Hay que ser muy valiente para dejar de ocuparse. Ocupamos el tiempo para no ocuparnos de nosotras. Ocupamos la agenda para señalar que, de una u otra manera, estamos vivas. Nos ocupamos y nos preocupamos para no okuparnos. Nos tenemos deshabitadas. Pero es que mudarse a las entrañas da mucho miedo. Pero es que mudarse a las entrañas es dolerese. Y nadie quiere dolerese. Aquí todos queremos ‘estar bien’. Aunque no sepamos qué mierda significa eso ni si realmente queremos estarlo.
Bien. Aspirar al bien siempre fue suspender. Ahora, tampoco está la historia en irse a por la matrícula de honor. O quizás sí. Y en el arte de okuparse, la matrícula de honor no es seguir más de 3 semanas seguidas la nueva dieta vegandetoxchucruktwrf (añadir aquí más consonantes para que quede interesante) sino entrar a vivir en el edificio abandonado que somos. Simplemente entrar a vivir supone un 11 sobre 10, porque, joder ¡qué miedo que da volver a Casa y contemplar los restos del naufragio!.
Okuparse esperando al nuevo desalojo es Vivirse (con V mayúscula). Porque el cuerpo que somos nunca nos pertenece. Pero que no haya pertenencia no nos puede llevar al abandono. ¡Cuidado! abandonarnos no es atibborarse de Phoskitos o no salir a correr, abandonarnos es aspirar a estar ‘bien’. Bien, bien, bien: estado precocinado del ser. Estado del Bienestar. Abandonarnos supone dejarnos ser por otros. Hablar con sus expresiones. Pensar con sus criterios. Dejarnos usar con un fin comercial o laboral. Esto es el abandono. Okuparse es arrebatarse para sí y para la comunidad, acogiendo la mole que somos y llenándonos de Vida (con V matúscula), la nuestra, la torcida y manca, que como una mala hierba siempre florece entre los escombros.
Decía que, simplemente, entrar por la puerta del edificio abandonado que somos, es matrícula de honor. Simplemente entrar. Sólo eso. Porque entrar significa, primero de todo, ubicarnos entre tanto edificio de nueva construcción domotizado; segundo, aceptar el estado de deterioro de la infraestructura y tercero, mantener la intención de hacer de este espacio que somos un hogar. Y para hacer de una misma su hogar, hay que tener los ovarios muy bien puestos, ya que se han pasado toda nuestra vida (y la de nuestras abuelas) enseñándonos que: nosotras no nos pertenecemos, que nosotras somos un canal de paso, que nosotras somos máquinas productoras de sonrisas, arrumacos y humanos.
Okuparse para ser desalojada y, después, volver y habitarse de nuevo. Un ciclo sin fin en el que las fuerzas flaquean si se cede al estado precocinado de la seguridad: compra-venta o alquiler. No podemos comprarnos mediante una hipoteca porque nos perderemos o, peor, nos desahuciarán. Tampoco tenemos los recursos emocionales, entre otros, de comprarnos al taco. Si somos inquilinas y alquilamos, tendremos que vivir conforme a las normas del arrendatario. Hay una brecha por donde salir a respirar: nuestra okupación.
Rellenamos nuestros días de ocupaciones para huir de nuestra okupación. Quedarnos quietas y observar cómo hemos sido construidas y vendidas en promoción da miedo, pánico, terror pero es el primer paso para volver a Casa. Esa quietud es la que permite Vernos (con V mayúscula). Es ese silencio, en donde las entrañas se recogen en un puño, el que nos interpela, el que nos grita: A la mierda las ocupaciones y las preocupaciones. ¡okúpate! Por ti, primero. Después, por todas mis compañeras y por mis compañeros.
Texto original del publicado en La Directa: Okupa't Pic