La pista del terror

Cada jueves a eso de las 10:50 paso por la que fue mi escuela. Mi Ikastola como decimos aquí. Un colegio enorme donde cabíamos (y caben) 1.000 niñas y niños, con un espacio para hacer deporte al lado de una carretera nacional, y una pista de atletismo del tamaño de semejante edificio en medio de ese espacio.

Durante 10 años de mi vida he dado cientos de vueltas allí. 1-1-1 significaba que había que dar una vuelta corriendo, una andando y una corriendo otra vez, pero no a la pista, sino a todo el espacio deportivo, como una pista y media. Ese era el calentamiento antes de cualquier clase de gimnasia o soinketa, como decimos aquí (soinaren ariketa: ejercicio del cuerpo). A veces era 2-1-2, según el día que tuviera alguno de aquellos Hombres que se dedicaron durante tantas horas de mi vida a “enseñarme” a correr.

Yo siempre me quedaba atrás, era la última, la muy última y recuerdo aquellos esfuerzos como la mayor de las torturas que he sufrido nunca.

Cada curso, durante el primer trimestre  el “tema” era Atletismo. Aquellos tres meses ademas del calentamiento nos pasábamos el resto de la hora corriendo y corriendo, dando vueltas y más vueltas en aquel bucle infinito contaminado de ruido y humo de coches. Hacíamos otro tipo de pruebas de sprint, de relevos y demás en las que, por supuesto, yo seguía quedándome la ultima o incluso no llegaba a “llegar”. Con el añadido de humillación que suponía ademas que el grupo perdiera por mi “culpa”.

Había otros dos trimestres mas, sí, pero en éstos yo tenía tan mermada la confianza que era incapaz de sacar nada bueno de mí, no había progreso, simplemente procuraba sobrevivir a aquella vorágine de superación tan absurda y competitiva. Mi capacidad psicomotriz fue decayendo en cada uno de los kilómetros que corrí en aquella pista.

Algunos días llovía y por suerte hacíamos la clase en el gimnasio, aunque allí, nada más entrar el Hombre de turno nos gritara “3-1-4!!!” y se quedaba tan tranquilo durante otros 15 minutos. Y otra vez a correr.

El primer trimestre de 4 de la E.S.O. lloré desconsolada delante de toda mi clase cuando Martxel (el machuno de turno) me dijo que había suspendido Soinketa. Era el primer suspenso de mi Historia y él argumentaba que yo era vaga y que no había llegado a los mínimos.

¿Como podía ser que en esto de ejercitar el cuerpo, en esto de encontrar-me con y en mi cuerpo también hubiera unos mínimos?

Recuerdo que puse el grito en el cielo, hablé con el director del colegio y pude ver como a pesar de comprenderme, ni el mismo podía hacer nada. Los mínimos, eran y son los mínimos en el sistema-educativo-del-sistema.

Me ha costado años darme cuenta del dolor que hay en mí por aquella Soinketa de la que tuve que ser parte.

Aquella forma de relacionarme con mi cuerpo nada tiene que ver con lo que ahora Sé.

Es diametralmente opuesta. Aquellas carreras a “fondo perdido” solo me convencieron de lo poco que valía, del poco fondo que tenía, de lo superiores que eran lxs demás, de lo poco que era yo. No me enseñaron nada, al contrario, hicieron que se me olvidara mucho.

Me ha costado años recuperar mi psicomotricidad, subirme a un árbol, saltar por las rocas, cruzar un rió, darme permiso para volver a correr sin prisa y sin tener que llegar a ninguna parte.

Confiar en mis pies y en mis piernas es algo que todavía practico cuando llego a un lugar nuevo y recuerdo la supuesta torpeza que alguna vez me creí.

Ahora, cada jueves, cuando paso con mi coche por esa carretera y veo la Ikastola y la pista del terror, una mezcla de sentimientos me recorre de arriba abajo. Siento una profunda rabia y una tremenda tristeza por aquellos días. Siento la herida de haber querido rendirme, recuerdo el dolor en mis piernas y en mi corazón. Cuando paso por allí suelo ir de camino al proyecto de educación “integrada”-“no directiva”-“libre” (no tengo el adjetivo todavía) donde colaboro. Aquí no hay carreras, aquí no hay mínimos, aquí solo hay heridas puras procurando ser sanadas acompañadas de personas adultas. Aquí sólo hay personas aprendiendo a Vivir-se en el Mundo.

¡Cuántas veces fantaseo con cómo sería mi vida si mi educación-ikastola hubieran sido diferentes!

Aquel lugar me achicó hasta el mínimo de mis posibilidades, aquella selva y su ley del “sálvese quien pueda” me hna dejado las heridas y cicatrices mas profundas que pueda recordar. Hoy las lamo, me las cuido y las lloro recordándome que continúo y continuaré Educándome cada día de mi vida.

Texto escrito en Soy1Soy4: La Comunidad por Enara Iruretagoiena Domínguez
Pic de Enara.

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