Las madres no existen

No tengo ganas de escribir. Creo que es un buen comienzo: empezar por contar la verdad. Y es que estoy agotada de tanto escribir. Me he pasado un mes entero con sus lunas y sus soles encerrada en mi casa escribiendo. Y ha dolido. Y ha sanado pero ha dejado cicatriz. Y la cicatriz es señal de vida vivida y vida elegida, así que estoy exhausta pero feliz, jodida pero contenta que canta la Buika. Y sigo con la confesión, no tengo ganas de escribir no porque me haya quedado seca (que casi) sino porque no quiero escribir para disculparme, ni quiero escribir para desmigar lo que expresé tan libre y salvaje el otro día, en aquel día, sí el día de la madre en el que me grabé para decirle al mundo que ‘las madres no existen’.

Las madres no existen y los cuerpos tiemblan. Unos se revuelven y otros se aligeran. Pero se mueven, se convulsionan. Perfecto. Porque en El Día de la Madre, se abrió un cráter para reflexionar desde las tripas. Esto no me salió gratis, que todo tiene un precio. El mío fue sentir el dolor de mi madre por aquello que había brotado de mi boca, desde la inocencia más salvaje. Pasé un domingo de mierda (sigo con la confesión). Mientras decenas de mujeres me escribían para darme las gracias, para mostrarme que como hijas con hijas (se llamaron ‘no madres’) mi explicación les había aligerado 10 toneladas, yo me empequeñecía ante el silencio de mi madre y el saber intuitivo (con ella no necesito hablar) de que algo estaba en carne viva. Hubieron mujeres que se revolvieron de rabia, su dolor se estrelló contra el muro del Facebook, eran voces como las que mi madre debía estar conteniendo entre sus labios, ya secos de tan mordidos que los tendría. Yo sentía frío, frío colarse por mis costillas. Estaba de nuevo ante aquello que me ha impedido llegar a Ella y era El Traje. Sí, El Traje de Madre era el que me señalaba con el dedo acusador, el que rugía, el que callaba con mirada de desaprobación. El Traje retorciéndose de rabia me gritaba:

«Que ¿no qué? ¿Que no existo? Eso no te lo crees ni tú. Yo existo. Sin mí tú no eres nada. Ana no es nada. Nadie sería nada. Estás chalada, niñata desagradecida. La madre existe, esto no lo sabes porque no eres madre. Ayyyyy lo que te queda por aprender! Si fueras madre, no dirías estas estupideces tan peligrosas. Quién te crees que eres? Estabas aburrida y ¡claro! Es lo que pasa cuando una se aburre. Si fueses madre estarías aprovechando esas horas para dormir, no para decir memeces. Rabia y culpa, es lo que sientes hacia tu madre por eso dices estas tonterías. El feminismo te ha hecho renegar de lo único cierto. Qué lastima. Qué temeridad»

El resultado, mi cuerpo dolorido e incapaz de respirar. Pero de nuevo, me repetí: «Las madres no existen, la madre es un traje, mi madre es más que un traje diseñado por otros para su propio interés. Coño, es que es verdad, lo que ellas me dicen lo dicen desde El Traje porque ninguna se lo está quitando. No son ellas, es El Traje que pega bocados contra quién le señala y le interpela. Entonces si es El Traje el que habla, tía, no tengas miedo. Tú pa’lante»

Y aquí estoy. Yendo más allá de El Traje de la Maternidad. Como decía Marguerite Porete (beguina francesa del siglo XIII): Ni a favor, ni en contra. Más allá. Y es más allá de la maternidad donde me ubico yo y mi trabajo. Llevo más de 4 años (ya 5) investigando sobre el cuerpo femenino (diagnosticado como mujer) y en relación a éste sobre la maternidad. Antes de crear este proyecto, trabajé como doula y asesora de lactancia, acompañando a las mujeres en su camino a la maternidad (como doula nunca comí placenta ni quemé niños vivos al grito de: ¡Satán cómetelo con pan!). Desde niña la maternidad me ha fascinado así que no soy una recién nacida en lo que a investigar y acompañar cuerpos maternos se refiere, por cierto siempre, siempre, lo he hecho desde mi cuerpo de hija (no se me ocurriría a mí hacerlo desde el de madre o el de experta -antes me corto la mano buena-). Y he trabajado desde mi cuerpo de hija y de mujer porque es desde ahí desde donde una se encuentra con la otra, esto es: trabajar desde lo que se comparte. En todo mi camino (8 años) he aprendido muchas cosas (tenía que poner esta frase tipo para dejar claro que una aprende mucho si se lo permite). Y entre ellas he aprendido que no soy mujer por haber nacido con rajita sino que he sido diagnosticada como mujer por haber nacido con rajita. Esto es lo que vamos llamando género y sexo. Esto me enseñó que el cuerpo es un texto que nos enseñan a escribir y a leer. En el cuerpo no hay nada natural (noooo, no lo hay). Nuestra química está condicionada totalmente por el entorno y éste está totalmente influido por la química. La manera en el que desciframos los cambios químicos los hemos aprendido a llamar biología y los entendemos según nos los han explicado. A lo largo de los siglos el cuerpo humano se ha ido entendiendo de diferentes maneras según les ha interesado a los verificadores de la verdad (ahora me pongo intensa pero tranquila que ya paro). Esto significa que existen organismos liderados por nabos (bueno, ahora hay alguna que otra vagina) que dicen qué es y qué no es cierto, tanto en el cuerpo como en otras cosas que creemos ‘normales’ o ‘naturales’ (si esto interesa, mejor leer a P.B. Preciado que lo explica muy bien aunque es pelín lioso). Pues bien, ser mujer es un traje. Uno que a mí me ha tocado mucho las narices desde bien pequeña y uno que he sabido vestir, ahora, que sé que es un traje y no mi condición ‘natural’. La libertad que me ha dado descubrir esto por mi propia experiencia: vivir mi ciclo menstrual como si fueran 4 mujeres (o seres, porque algunas de ellas ya no son ‘mujeres’, se salen del pensamiento dicotómico)  en lugar de 1 angustiada por no ser 1 única y perfecta, me ha llevado a cuestionar otro papel que me oprimía en dos direcciones. Este papel es el de la maternidad. (Las direcciones han sido: hacia la relación con mi madre y hacia la idea de ‘convertirme en madre’) Señalar que ‘la madre’ es un traje social, una creación cultural cruel que limita las experiencias de los cuerpos (voy a llamarnos ‘mujer’ para simplificar) me ha permitido VER a la mujer (o animal cultural, o cuerpo-texto) que es Ana, mi señora madre. Y es gracias a que he podido verla en su magnitud, he podido amarla por lo que es (y amarme a mí, porque lo que yo buscaba era hacer las paces conmigo en relación a mi madre) y enterrar el hacha de guerra que tenía contra esa impostora que decía ser mi madre. ¡Ojo cuidao con psicoanalizarme gratuitamente! que mi madre ha sido una tremenda madre, de las de libro, de las que son perfectas hasta la saciedad y es por esa perfección impostada por la que yo no podía llegar a ella.

Una madre hace equis cosas y no hace otras tantas. Una madre tiene una normativa escrita desde lo ajeno, desde el cuerpo macho, desde El Padre. Victòria Sau, dijo mucho antes que yo, que la Maternidad no existe. Y no existe como algo que nace del cuerpo femenino, sino como una organización administrada por la cultura del padre. En el patriarcado no puede existir la maternidad como flujo de cuerpos que se derraman, por eso mismo es patriarcado. Si en el patriarcado hubiera madres ‘de verdad’ de las que operan desde su coño, atravesando El Traje, éste se habría terminado hace siglos. Y con esto no estoy diciendo ‘las madres son unas sumisas’ No, estoy señalando que la madre es un traje que se impone a una mujer, para operar de una manera concreta, de acuerdo a un sistema definido. Y también he de decir que El Traje no lo ocupa todo, por eso las hijas mantenemos una relación de amor-odio hacia nuestra madre, porque ella es la que nos da al mundo, nos dispone su cuerpo y a la vez, nos entrega al sistema (esto ya lo explica Mª Milagros Rivera Garretas). Las hijas aprendemos de la madre a ser mujer, ella nos enseña a ponernos el primer traje y aprendemos de ella a disfrazarnos con el segundo «el de la maternidad». Eso que llaman «crianza» consiste en un protocolo de adiestramiento de los cuerpos. El Traje corta la circulación de los flujos del cuerpo ‘materno’. El Traje delimita qué se permite y qué no en la relación entre cuerpos. El Traje transforma nuestra primera relación (la más sensual y sexual de nuestra vida) en una relación púdica, aséptica. El Traje nos impide leernos y escribirnos desde nuestro cuerpo, desde los renglones torcidos que se niegan a leerse como cuerpos-normales. El problema de El Traje es creer que se es él. Es la misma trampa que El Traje de Mujer, son otras pero heridas, las que nos va infringiendo llevarlo día y noche, sin darnos cuenta de que nosotras somos ‘algo más’. Cuando una madre viste de mujer a su hija, la hija tiende a romperse. ¿Por qué? porque ser mujer en esta sociedad es una auténtica mierda. Las adolescentes de ahora siguen pensando lo mismo que las de mi generación y que las de la generación de mi madre (yo de los 80, mi madre de los 60): ser mujer es un horror. Y tienen razón, lo es. Y no por nuestro cuerpo, como nos hacen creer. Si no por cómo se organiza el mundo sin nosotras y sobre nosotras. El otro día, mientras le explicaba a mi madre qué coño quise decir en el video, llorando le dije:

«Ama, no te revuelvas contra mí. Hazlo contra este sistema, porque a él le va muy bien tenernos enfadadas a ti y a mí. Que las mujeres odien a sus madres, que se alejen de ellas, que las culpen del mal en el mundo, es perfecto, porque así nos tienen más solas, más vulnerables, deseando irnos con cualquier Príncipe Azul que nos salve de la malvada bruja. ¡Coño ya! esto es como Maléfica. Ama, tú eres más grande (y pequeña, porque ese grande parece un grande-devoto que no ve las aristas ni las menudeces) que la madre que eres. Y yo lo he visto, pero cuando me hablas desde ‘la madre’ te pierdo. Es lo que quieren, tenernos perdidas, admirando a una imagen que dice ser ‘la madre’ cuando en realidad es un holograma que ellos definen, ellos cortan, ellos invisibilizan, ellos delimitan para que yo me muera tratando de plagiar, sabiendo que nunca lo conseguiré, que nunca llegaré. No, no te enfades conmigo, si quieres morder, dame la mano e iremos a morderles a ellos, a los que ahora se frotan las manos tranquilos en sus casas. Tú eres más grande. No me culpes por enseñar tu grandeza, no voy a guardármela para mí»

(Ella me respondió: vale… te perdono (y se echó a reír con voz cantarina, que es como suena Ana)

Siempre, SIEMPRE, me vestiré de mujer y acompañaré a las madres donde ellas decidan. Porque son los trajes que vestimos y aún  limitados y andrajosos, los lucimos de escándalo y les hacemos unos arreglos tremendos. Pero como pensadora-corporal, como investigadora, como pedagoga, como escritora, como activista mi trabajo es el de señalar Los Trajes que vestimos, para que cada una (si le da la gana y lo siente) se los cosa como quiera o pruebe a quitárselos un ratito (aviso, que una vez dentro de esta pecera, salir al océano puede provocarnos la muerte).  Mi trabajo con el cuerpo me lleva al Origen, y éste es el cuerpo ‘materno’, el cuerpo escrito por otros y leído de una manera concreta. Pero podemos y debemos abrir una brecha para leernos y escribirnos desde nuestro coño (crear ficciones más tiernas). Es un camino duro, lo sé porque lo vivo cada día y porque no es apto para cualquiera, PERO os juro por mi vida (esto nunca lo hago) que no he conocido mayor libertad que la de habitarme sabiéndome ‘algo’ y traje. Ahora, ese ‘algo’ lo voy a escribir a mi manera y voy a enseñar a leerlo para que, desde el otro cuerpo, una se abra a escribir el suyo y desde el suyo. Pedagoga menstrual. Eso. Pedagoga del cuerpo, como la Montessori enseñaré a quién desee a leer y a escribir a través del tacto. Tocando su cuerpo, leyendo entre líneas, tejiendo versos desde el coño. Para ello toca ir al cuerpo origen, la Biblia de carne y hueso.

Esto no es una guerra entre madres e hijas (como la que llevamos librando desde hace siglos). Esto es una revolución de hijas sin madre, que señalan que, lo que nos han vendido nos ha impedido acceder al cuerpo de ella. Que nos hemos escrito desde el verbo ajeno, perdiendo la lengua de leche. Hijas con hijas que buscan nombrarse desde su lengua quebrada y seca mas viva. Hijas que no quieren ser madre (vestirse de madre) porque ese traje les ha dejado huérfanas de cuerpo propio y de cuerpo origen. Hijas. Todas.

Sí, por suerte, todas somos hijas sin madre. Porque todas venimos de un cuerpo que es algo más, que va más allá de la maternidad y que, la misma maternidad, nos impide acceder a él. Es en ese ‘más allá’ donde podemos encontrarnos de nuevo, como entonces, como antiguamente, como cuando no la sabíamos madre nuestra pero la habitábamos redonda y grande.» Las madres no existen» balbuceé. Y la carne, se hizo.

Mi madre y yo. El camino rubí. Erika Irusta

Un pedacito de lo que te encontrarás en las sesiones.

 

 

 

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