revienta escribirlo pero es así. Por mucho que me duela dejarlo prendido de la pantalla, esto es así.  Y este dolor de hacerlo palabra, no es más que la señal inequívoca de que la realidad, la cruel ficción-realidad, es ésta: No todas podemos descansar. Cierto es que las que podríamos no sabemos ni cómo empezar y nos lamentamos. Y nuestros lamentos no valen menos. También pesan y también tienen su espacio. Pero todo pasa por saber que es poco acertado decir: señora, descanse. Porque no, descansar no es lo que va a vestir a mis hijos ni a proveerlos de comida, ¿verdad?. Hemos participado activamente y hemos sostenido con nuestros cuidados y nuestro intelecto, este sistema en el que el descanso es un bien de lujo, un cheque en blanco de tiempo al que muy pocas podemos aspirar.

Mi madre no tiene tiempo para vivir su menopausia como sería lo deseado por su cuerpo. Trabaja, mantiene y soporta una casa, forzando su cuerpo al límite porque si ella se para, se para su pequeño- gran mundo. Y no sólo se para, si no que se precipita al vacío. Ella trabaja como una de 20- dice- porque las de 20 llegan pisando fuerte y ella, ella ha de hacer lo que está más allá de su cuerpo de 51 (esto lo da la experiencia). Cuando yo le decía a mi madre: ama, descansa. Tu cuerpo te lo está pidiendo. Ella me miraba con sus enormes ojos azul cielo. No le salían las palabras. Sonreía como la que observa, divertida, a una niña dar sus primeros y torpes pasos. Un día se atrevió a llevarme la contraria (en mi casa, esto es un deporte de riesgo): Hija, yo no puedo descansar. Está muy bien que mi cuerpo pida esto pero el banco pide lo otro, y en la calle no nos vamos a quedar. Me asusté. Y lloré. Así es, creer que todas podemos descansar es no ser consciente de los privilegios que cada una podemos tener. Para que yo pudiera optar a un trabajo y una forma de vida en la que el descanso estuviera incluido, mi madre puso su agotamiento perpetuo como moneda para que yo cruzase el río (lo duro de esto es que ahora ella no me deja acompañarla a cruzar la orilla). En el otro lado del río, a veces, se te olvida que hay orilla. Se hace difusa. Hace poquito me culpaba por ello. Me avergonzaba de haberme esforzado en nadar hasta esta orilla. Mi madre y mi padre, taladraron el dique para que pudiera llegar y yo puse todo mi empeño en nadar contracorriente para dar con mis huesos en este prado mullido en el que hoy vivo. Y a veces, pocas pero algunas, se me olvida que en este río hay dos orillas. Y no se me olvida la orilla de donde vengo ni lo que traje de ella a ésta, pero sí que hay cosas, pequeñas- grandes cosas que no recuerdo porque nunca llegué a verlas pese a haber sido las velas de este cascarón de nuez: el descanso es una de ellas.

Podría autoflagelarme por no haber caído en la cuenta. Podría llorar angustiada por haber basado parte de mi trabajo en recomendar hacer algo (descansar), que entendía que todas las mujeres, podían. Podría y lo he hecho. Me he maltratado y me he puesto a llorar de rabia y de vergüenza. Pero esto no me lleva a ningún lugar. Ninguno que sea fértil. He pasado demasiado tiempo sintiéndome culpable por haberme alejado (no mucho) de la precariedad (no hace más de 1 año que esto ha pasado). Mi conciencia de clase es uno de los mayores lastres que he tenido nunca. Jamás me ha liberado ni me ha ayudado a acompañar libertades ni personas (que las libertades sin personas son papel mojado). Todo lo contrario, me ha hecho clasificar a las personas por un filtro teórico. Filtro que me ha impedido Ver Más Allá. Filtro que me ha ayudado a señalar los privilegios de lxs otrxs pero no a ver y acoger los míos. Porque tengo privilegios, porque algunos los he conquistado a sabiendas para poder vivir más tranquila (no pocas de las personas que vivimos en situaciones económicas complicadas la teoría y el orgullo de clase nos suele resbalar porque lo que importa es comer, vestir y soñar que algún día saldremos de allí). Y ahora que los tengo, tras tanto esfuerzo, me sale avergonzarme, y arrepentirme y pienso, y también siento, que soy una desagradecida de cuidado. Ahora que tengo algunos de ellos, soy tan chula, que puedo arrepentirme y además rechazarlos si quiero. Después de que la rubia de metro cincuenta y siete, de ojos azules cielo trabaje de sol a sol, yo, YO, digo que no quiero disfrutar de mi derecho humano conquistado gracias a ella y a él y a la pequeña Erika que no dejaba de estudiar día sí y día también. No. Esto no puede ser así. Los privilegios existen y están para alcanzarlos y expandirlos y acompañar a otras a tomarlos y estas otras, como yo, ha de ser responsables de dinamitarlos y hacer entre todas, una lluvia de estrellas que empape a todas. Lo cruel de los privilegios, sí es su existencia, pero a la vez es guardarlos en una cajita. Si yo puedo descansar (y juro que me cuesta horrores hacerlo y creer que me lo puedo permitir) ¿Cómo puedo hacer que mi madre descanse? Y yendo más allá ¿Cómo podemos hacer las privilegiadas del descanso, para expandir este bien de lujo? ¿Cómo hacemos para generar este espacio? ¿Cómo nos organizamos para hacernos con el tiempo?

Yo veo 2 acciones, o al menos dos puntos de partida: uno es interior y personal/ el otro es colectivo. Voy a empezar por este último:

Desde mi trabajo, siempre he señalado que este sistema productivo está basado en aplastar el cuerpo femenino. Nuestras diferencias se entienden como «hechos a superar» (No me voy a extender en este punto, porque lo explico todo aquí) y así hemos hecho. No las hemos superado porque es inviable, pero sí las hemos ocultado, adormecido, intoxicado. Hemos aprendido a odiarnos (odiar nuestro cuerpo) y drogarnos como mecanismo de encaje para este engranaje socio-laboral. Mi propuesta siempre ha sido la de ir más allá y no sólo revolucionarnos y hacer del descanso, por ejemplo, nuestra revolución; sino crear nuevas estrategias colectivas. La cosa está en que una para ser cíclica necesita comunidad y que si una descansa y la otra va a trabajar, al final el sistema castiga a la rebelde. Por ello he pensado que, mientras nos siga costando practicar la revolución del descanso de manera conjunta y radical (esto es que no nos movemos ni una) por temas como este tan grave que es el quedarse en la calle sin nada por ejercer tu derecho vital a descansar, podríamos crear alternativas o quizás más que alternativas sean comienzos para esta revolución de mimo y orgullo del cuerpo menstruante. La que brilla en mi cabeza sin parar es la de crear grupos de personas menstruantes (la inmensa mayoría son mujeres) para proveer de mimo y apoyo a las menstruantes. No sé cómo podríamos llamarlos, pero sería genial que hubiera en cada pueblo un grupo de mujeres organizadas en hacer la comida y llevarla a casa de las compañeras que así necesiten cuando estén menstruando. O quizás en ir a casa de la compañera que está menstruando y que puedan ayudarle estando 1 hora con sus peques, para que pueda echarse una siesta, o lo que ella necesite. Por supuesto, esto rotará. Con lo que la que fue cuidada, después cuidará. Vamos, nada que nuestras abuelas no hayan vivido, pero en versión 2.0. Eso sí, pienso en que es posible que nos sincronicemos al ser un grupo de mujeres y que acabemos menstruando a la vez, pero vamos que esto lo podremos ir viendo cuando suceda. La claves es comenzar. Empezar a movernos, a salir de nuestras casas para ir al encuentro de la otra y acogernos. Mi madre no vive nada cerca (vivimos a 600km la una de la otra) pero sé que si yo estuviera para cocinar o para darle un masaje o escucharla de verdad, piel con piel, ella se dejaría hacer por el descanso.

Porque el descanso no puede ser un bien de lujo. Es un bien de primera necesidad convertido de la manera más cruel en un bien para unxs pocos, y estos pocos casi nunca son mujeres. Nosotras podamos o no, no nos permitimos descansar. Y aquí llega el primer punto de partida que señalaba más arriba. De manera íntima y personal, tenemos que trabajar con este rechazo a parar. Es un rechazo lícito y real, pues llevamos muy poco tiempo en el espacio público y éste no ha sido ni es fácil de ser habitado por nosotras. Para llegar a él nos hemos de amputar muchos pedazos de nosotras y hemos de renunciar a algo tan básico y necesario como la brisa acariciando nuestra frente en un día de trabajo eterno. No podemos descansar porque descansar, para una mujer, supone desaparecer del espacio público. Para ello se me ocurren algunas cosas que llevo tiempo poniendo en práctica:

1. Apoyarnos, pero de verdad

Cuando una compañera piensa en descansar teme que su espacio sea tomado por otra. El espacio si se comparte se amplía, esto es que cuantas más mujeres seamos en el espacio público más hueco tendremos y éste se hará más grande y es posible que lo hagamos flexible y que entren más y más. Pero esto no ocurre porque nos tememos. Hemos aprendido a temer el trabajo de las otras, a envidiarlo, a tirarlo por tierra, a no apostar por él, a cuestionarlo con lupa. Cuando digo apoyar digo, por ejemplo, a poner nuestro dinero en propuestas hechas por mujeres (para descansar se necesita comprar tiempo).

2. Tejer redes auténticas

No hablo de grupos grandes de mujeres, hablo de iniciativas pequeñas y eficientes que nos sirvan para nutrirnos. Redes de mujeres que sirvan para expandirnos y movernos. Si yo llego hasta aquí puedo ayudarte a llegar conmigo. Esto requiere humildad y amor, mucho amor (por ambas partes), porque el fantasma de la envidia nos atrapa a todas sin excepción. Por eso hablo de grupos pequeños en los que la confianza sea el caldo de cultivo.

3. Ninguna estorba

Me sé esto de: ¿la defiendes sólo porque es mujer? A esto he acabado respondiendo que sí. Porque a una pregunta sin fundamento, no le corresponde una elaborada. Pero en resumen, sí, yo estoy del lado de las mujeres siempre. Me sé lo de Esperanza Aguirre y lo de la Thatcher, ejemplos típicos para que desista o me explique. No voy a hacerlo, que me salgo del tema (además de que me agota). Pero sí, siento profundamente que mi lugar es aquel donde estén las mujeres sean derechonas, izquierdosas, neocones o hippies. Incluso con aquellas que se autodemoninan antifeminsitas. Mi padre se desquicia con esta posición pero para mí es estar con aquellas que han de luchar cada día de su vida por no temerse, ni odiarse, ni sentirse loca, ni sucia, ni inadecuada, ni histérica en su propio cuerpo, cuerpo que simboliza la sumisión.

Éstas son mis tres claves para que ninguna mujer tenga que temer al descanso por posible extinción. Claves que se han de practicar en primera persona del singular y del plural, pero que han de atravesar la teoría y hacerse cuerpo para crear realidades-ficciones más tiernas.

Mi madre sacrificó su descanso para que yo pudiera descansar. Yo ocupo mi tiempo generando teorías sobre el descanso y sus posibilidades para que a todas les alcance y para que cada vez seamos menos las sacrificadas, para que podamos ocupar nuestro cuerpo desde el descanso, atravesando la productividad masiva y el engranaje de este sistema patriarcal (y también lo ocupo aprendiendo a descansar atravesando la culpabilidad). Creo que esta es una buena manera de utilizar los privilegios, ahora toca ponernos en movimiento, porque éste sólo se demuestra andando, así que:

Pic de Designspiration

 

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