Preguntas incómodas que necesitas hacerte

¿Cómo estás?

¿Te sientes? ¿Sabes de ti? ¿Le caes bien a la del espejo? ¿Cuándo fue la última vez que te hiciste un ovillo entre tus costillas y pudiste descansar en ti?

Preguntas incómodas

Cuando nos preguntamos, de verdad, mirándonos a la pupila frente al espejo: ¿Hey, cómo estás? o simplemente ¿Estás? ¿Hay alguien ahí? una piraña nos muerde las tripas. 

Incómodas, ajenas, extrañas en nuestro pellejo. Nos descubrimos fuera de nosotras y vemos una realidad que nos han enseñado a obviar. La obviamos para ser la maquinita que esperan. Nos obviamos para no morir de asco y sobretodo para no matar cuando vemos lo imposible que se hace vivir sin una misma.

En la incomodidad sucede el aprendizaje

Porque si fuésemos capaces de ver que vivimos en la periferia de nuestro cuerpo ¿podríamos (mal)tratarnos como lo hacemos? ¿Seguiríamos estirando hasta el límite nuestra salud y negando nuestras mutaciones (hormonal-culturales), solo para hacer que cabemos en un molde ajeno? 

Cuando te preguntas, cuando te clavas frente a ti y te retuerces de la rabia/pena/dolor/(inserta aquí tu emoción) estás metiendo un pie dentro de ti. Estás incómoda porque has cambiado de posición, porque (te) has Visto y ya no puedes recular. Estás incómoda porque ya no puedes quedarte sin hacer nada. Estás incómoda porque sabes que empieza el viaje y viajar siempre asusta-maravilla.

Eres real

Lo que sientes es real. 

Cuando tratas de responder a la preguntita-cojonera de ¿Cómo estás? no encuentras palabras. Sientes. Sientes tanto que te quedas vacía (hueca). Sientes tanto que te desbordas. Sientes tanto que ni sientes. Rascas en tus bolsillos y no te queda ni una palabra. No puedes decirte. No sabes de decirte.

Entonces…

dudas de ti. Dudas de tus capacidades. Dudas de si no va a ser que ya estás fuera del tiesto. Dudas de si no será que estarás mal (otra vez).

De lo que no dudas es de que quizás nadie ha creado las palabras que necesitas para expresar lo que sientes. No dudas de que quizás, ni en el colegio ni en casa, te han sabido enseñar a leer y escribir esas emociones y experiencias que sientes. Solo dudas de ti, jamás de tu entorno ni de lo que te han contado. Y es solo aquí, en dudar de ti, en lo que te equivocas. Porque sobre lo que sientes, no te equivocas ni un pelo. Lo que sientes es real. Eres real. Solo que nos faltan palabras-pájaro para decirnos, para escribirnos, para leernos.

Ahora, ¿cómo estás?

Para.

Respira.

Pregunta.

Escribe-escupe.

En una servilleta, en un papelajo, en un ticket de la compra, ESCRIBE tu respuesta. Balbucea, tiembla, llora, grita, suspira, sonríe, haz lo que tus tripas pidan. Mete ese pie dentro de ti, arranca los hierbajos de la tremenda fachada que te cubre y hazte palabra escrita para no olvidarte. Escribe para recordar cómo se entra en ti. Escribe para crear palabras-pájaro que aleteen fuerte y crucen ultramar.

¿Podrías repetir?

¿Podrías preguntarte cada noche, antes de acostarte, cómo estás? ¿Podrías pararte 5 minutos para escribir-escupir sobre un papel, quizás una libreta? ¿Podrías poner los dos pies dentro de ti?

Es así, con una pregunta tan tonta y común, que atravesamos murallas y nos fundimos en nuestras costillas. Si añades a esta pregunta, el día del ciclo en el que estás (El día 1 es el primer día de la menstruación; el último día del ciclo es el día antes de que vuelva a bajar el periodo) podrás ir viendo la cara de tus 4 mutantes. Podrás ver cómo te transformas, cómo tus gustos y necesidades mutan y se repiten en el siguiente ciclo.

Diario de un cuerpo está escrito desde aquí, desde las preguntas incómodas y ordinarias, desde el cómo te sientes hoy, cuerpo. Y es que es en lo pequeño desde donde una puede volver a Casa. Tres ciclos escribiendo-escupiendo para ni morir, ni matar. Tres ciclos escribiendo-escupiendo para vivir. VIVIR o cualquiera que sea el verbo que trascienda la supervivencia y el estado zombie del ser.

Ahora, te toca a ti.

Ahora tus palabras-pájaro han de revolotear por el cuarto. 

Un pie dentro. Pregúntate. Busca la manera de decirte. Traza un mapa de palabras que nos lleven más allá del muro.

Dos pies dentro. Cada día, cada noche (5 minutos), métete dentro, en ti y siente-escribe. Hazlo para no perderte. Hazlo para creerte. Hazlo para resistir a la inercia. Hazlo para no olvidar el camino.

Hemos huido demasiado para seguir evitándonos. Hoy no es tarde. Hoy es el día. Hoy, sí, HOY.

Por cierto, se me olvidó preguntarte: ¿Cómo estás?

Cada viernes escribo para no olvidarnos.

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