Desde el lunes tengo el cuerpo roto. Y no es que no valore el poder de lo roto y descosido, bien sabéis que es mi estado de gracia, pero por esos rotos-descosidos entra el frío y las pestes. No soy impermeable, todo lo contrario. Dejo que cale en mí todo lo que a mi alrededor acontece. Esto me hace frágil, me recuerda mi padre. Y es cierto. Soy frágil y me hago más frágil. Tanto que a veces hay demasiado hueco entre mi clavícula rota y mi costilla desmembrada. Te expones demasiado, hija- me recuerdan.
Cuando una se abre, pocas hienas vienen a hurgar entre tus huesos. En realidad hay más flores y caricias, que golpes en la nuca. La gente se pasea por la vida con El Traje de la Fuerza, como si éste pudiera protegerles. Y no es cierto, les rompe más, les asfixia. Es la vulnerabilidad el estado real de fortaleza, ahora bien, como todo tiene sus límites y, como todo, ha de responder a ciertas responsabilidades.
Ayer estaba viendo el tercer capítulo de la segunda temporada de una de mis series favoritas, Penny Dreadful (ya os he hablado de ella en otras entradas). Vanessa Ives es un personaje que me remueve demasiado y me interpela. Ayer pude comprender la naturaleza de mi herida lacerante, aquella que se ha ido generando estos días sin que pudiera entender ni entenderme. Un capítulo de una serie para comprenderme, cualquiera que no entienda de la vida ni del arte, pensará que el conocimiento verdadero sólo está en las academias o en los salmos. Sí, un segundo capítulo de esa serie que me hace estallar en mil pedazos para poder ponerme en orden. Que ¿qué vi allí? un pedazo de la historia de estos días. Días en los que he compartido lo que siento y lo que he aprendido después de meses y años (sí años) de observación e investigación. Palabras que pueden haber removido demasiados cimientos pero que no se merecen (ni merezco) las patadas al hígado recibidas (sólo ha sido un 4% del total, pero menudo 4%) Es perfecto y necesario no estar de acuerdo, de hecho siempre os pido que me cuestionéis y que ampliemos las miras propias y ajenas, pero hay un salto cualitativo entre esto y la falta de respeto por abrir una brecha que puede doler de manera independiente a mi persona.
Hace tiempo que renegué de gustar a todo el mundo. Siempre ha sido mi debilidad, siempre he necesitado gustar a todas las personas que pasaban por el mundo, a todas menos a mí. Y claro está, la perjudicada he sido yo, porque no me soportaba, no me sentía con fuerzas para hacer lo que hago. Y es que lo que hago no es un trabajo de 40 h semanales en las que digo 4 cosas chachis y me voy a dormir. Lo que hago es una forma de habitar el mundo. Mi forma, mi mundo. Es mi compromiso fiel y punzante de abrir brechas, de dinamitar ideas que me hacen y a algunas nos hacen, la vida invivible, impropia, ajena. Esto sé, que puede resultar muy tocaovarios. Que no es fácil leerme ni verme decir lo que digo. Creedme es muy duro para mí, corro riesgos (emocionales, económicos, de identidad) muy altos. Pago precios que no me gustan pero que sé que son necesarios para hacer lo que mi deseo me ordena. No quiero gustaros, quiero disponer un espacio para habitarnos de otra manera y sé que a veces será muy incómodo y que a veces querréis escupirme a la cara pero también sé que siempre, siempre abriré esos huecos con manos seguras y cálidas. Y esto último es lo que a muchas se os ha pasado por alto. Y duele. Mucho.
Estamos acostumbradas a ver a las personas hacer cosas y cobrar por ellas. Nos formamos un personaje que suplante a la verdadera persona que es ese ser. A ese personaje le insuflamos bondades y estupideces varias y le ponemos a bailar a nuestro gusto. Al final, de la persona no queda nada. Al final hacemos un dios de barro de alguien que caga como nosotras cada mañana a las 8 de la mañana (10 si se levantó tarde) y cuando este personaje, se resquebraja porque la persona ha hecho algo fuera de los patrones de marioneta que le hemos asignado, lo prendemos fuego. Yo no soy una gran mujer, ni una gran pensadora ni una gran nada. Puedo llegar a ser una gran coñona y una capulla y muchas cosas dulces-amargas-mierdas-geniales más pero no soy material para adorar. Nunca lo he pretendido y nunca lo pretenderé. Porque el siguiente paso de adorar es llevar a la hoguera y no, nadie me va a volver a quemar.
No quiero herir pese a resultar herida. Pero sí quiero marcar mis límites: que diga algo que no guste, que remueva hasta los cimientos, no da derecho a nadie a desdibujar ni mi vida ni mis deseos. A nadie le concedo el derecho de hablar de mi madre, ni de mis futurxs (¿?) hijxs, ni de mis miedos de antes de ir a dormir con la ligereza de la despechada. Si yo siempre, siempre, he agujereado las creencias con manos cálidas y suaves pido, cuanto menos, respeto e igualdad de trato. Y podría haberme callado, como estaba haciendo hasta la fecha, y seguir escribiendo sin enseñaros mis heridas pero entonces sería el personaje quién escribiría. Mirad, hace una semana en una reunión de mujeres (donde me conocían más de las que yo conocía, hecho que me abruma y que muchas veces me inquieta) una de ellas me dijo: Erika, eres igual que en los videos. Tía eres igual que tu personaje. Y mi cara debió de ser un poema pues enseguida trató de rectificar. Yo le expliqué medio nerviosa que yo, yo no soy un personaje, que yo soy yo todo el tiempo, que no sé ser otra que no sea yo. Me pese lo que me pese, no puedo dejar de ser quién soy pues es lo único verdadero que puedo ofrecer al mundo. Así que si alguna no está acostumbrada a tratar con personas que se exponen, que se abren para buscar otras maneras de habitar el mundo, desde ahora pido que no siga mi trabajo. Que no pasa nada por ello, pero es posible que si sigue me teja un traje en el que caber y desde el que me pueda comprender y así me vestirá de títere y me querrá en el altar de su casa para después, cuando la verdadera yo diga algo inadecuado -para ella-, tirarme a patadas y dejarme en una esquina tiritando, olvidada.
Soy una mujer como tú, que si la pinchas sangra y si la escupes, llora de rabia y temor. Por favor, trátame con mimo, con el mismo que recibes. Yo tejo vínculos. Sí ,sé que es una práctica antigua y poco rentable en un mundo de usar y tirar, pero si no va contigo, ahora es el momento, huye.