Cómo la madre siembra los miedos, los riega, deja crecer y se asegura de que arraigan.

De niña me gustaba siempre jugar con los chicos, creo que ya había aprendido que ‘lo masculino’ era poder, era aceptado e incluido. Por eso yo me incluía con ellos, con los chicos y por esa época ellos me aceptaban como uno más. Yo tendría siete u ocho años.

Mi abuela paterna se encargaba de recordarme que yo no era una de ellos y que no estaba bien visto que yo jugase siempre con chicos. ¿No hay chicas como tú?, ¿siempre vas con chicos?… son muchas de las preguntas que recuerdo. Mi madre se encargaba de todo lo contrario, sumisa a mi padre, pienso que creyó que para que yo no fuese mayor problema para ella, lo mejor era que tomase ejemplos en los chicos. Recuerdo que yo siempre quería ir más rápido con la bici, aguantar más kilómetros con ella, ganar al béisbol, incluso caerme para tener cicatrices en las rodillas. Las muestras de “debilidad” en las niñas de mi grupo me parecían rechazables, las hacía inferiores y no dignas de estar en esos grupos. Era lo que mi madre me enseñaba, por eso no me gustaba jugar con niñas. Hasta que comencé a ver que a los chicos, en un determinado momento de nuestra edad, les interesaba esa ingenuidad que hasta ahora ignoraban, esa “debilidad”, todo eso por lo que antes yo era una de los suyos ahora me hacía sentirme discriminada y rechazada.

Fue ahí cuando comencé a ser consciente que odiaba mi cuerpo, mi madre ya se había encargado de enseñarme que odiar el cuerpo de una cuando no cumple con los deseos masculinos es una cosa normal. Ella siempre hacía dietas y más dietas, solía decir que lo mejor que le podría pasar es comer sin engordar, se miraba al espejo delante de mi (nunca desnuda, eso era tabú) y se decía a sí misma “qué gorda estoy, qué asco doy”. Y eso aprendí yo, el qué asco doyRecuerdo también que me decía “deja de comer así”, “pareces una mesa camilla”. Eso me llevó un tiempo durante los 9 o 10 años de edad a pensar que cuando tenía hambre era mejor no comer comida. Lo que hacía era, siempre a escondidas, beber de las botellas de alcohol que había en el mueble-bar. No recuerdo si me emborraché alguna vez, nunca nadie se dio cuenta de aquello. Pero sí que se dieron cuenta cuando pasé a las botellas de vinagre, me bebía el vinagre cuando tenía hambre para no comer, para no engordar.

Mi madre por supuesto nunca pensó que una cosa pudiese tener relación con la otra. Mi madre nunca pensó que ella me estaba generando un trastorno que hoy con 36 años trato de superar, o mejor dicho, trato de convivir con él sin molestarnos el uno al otro. Trato también que no le moleste a Guille.

Durante esa etapa, mi etapa, -porque no sé en qué etapa estaban mis padres- mi padre, cuando veía la televisión y salía alguna mujer ligera de ropa con pechos voluminosos y cuerpo dentro de la norma, decía “mira qué buena delantera” o “sin delantera que va”. Esos mensajes junto a la respuesta de mi madre “pues búscate una así”, hicieron que yo archivara claramente cómo tiene que ser una mujer para gustarle a un hombre físicamente. Luego ya mi padre se encargaba de decirme que “con ese genio no va a haber hombre que te aguante”, “te vas a quedar más sola que la una”, etc. Eso me fue dando pistas de cómo no debía ser si quería gustar como lo hacían las otras niñas.

Además veía los juegos de mi madre y mi padre, él jugaba a cogerla del brazo hasta ver cuánto podía ella. Claro, mi madre sabía que para gustarle debía mostrarse débil y menos fuerte. Yo también notaba la satisfacción que eso producía en mi padre. Luego esos juegos comenzaron conmigo, mi padre quería dejar claro que el hombre es el fuerte. Yo debía ser más débil que los chicos, mostrarme inferior para gustarles. Luego ya fui estando más atenta a otros mensajes que hasta ahora no había tenido en cuenta, no les había prestado atención. Cómo mi padre hacía chantaje emocional a mi madre y ella cedía para que él no estuviese enfadado, cómo mi madre se encargaba de las cosas de la casa siempre y yo también. Mi padre se enfadaba cuando yo no las hacía y también cuando mi hermano las hacía. Para mi padre no estaba bien que mi hermano aprendiese a limpiar el baño y por supuesto que jugase con la cocinita. A mi hermano le encantaba jugar con las cocinitas. Y con todo esto y más mensajes que no voy a detallar y otros que no recuerdo, creo que ya estaba perfectamente metida en mi traje de mujer. Ese que hoy detesto.

Aprendí que debía tener una pareja-hombre para no ser rechazada. Aprendí que debía gustarle a los chicos para ser aceptada, pero sin dejarme en sus manos, pues eso me quitaría mi valor y sería la humillación de mi padre. Esto mi madre me lo dejó meridianamente claro poniéndome siempre como ejemplo de lo que no debería ser ni hacer a mi tía, su hermana. Mi padre siempre criticaba a mi tía y mi madre se crecía viendo como ella sí encajaba por haberse sometido. Hoy sé que mi tía ha sido una mujer mucho más libre, pero con mucho sufrimiento por no someterse a la norma establecida.

Mi madre estaba más preocupada de satisfacerlo a él y sentirse aprobada por el resto del entorno social -hoy sigue siendo así- que de lo que estaba generando en su hija.

Eso que yo percibía de mi tía a mi madre, lo comencé a identificar años después conmigo. Sin saber por qué hace muchos años que dejé de mostrarme vulnerable ante mi madre, nada de contarle problemas, sensaciones, malestares, miedos. Cuando era pequeña nunca obtuve respuestas que me generasen confianza o un camino a seguir pero de mayor noté que mi madre prefería ni saber, ni conocer. Hoy sé que ella se muestra ciertamente placentera cuando yo me enfrento a una dificultad. No es una locura mía, lo he comprobado, lo he contrastado y de verdad es así. Creo que ella refleja en mí sus frustraciones, lo que no ha podido ser. De ahí que cuando a mí me va mal ella se siente un poco menos miserable en su vida.

Lloro de la tristeza e impotencia. Mi madre no quiso ser mi madre y hoy veo claro que nunca lo ha querido ser. Yo siempre me he sentido sola, desprotegida, con miedo…

Texto escrito por Sandra en Soy1Soy4: La Comunidad
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Este año se acabó el sentirse sola-rara-rota.

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