Así comienza el boletín de este mes. Confesando un secreto. Un descubrimiento personal que me atraviesa como un fogonazo.
La frase escrita en la pared:
Yo no soy una mujer.
Y es que tras un verano en el que sabía que era tal por el calor que se colaba entre las persianas, no por los fantabulosos planes veraniles, he podido recapacitar e ir poniéndome en orden… o quizás en santo desorden (me va mejor lo segundo).
El boletín dice algo así:
Adelantando la película de mi vida: llegué al momento en el que comprendí que no era una sola mujer. Que mínimo era cuatro. Y ahí, por fin, me sentí cómoda. Desarrollé diferentes teorías en las que me reapropiaba de la palabra y el concepto mujer (creado y acuñado por el hombre; mantenido con la educación de las niñas y la práctica femenina) Necesitaba ampliar el concepto de mujer como el complemento del hombre, como la Otra, como el recipiente dador de vida, la antorcha del amor incondicional, la semilla de cambio del mundo. Y dediqué (dedico) todas mis fuerzas a ello. Pero al volver de México ya no me valía esta posición.
No es que en la tierra de mis suspiros viese algo que no me gustara. Es que sentí que algo ya no encajaba. No tanto fuera como dentro de mí. Al articular la palabra mujer, un mecanismo identificador me hablaba veladamente de esencias, de pureza, de aquello que es inmutable y alejado de la creación cultural, lo propio de la naturaleza y estas afirmaciones ya no me las creía.
Al volver escribí en mi muro personal de Facebook, algo así como que no hay nada que no sea una creación cultural. No hay nada natural, si por natural entendemos espontáneo, que atiende a unas leyes propias en las que lxs animales humanxs no podemos interferir. Esta afirmación me aligeró pero me clavó a un poste de dudas. La Naturaleza no piensa en sí misma, todos los calificativos que le otorgamos son creaciones culturales. Esto no es nada malo por sí mismo, pero sí que nos señala como responsables, como creadoras de realidades- ficciones. Y es aquí en donde comprendí que mis intuiciones en torno a la capacidad creativa humana, cobraban nombre. No sólo el budismo zen explica que todo son ilusiones sino que dentro del propio feminismo, hay una corriente que explicita exactamente lo mismo. La temida y afilada realidad es una ficción. La mujertez es una ficción. El cuerpo también es una ficción. Sí, el cuerpo. La materia blandita con dolores y achaques, es una representación cultural.
Y aquí me atasqué.
¿El cuerpo? No, no puede ser. Si hay hormonas que en relación con el entorno (cultura) generan una serie de comportamientos que… Pero el sexo define el… En serio, que no puede ser ¿ o sí? Yo que persigo la salida del pensamiento binario, estaba atascada en el mayor de los binarismos jamás creados. Quizás de los primeros (no lo sé). Hombre y Mujer. Más allá del género (creación cultural), se presenta la creación cultural del sexo. Pero, ¿el sexo no es lo natural? ¿lo que viene de serie? La cosa fue acercarme a ese abismo que tanto me atraía y que tanto me molestaba. Existen personas que fisiológicamente no pueden ser ubicadas en las 2 ficciones: hombre- mujer. Las personas intersexuales, son un ejemplo. Personas a las que se las asigna un sexo concreto para facilitar su socialización. Vamos, personas a las que les ocurre lo mismo que a nosotras cuando nacimos. ¿Rajita? Niña. Y con niña tenemos un abanico concreto y limitado de opciones que comprenden, deseos, miedos, necesidades, aspiraciones y comportamientos.
Sí, como podéis ver me he vuelto del revés una vez más y os aseguro que el resultado me aligera infinito. Como prometí, el boletín de este mes es potente. Tanto como un mazazo en las ideas básicas con las que crecemos a lo largo de la vida.