Escribe iLeana
(Día 6)
Saturno, 29 abril: 2017
Me tiemblan las manos. Estoy sudando. Una energía de calor recorre mi espalda desde la base hasta el cuello y se expande por mis axilas. Sudoración en mis palmas, en mis plantas, en mis sobacos.
He venido pensando en escribir sobre este tema desde hace unos meses. La vergüenza y las lágrimas me dicen que no, que no es momento, que puedo hacerlo mejor cuando deje de llorar y esté “más tranquila”. Esa tranquilidad, es la que vengo esperando desde los 17 años… no se si después de esto llegue. Presiento que es un primer paso.
Las semanas anteriores fueron días de parálisis. Me sentía con grilletes creativos. Cada que escribía en mis páginas de la mañana, dejaba salir un comentario sobre mi vida sexual, sobre lo que me he escuchado son mis bloqueos sexuales. Ambos tienen que ver con una letra: A de aborto (que inevitablemente lleva la A de Aldo) y de abuso. Escribiré sobre este último en otro texto. Por ahora quiero quedarme con este recuerdo que extraigo de mi adolescencia.
Te diré: no he hablado de este tema con tanta honestidad como ahora, con tanto detalle. Es mi excavación por mi primer aborto (y digo primer, porque, unos años después, tuve un par más), es mi testimonio de lo más que puedo recordar, hasta ahora.
Parte 1: sexosinprotección
Es 1999, inició la huelga de la UNAM y yo soy partícipe de la toma de la Preparatoria 5 donde cursaba el primer grado del bachillerato. Estoy saliendo con un chico que no me gusta tanto, pero que él parece obsesionado conmigo y, después de un cortejo que me parecía romántico, decidí hacerme su novia. Se llama Aldo. Durante la huelga nos veíamos mucho en la preparatoria que habíamos tomado y teníamos sexo en los salones, sobre el pedestal que divide a los alumnos del maestro. Estamos sobre la mesa y estoy empapada. Solíamos coger todo el tiempo, todo el tiempo, todo el tiempo…
Al principio me gustaba, pero después no, muchas veces no. Él conducía un vocho (esos carros de la VW redonditos) y solía llevarme a lugares menos transitados para poder coger en el auto. A veces se atrevía (o, más bien, me obligaba) a que lo hiciéramos en el parque de un fraccionamiento, en el frío del invierno citadino y yo con la tensión de ser descubierta, poniéndome a su merced y temiendo que, si no lo hacía, él me golpearía. Era bastante violento el tipo y solía amenazarme. Es diciembre y mi sangre no llega. LLevamos unos meses de salir y parecía que ahora estábamos embarazados… bueno, yo, más bien. Tengo 17 años recién cumplidos.
Pruebas de embarazo: 2. Ambas positivas. Él parece no creerme pero sí se preocupa y se pone a investigar cómo abortar con pastillas. Me consigue las cytotec, esas que tienen misoprostol.
Gliac, de sólo acordarme me vuelve una náusea y estoy tecleando con los ojos cerrados y las lágrimas brotando sin parar. Respiro entrecortado, moqueo y salto de la silla para ir por un pañuelo. No quiero dejar de escribir. Mis dedos sudan y tengo calor en la espalda.
Las pastillas eran difíciles de conseguir, más cuando uno es adolescente, pero él se las ingenia para conseguirlas y me las da. Estoy sola en casa, soy la única que no tiene escuela y no trabajo. Tomo una pastilla, luego otra. El sabor es horrible. A las horas, hay unas contracciones, un poco de dolor y luego un sangrado… Siento como si fuera un alivio. Siento que esto ha terminado… me engaño: apenas comienza.
Las fechas de fin de año comenzaron a parecerme absurdas. Soy parte del movimiento anarquista de mi preparatoria y cada vez más, crece mi odio por el consumismo estúpido de las fechas de FinInicio de año. Después de sangrar un poco, comencé a tener náuseas y asco, terrible asco a las luces artificiales que alumbran toda la ciudad y que parpadean. Los foquitos de navidad me hacen querer vomitar. Consumo, a escondidas y como una desquiciada, mermelada de fresa. Estoy fingiendo que menstrúo. Mi mamá es enfermera y mi padre médico. Estoy aparentando que me arranco una toalla desechable más o menos cada mes… Las toallas que desecho están blancas, inmaculadas y yo no paro de llorar mientras me ducho. Hago gestos de gritar mientras el agua me baña el cuerpo, un cuerpo que sigue preñado. Grito en silencio, golpeo la pared. Me quiero ahogar.
Me obligan a salir de casa el 31 de diciembre de 1999. En unas horas, habremos iniciado otra era, un milenio nuevo con todos sus siglos por delante. Para mí es la muerte. La comida me da asco, miro la carne y sólo quiero vomitar. Consumo la cena a fuerzas y algún familiar hace un brindis por las buenas nuevas que vendrán. Me siento mal, muy mal. No me atrevo a decir: “Salud”. Me refugio en una habitación y miro por la ventana. Las luces de navidad me siguen mareando y la pinche música del árbol de navidad me aturde. Estoy en medio de una náusea, pero nunca vomito. Nunca lo hice mientras estuve preñada.
Mi cuerpo comienza a hacerse más redondo y hago esfuerzos, muchos esfuerzos físicos para que ese humanito se desprenda esporádicamente de mí y sangre-sangre-sangre, me imagino jalando la palanca del escusado y que todo se vaya por el caño. No ocurre eso. Nunca salió sangre. Estoy 5 meses guardando silencio, cagada de miedo, llorando en la regadera y ocultando mi cuerpo con ropa holgada. Mis pechos, que son pequeños, eran más redondos, brotaban leche, mucha leche. Me las ingeniaba para que esa leche no empapara toda mi ropa y fuera evidente el feto que estaba creciendo en mí. Siento su latido, palpita mi vientre. Le digo cosas feas, me digo cosas aún peores y el novio me dice que todo pasará… ¿Sí, en qué momento?
¿Cómo es que podía dormir y seguir con mi vida como si nada? Bueno, como si nada no es realmente la palabra, pero es casi lo que estaba haciendo. Me decía: esto terminará, tarde que temprano. No confío en nadie, no tengo amigas, no me atrevo siquiera a ir a una ginecóloga (pensando en que una mujer sería empática conmigo), paso los días absorta en un mundo que parece miro por el televisor.
Mayo del 2000. Estoy encerrada en mi cuarto, lo comparto con mi hermana mayor y nuestra relación, desde que entré en la adolescencia, se volvió mucho más difícil, ella queriéndome controlar y yo queriéndome revelar, me parecía el mal encarnado. Toc toc. “¡Mierda!”, pienso. Pasan mi padre y mi madre. Él trae un estetoscopio. “Ya valió madres”, ya se a qué vienen. Estoy sudando, enmudecida. Alcanzo a preguntar-hipócritamente, “¿qué pasa?” Mi madre dice: “te queremos revisar, nos parece que tienes algo y queremos corroborar…”
Claro madre, tengo un humano creciendo en mí, ¡uno de 5 meses, siento su corazón latir, claro que algo pasa!
Me recuestan en la cama de mi hermana. Miro al techo. Es blanco, tiene textura grumosa, como de queso cottage. No dejo de sudar y de pronto, me paralizo. Freno mi respiración y le pido al humanito que se haga el invisible, que deje de palpitar, que desaparezca. Mi padre me descubre el vientre y pone el frío estetoscopio. Escucha, lo mueve por aquí, por allá. Dice a los pocos segundos: “ileana está embarazada, trae un chamaco ahí adentro”. Mi madre comienza a llorar. Siento que mi hermana y mi hermano, del otro lado del cuarto, están escuchando y me muero de vergüenza. Mi madre sale de la habitación, entra mi hermana y pregunta lo que ocurre. Mi padre responde: “tu hermana está embarazada”.
Mi madre es un mar de lágrimas, se encierra en su cuarto y después sale para llamar por teléfono. Me han dejado sola en la habitación, a mi hermana solo le importa consolar a mi madre, mi padre no me quiere ver, mi hermano menor no tiene idea de lo que pasa y me quedo llorando. Vuelve mi hermana y dice: “bien ileana, lo has hecho, mis padres están pensando en divorciarse por tu culpa”. Mi padre culpa a mi madre por-no-haberme-cuidado y la reprocha. Me siento culpable, muy culpable… una mierda. ¿Ya dije que culpable?
Estoy tratando de recordar si salí de casa para irle a avisar a Aldo que nos han descubierto, que mis padres lo quieren matar (literal) y que estoy aterrada. El recuerdo es difuso. Mis padres salen, me prohiben dejar la casa y le llamo por teléfono con la voz entrecortada, llorando y el nudo en la garganta.
No puedo respirar y necesito detenerme. No puedo-no quiero detenerme. Unas ganas urgentes de ir al baño me levantan y comienzo a respirar de nuevo, profundo, inhalo. Exhalo sonoramente. Me miro en el espejo del baño. Estoy roja e hinchada. Las lágrimas siguen empañándome la mirada…
Vuelvo a sentarme, estoy poseída y escribo esto de un tirón, sin pensar, solo recordando y estoy en una lucha por querer hurgar más o solo ofrecer mi testimonio. No estoy viendo lo que escribo, ni siquiera se si me he excedido de las 2000 palabras. Nunca he contado cuantas palabras tiene este recuerdo. Si no me quieres leer completa, no importa, la verdad-lo que necesito, es solo seguir tecleando y vociferar un silencio del que no puedo más guardar. Esto es por mi.
Segunda parte: Mea culpa
No me atrevo a mirar a nadie a los ojos. Salgo de casa con la mirada clavada en el suelo. Asisto sola a hacerme estudios previos para el aborto que mis padres están concretando. Estoy en el laboratorio, esta vez, mi hermana me quiso acompañar. En ese momento no me importaba si quería sermonearme, estaba dispuesta a que me trataran mal, a que me castigaran, merezco el desprecio… Estoy embarazada y estoy accediendo a abortar. La religión católica campanea en mis oídos: pecado-pecado-pecado… El especialista pregunta mi edad y enuncia su juicio: “eres muy joven, ¿qué pasó, se rompió el condón?” No me atrevo a decirle: “no idiota, ¡ni siquiera usé condón!, la culpa es mía, sólo mía…” En cambio, asiento con la cabeza y comienzo a ver borroso por las lágrimas que están por salir con solo parpadear.
Trago saliva, mi vista está empañada. El tecleo tiene el ritmo de mi respiración: rápida y superficial.
Hace el ultrasonido. Trata de ver el sexo. Dice que podría ser una niña, pero no se deja ver. Yo pienso que es un ser deforme, sangré en el primer mes por el misoprostol y me imagino que le ha de faltar una parte de la cabeza, una pierna… no se… algo. Seguro no estaría bien.
Mi hermana me dice: “Si decides tenerlo ile, ¿lo darías en adopción, verdad. VERDAD? El énfasis es literal. No tengo fuerzas para defenderme. Solo digo que sí. Que sí lo haría. Me parte el corazón pensarme tan vulnerable, tan ‘sumisa’ (como lo definí). Sentía que se me derrumbaba toda la ideología de ser-una-mujer-sexualmente-responsable, ¿a quién quiero engañar? No lo soy. No cabía de la vergüenza, de la culpa y del miedo. Estaba demostrando que no tenía nada de madurez… Me había esforzado por demostrarles (a mamá, a papá y a mi hermana) que ellas ya no eran autoridad para mí. Ahora había cambiado de amo. Aldo.
Pongo mi mano derecha en mi corazón. Tengo hambre. Tengo ese dolor en el esternón, paso saliva y me duele por todo el tracto, se detiene y se hace espesa en la garganta. Tengo la boca seca. Respiro entrecortado. Creo que me estoy acercando a las 2000 palabras que nos permite nuestro blog. Haré una 2a parte. Mi recuerdo será en 4000 palabras o las que necesite…
Mea culpa (cont.)
Escribir mi historia me ha generado un cansancio que hace mucho no sentía. La primera parte la escribí en un par de horas, casi sin parar y me permití descansar en los días posteriores, me sentía realmente agotada y mis ojos no podían seguir mirando la computadora mientras escribía y lloraba. Esa sensación de ardor e hinchazón de los ojos llorosos, la sed terrible que se me desata cuando lloro sin parar… Era demasiado, demasiado. Pasé una semana casi sin poder volver a escribir, aunque moría de ganas… ¿Te ha pasado? Admiro a las que escriben sin cesar y me pongo en la fila de las que ‘morimos’ si no lo hacemos.
Mi padre se atreve a hablar conmigo. Su enojo aún es grande. Me dice: ¿qué pensabas hacer, irte a vivir con él y ser su sirvienta?, ¿quieres eso, dejar de estudiar y convertirte en una criada, acaso estás pendeja?, ¡¿qué carajos pensabas chingada madre?!.
Trago saliva y lo miro a los ojos. Le digo que sí, que había pensado que podríamos vivir juntos en la casa de él y que yo podría seguir estudiando. Desato más su ira. Me insulta. Vuelvo a llorar. La situación es muy tensa en casa. Me parece que nadie le ha informado a mi hermano menor lo que pasa, por lo que todo mundo está disimulando. Yo camino como si estuviera muerta, o más bien, ida, alejada de la realidad, quizás sea mi mecanismo de defensa para evitar responsabilizarme del dolor y el miedo.
A finales de abril conozco al doctor que acepta hacerme el aborto. Es un procedimiento que ha hecho varias veces, en la clandestinidad. El aborto en México es ilegal. Es un doctor que se muestra amable, la única persona que lo hace después de haber sido pillada por mamá y papá. Me mira a los ojos cuando se dirige a mi, aunque es poco. Él habla con ellos, hablan términos médicos que me intereso en escuchar. “¿Hay riesgos doctor?”, pregunta Mamá, el doctor responde que no, que seré anestesiada con una inyección en la espalda y después habrá anestesia general para proceder a absorber con la aspiradora, al feto de 5 meses. La operación (no le llama aborto, qué curioso) durará unas 2 horas cuando mucho. Se me hielan las manos [justo ahora me comienzan a sudar y hace frío en el ambiente. De nuevo la vista se me pone llorosa, tengo tremendas ganas de cagar, de esas ganas que parecen de diarrea. ¿Estaré soltando el ano, el control?]
[Suena Denmark de Portland Chello Project. Decido que me forjaré un tabaco. Tengo unos días sin hacerlo, pasé mis últimos 3 años fumando diario Delicados sin filtro. Mi boca está moviéndose / parece que quiero gesticular. Dejaré el teclado para proceder a echar humo por la boca e inhalar calor. Si lo deseas, acompáñame con un cigarrillo también. Forjemos.]
El doc explica que me abrirán simulando una cesárea, procederán a extraer el feto con la aspiradora, asegurándose que no quedará ningún residuo [encuentro un titular que dice: ¿Cómo queda el útero después de una aspiración?. No me atrevo a leer. Mi cuerpo recuerda perfectamente. Hace unos meses, una amiga me devolvió el útero a su lugar. Te contaré de la sobada, en otro momento] y esto parece tranquilizar a Mamá y Papá. El Doc me mira. Parece que huele mi miedo. Estoy nerviosa y avergonzada… Y dice: “puedes decir que te han operado de apendicitis, el proceso de recuperación es muy parecido”… Me alivió tener que mentir, me sentía un poco ‘tranquila’ de no tener que decir-verdad a la pregunta: “¿qué te pasó, de qué te operaron?”
Una mentira más, a fin de cuentas ya estoy acostumbrada a hacerlo.
Doc pide a mis padres hablar conmigo a solas en otra habitación. La luz de los focos incandescentes tubulares me provocan mareo. Todos los colores tienen un halo verdoso nauseabundo. Abre la puerta, me siento en un camastro donde se hacen revisiones ginecológicas y balanceo mis pies. Así saco un poco de mis nervios. Gentilmente me dice por mi nombre: “Ileana, si no deseas abortar, es también una decisión que puedes hacer y la respetaré. Tus padres te han ofrecido esta posibilidad, de tomarla, también es tú decisión y yo te acompañaré”.
Su seguridad me hizo llorar y su aceptarme sin ese pinche juicio culero, me calmó. Vi, en cuestión de segundos, mi vida futura sin humanito, mi vida después del aborto y lo que vi, me gustó: estudiaría y viajaría, haría fotografía, tendría otros compañeros (ahora guapos y amorosos). Me gustó mi historia como no madre. Me gusté sin tener que pensar que hay un ser humano por ahí al que ‘abandoné’ para yo seguir mi vida… Me ilusionó “el-futuro”.
Se fijó la fecha para la cesáreaborto:
Tercera parte: 9 de mayo del 2000
Día de las No-Madres
Hay veces que me ocurren coincidencias o sincronías que me sorprenden.
El relato que estás leyendo aconteció cuando tenía 17 años.
Un 9 de mayo del 2000, aborté. Han pasado los mismos años:
Mi vida antes del aborto y mi vida después de él.
[Me atrevo a investigar lo que actualmente dicen sobre el aborto por aspiración. La Ciudad de México es la única entidad en el país que permite el aborto como un procedimiento ‘normal’, siempre y cuando sean 12 las semanas de gestación. No más.
Me retuerzo un poco con las descripciones del procedimiento, se me despierta una cicatriz con dolor en mi vientre.
Ahora la ILE es legal: Interrupción Legal del Embarazo. [De cariño, me llaman ile.] Aunque sea legal abortar, yo sigo en la clandestinidad: el procedimiento de aborto que tuve aún es ILEgal. No hay información basta al respecto y temo por mi integridad. Mi recuerdo es quizás un testimonio que pocas han relatado en público, ¿cuántas hay con casos similares? Me gustaría escucharles… y me gustaría acompañarles… es un profundo deseo.]
(Día 12: en el llanto del júbilo)
Venus, 5 de mayo: 2017.
He llorado durante el día (son las 14:02). En unas cuantas horas mi madre estará aterrizando en la capital chiapaneca. Viene desde la Ciudad de México a visitarme. Es curioso: pasaremos aquí el 9 y el 10. Nuestros días: Yo por no-madre y Ella por sí-madre.
9 de mayo: 2000
Mi padre conduce el auto hacia nuestro destino: la clínica donde abortaré en la colonia Vértiz. [recordar el trayecto me genera un entumecimiento de mi pierna derecha. Una sensación como esférica desciende desde mi vientre hasta la nalga… Suspiro…] En el camino no hablamos. Lo miro de reojo. Él no deja de mirar, con sus ojos verdes, el camino de frente… sólo de frente.
Volteo hacia mi ventana. La publicidad está teñida de rosa pastel y aroma a lavatrastes. Las mujeres ‘felices’ y ‘plenas’, las madres en cada anuncio, en cada oferta.
LLegamos a la clínica. Entregamos papeles, me conducen hacia una habitación blanca y fría. Me solicitan me desnude y me cubra con la ridícula bata de quirófano, esa donde las nalgas no se disimulan. Mientras me desnudo, comienzo a llorar. Miro al techo queriendo mirar el cielo, y respiro hondo. Es ahora mi momento: mi cuerpo, su cuerpo, el cuerpo, los cuerpos… cuerpos tratando cuerpos…
[Estoy demasiado nerviosa para seguir. Me acomodo el cojín de la espalda y recuerdo el contacto de mi nalga y mi vulva con el suelo. Continúo.]
La habitación es fría y me dejo los calcetines, unos que me había regalado Aldo cuando recién comenzamos a ser novios, son de rayas y de colores alegres. Llegó mamá, venía de su trabajo, quizás mintió para venir a verme. Mientras estaba recostada, miraba y contaba una y otra vez, las pulseras de hilo que tenía en mi muñeca derecha. Eran los vínculos con amigas, amigos y causas ideológicas. Me las tenía que quitar, lo sabía de antemano (recuerda, mis padres son médicos y conozco la ‘pulcritud’ de un quirófano) y quería que me acompañaran esos vínculos… me sentía sola y estaría también así durante la intervención.
Voy en camilla, recostada bocarriba, viendo el techo y la secuencia de lámparas de halógeno. Se abren puertas. Afuera quedan Papá y Mamá, mis calcetines coloridos y las pulseras de hilo.
Estoy rodeada de aparatos, de reojo los miro y hay mangueras, pitidos, números… A mi derecha tengo a 2 mujeres de blanco, son enfermeras (mi madre es enfermera de formación). Ambas me miran, una de ellas lo hace mientras extrae el líquido del frasco con la gruesa jeringa. Se llena. [No recuerdo el color] Me giran a mi costado izquierdo y me aplican la inyección en la base de mi espalda. Se me duermen las piernas en el acto. Después, miro los ojos de ambas mujeres, lo único que el cubrebocas [pasamontañas, me imagino], me dejaba ver. Una de ellas susurra, te quedarás dormida en poco tiempo… Desaparece la luz y toda sensación.
Estoy abierta del vientre.
Me exhibí, me imagino volando y mirándome desde el techo del quirófano: la escena es observar con detalle mis órganos, la sangre, el feto… ¿Cómo me habrán visto las mujeres de blanco y el doc? No había reparado en esa perspectiva.
¿Cómo se escucha la aspiradora funcionando? ¿Lo recordará una parte de mí?
Pasa una eternidad.
Comienzo a escuchar sonidos y voces… Comienzo a abrir los ojos, suave… muy suave. Vuelvo a ver ese par de ojos femeninos. Una de ellas dice: “es que es muy joven, está bien, ¿cómo iba a seguir así su vida?” Mi reacción aparece y pienso: ¡¿Qué chingados te importa MI vida?!
Me he sentido como mirando una película y toco mi vientre para asegurarme que sí ha acontecido: mi vientre es plano, muy plano (es una sensación extraña, es como si pudiera tocarme hasta la columna), no hay más ese latido que me hacía llorar de angustia y hay sangre escurriendo por mi vulva… Suspiro, cierro los ojos, los aprieto y unas lágrimas corren hacia mis orejas. Sigo recostada y se me antoja buscar el rastro del humanito, o ver sangre o ver la aspiradora con el licuado de restos pero todo está intacto. Me cuesta levantarme, así que dejo mis morbosos deseos y me quedo recostada, dejando que mi imaginación complete lo que necesite completar.
Vuelvo del quirófano a la fría habitación en la clínica. Ahí están Mamá y Papá, sentados, esperando, en silencio, ese silencio que hiere. Me recuestan en la cama. Tengo una venda ancha, muy ancha que me cubre del vientre hasta mis costillas. Uso una toalla desechable extra grande, es una toalla post-parto, es mi toalla post-cesáreaborto. Pasan un par de horas, me visto y me permiten salir. Camino con dificultad y recuerdo estar apoyada en el antebrazo de mi madre mientras camino despacio, tengo el nudo en la garganta y camino hacia enfrente mientras voy dejando atrás un embarazo. No me atrevo a mirar atrás. Se cierra la puerta de la clínica.
Estoy en el auto, sigue el silencio. Mamá y Papá hablan poco, ¿de qué se podría hablar?… quizás de cómo me siento, de cómo se siente Mamá o Papá… pero no, en casa no se habla de cómo se siente una, ni de lo que piensa, ni de lo que necesita…
LLegamos a casa, vivimos en un 4º piso y subo penosamente unas 40 escaleras, es de día aún y el sol calienta mis extremidades. Subo con lentitud y no hay aún dolor, sigo dopada para que no duela lo que, inevitablemente, dolerá… Al estar en casa mi madre me dice que olvidemos lo ocurrido, que no hablemos más de ello y que sigamos con nuestras vidas… Olvidé preguntarle a mi madre: ¿cómo puedo vivir así?
[Excavando en mis recuerdos… continuaré escribiendo.]