Empodérate tú. Yo me quedo aquí llorando.

No quiero sonreír siempre. No. Seré una melancólica lacónica de mierda toda la vida, pero porque yo lo he elegido. El otro día, entre cervezas que se calientan al de 5 minutos (eso pasa en Sevilla), Bárbara y yo hablábamos de lo que nos dolía tener que buscar la felicidad siempre, a toda costa. Y que esa felicidad se relacionase siempre con la sonrisa de la panza llena, en lugar de ubicarla en la nostalgia feliz (que también conocen lxs nipones). Yo no quiero ser feliz todo el rato. O no quiero serlo así. Me abruma tanta búsqueda del bienestar, mientras en la búsqueda, me voy privando de la miel de mis heridas. A veces, muchas, estoy rota y no deseo recomponerme. Y no por vaga ni por maleante, sino por el placer de vivirme así, rota, destartalada, surcada de descosidos ¿Por qué lanzarnos constantemente a zurcirnos las costuras? ¿Por qué no permitir que la brisa y el salitre nos ablanden las heridas para que puedan sangrar a su antojo? ¿Qué les pasa a lxs demás con el dolor ajeno? ¿Quizás invoca al propio y por ello nos piden, nos ruegan, nos suplican, nos  fuerzan a hacernos un torniquete a la altura de la carótida?

No, yo voy a seguir desangrándome por el placer de hacerme crack-boom-fuck en la puerta de mi habitación, mientras los gatos me lamen magistralmente aquellas heridas que la purpurina de la autoayuda han tratado de ocultar. Me rompo con la facilidad de una hoja de papel chamuscada por el sol. Me hago trizas antes de llegar a recomponerme ¿y qué? ¿Por qué tengo que ser sólida? ¿Quién va a creer a este pedazo de carne recosido si no muestra su doblez? Me cago (literal y poéticamente) en el empoderamiento. No quiero empoderarme más ¿Cómo coño puedo empoderarme si no puedo habitarme en mi tremenda fragilidad? ¿Qué problema tenemos con lo rompible? ¿Quién vistió de indeseable la fragilidad? Yo me lanzo al fondo del mar para dejarme hacer por las algas, para que me aten bien profundo y no me dejen respirar ese poder de celofán que tanto brilla y que tan opaco y miserable puede llegar a ser. No, renuncio a ser la fuerte-fuerte que se ponga el mundo por montera. Yo dejaré que el mundo me vaya tejiendo mientras me deshago en su boca, por el poder de hacerme Nada en ese Todo que dicen que he de reconquistar. Alguien dirá que soy una consentida de mierda, una privilegiada que puede optar a no empoderarse, Ese alguien puede que tenga razón. Seguramente sí, pero yo ya no puedo seguir jugando al gato y al ratón. No me interesan los gatos. La vida de ratón es más que la de ser comida para gatos. La historia de los ratones se escribe más allá de los gatos. Hay más vida tras la lucha gato-ratón. Yo nací con cola de ratón, ojos de ratón, bigotes de ratón. Y juego a ser leona. Y hago bien e l papel de leona. Pero, tengo corazón de ratón. Y éste no es menos bravo que el de leona. Es un corazón más pequeño pero entra en mi pecho de rata. El otro se desbocaría, el otro me dobla el tamaño y no me serviría para vivir. Sólo para morir. Sólo para morir.

No quiero morir. No me llaméis cobarde. Me empeño en vivir.

Por ello no voy a seguir empoderándome (creo que ni empecé). El poder no se tiene. El poder no se pide. El poderse coge. Y con él una tiene el poder de hacer lo que sea su poder. El mío es romperme para no armarme de nuevo, o no de la misma manera en la que fui armada al inicio. Miles de piezas se han ido perdiendo en estos 31 años ¿por qué me afano en salir a buscarlas? ¿Realmente las necesito? Empodérate, me dicen. Empodérate, me piden. Empodérate, me ordenan. Pero no lo quieren. No saben lo que me piden. No saben que yo ya tengo lo que me niegan. Que yo no voy a morder la zanahoria que ponen delante del hocico para que me entretenga de nuevo. Estoy tan empoderada que me suda el coño ejercitarme para tener más poder de plastilina. Porque ese es el poder que quieren que tenga, el de ‘pega’, empoderadas de DisneyWorld, atrezo bonito y caro, porque empoderarse cuesta un ojo de la cara. Empodérate tú para que me lo lleve crudo yo. ¡Ou yeah! Pero eso no importa (todo el mundo tiene que comer), que una puede empoderarse con cursos subvencionados por el Gobierno. Y digo yo que si el Gobierno, si el Falo, me quiere empoderada, está claro que yo no voy a hacerlo. Yo voy a seguir mi camino de perra apaleada por mucho tiempo. Voy a continuar llorando por las esquinas, desojándome violentamente cada 20 días (premenstrualidad) y haciendo arder el mundo desde la angustia ancestral de mis tripas. No voy a pintarme una sonrisa para tragarme a cucharadas tanto dolor, porque de mi dolor, del nuestro, nadie sabe ni nadie quiere saber. Simplemente lo hemos de guardar bajo la alfombra y meditar y respirar y sonreír y contar hasta 10 y cantar mantras y hacer crochet y ponernos guapas ¡un mojón! eso es lo que va a pasar, que la mierda -el mojón-nos va a seguir llenando el cuerpo de pestes, de putrefacción, de miomas, de endometrios inflamados.

No. Yo no voy a buscar la felicidad en las latas de refrescos. De hecho voy a dejar de suplicarme ser más ligera, más feliz, más optimista. Voy a prender fuego a las consejeras de la ilusión y el positivismo. Soy una pesimista simpática, una nostálgica risueña, una cínica tierna, una domadora de silencios. No necesito empoderarme para levantarme por la mañana, porque a veces toca no levantarse, a veces no es mañana, a veces es nunca, a veces es la noche ‘más oscura del alma’ y no amenece en 10 días, 1 mes o 3 años. Y ¿qué? Que esto se llama depresión, se llama volatilidad, se llama locura, se llama enfermedad. Pero tragar mierda diligentemente con sonrisa de boba, se llama felicidad, se llama equilibrio, se llama bienestar.

Haciendo memoria, rescato como momentos de mayor felicidad (si es que la felicidad es algo universal, que no lo es) aquellos en los que más frágil y desangrada he estado. En esa posición de pérdida del poder (del único que conocen) siempre he dio el doble de poderosa. En esa ‘no lucha’, he luchado y he salido victoriosa. Es cuando me pinto el cuerpo de esperanza prestada y me visto de empoderada, cuando me resquebrajo. Prendo fuego a El Traje de Empoderada. Que arda en el cielo de las Buenas-Niñas. La Herida es mi maestra. Mi cuerpo es un traje ceñido plagado de costurones. Cicatrices que hablan de cómo nos rompimos y cómo nos cosimos a ratos, dejando al tiempo la decisión de hilarnos o no. Porque a veces una no necesita rearmarse. Todxs necesitamos dejar empoderarnos. Tengo la desfachatez de decir lo que la humanidad necesita. Viva mi estupidez. Pero sí, necesitamos enfragilizarnos, dejarnos ver las heridas, esperar a que el tiempo haga de pegamento y nos junte los cachos de piel a su antojo. Clamo por una lamida de heridas mundial. Como perras, como lobos, como ratones. Y ahí, en el calor de la que se sabe rota, podremos sonreír de verdad, esa sonrisa preludio de lo tierno, de lo dulce, de lo cierto. Y como las heridas escuecen con la saliva, nos volverá a picar y frunciremos el ceño y alternaremos risa-llanto-suspiros-gemidos-canto.

No, no quiero ser feliz. Renuncio a la búsqueda que tan miserable y torpe me dibuja. A veces, no me gusto. A veces, me comería a besos. A veces, me dormiría con la cabeza dentro del horno. A veces… y es que en todas esas veces de ‘a veces’ soy una y mil a la vez, una y mil en un mundo raro, duro, roto, estúpido, ajeno. Por eso no puedo ser feliz, porque no es posible. Puedo ser y punto. Ser con lo que haya. Ser con lo que mana de mis heridas. Ser con lo que salta y se estrella en mis labios. Puedo provocar una revolución en mis bragas y devorar lunares. Puedo hacer y no hacer unas cuantas cosas, pero ser feliz, no. Y no sabéis lo que me alegra.

Pic Designspiration

Dos viernes al mes en tu buzón: Nos leemos. Nos vemos. Nos lamemos las heridas. Lloramos. Reímos. Arriba y abajo. Montaña rusa. Así somos las locas menstruantes, ¿te vienes con nosotras?

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