Premenstrual: No es país para viejas

Ando cagadita del miedo. Ando preñada de dudas. Es como si todo el brillo hubiera sido fagocitado por el agujero negro que hay bajo la alfombra 8algo imposible porque el brillo no se pierde, se transforma). Ando que casi gateo, pero ando. Y no me oculto. No me avergüenzo. Estoy dentro de esta cueva llamada premenstrualidad. Mis estrógenos me han abandonado y la progesterona me mece y me lanza contra el vil mundo. Porque ya no me avergüenzo de llorar de rabia cuando una injusticia asoma por el párpado de mi interlocutor. Antes, mi sensibilidad me hacía añicos. Más que ella el terrible bochorno que me daba que se dieran cuenta. Seamos honestas, ser sensibles en este vil mundo es una guarrada. Mi amiga Alicia Murillo me dijo una vez «prima, la fase premenstrual es la más lúcida ¿verdad?. Aquí te das cuenta de los goles que te mete el sistema ¿verdad?». Yo asentí.

Cuando mis estrógenos dan paso a la intuitiva progesterona advierto en carne viva la mierda que me rodea. Es cuando mi piel confirma, entre tantas cosas, que el cuento de la igualdad es una crueldad. Me repito constantemente que enseñar a los niños y a las niñas que somos iguales en derechos (en cuerpos no lo somos, nadie lo es) es alimentar al monstruo Quimera. Ambxs crecerán creyendo en esa supuesta igualdad impidiendo, a los niños reconcoer sus privilegios y a las niñas asumir su viaje en segunda. Así, cuando crezcan ellos afirmarán que no tienen ningún privilegio. Que la vida es igual para ambos (así en «masculino genérico») y que incluso ellos, ahora, lo tienen más difícil. Con lo que no podrán renunciar a aquello que «no existe» y con ello, uno de los grandes principios para resetear el sistema, se habrá ido al garete. Y ellas, ellas como me ocurría a mí en la universidad, no sabrán por dónde les cuelan los goles. Si crecen con un padre como el mío que les llene la cabeza de aires de libertad, querrán romperse y llorar sin saber qué ocurre. Porqué siendo tan libres, tan capaces, tan iguales  se sienten tan inadecuadas, tan incómodas, tan limitadas. Así negarán, ambOs, negarán que el sistema (con la cultura) tenga algo que ver.  Afirmarán que sistema/cultura/mundo les jode a todOs por igual, porque de eso va la igualdad, ¿verdad?. No. De eso no va.

Con la piel en carne viva reconoceré que jamás he creído en el ideal de la igualdad porque desde pequeña mis diferencias llamaban demasiado la atención. Los barómetros de igualdad de servicios sociales chingaron a mi familia en innumerables ocasiones. Así que pronto me enamoré del término equidad: dar a cada cual lo que necesita, reconociendo la diferencia. Pero no, hoy no voy a discutir filosóficamente porque entiendo la igualdad, entiendo el valor del ideal y tiene sentido, y más en épocas donde el peso de la diferencia (la diferencia de los cuerpos) fue tan grande que la igualdad daba esa posibilidad de ser más ligerx. El asunto que me quema hoy es ese amargor sin identificar que te va avinagrando el carácter cuanto más mayor te haces y cuando aún no sabes identificar que para ti, por tu cuerpo femenino y hormonalmente alterado (como el de los hombres), el mundo es menos accesible. Bueno lo que identificas es que tú eres inadecuada en este mundo. No encajas pero por algo personal, por algo que es propio de ti o de tu familia o de tu Historia. Lo hablas con tu pareja hombre o con tu amigo o con tu padre y ellos te dicen que no lo entienden bien. Que quizás debieras hacerte más dura, hacer algún curso, viajar más. Añaden que también ellos están puteados. Y parece que todo se calma. Te dices: «todos estamos jodidOs» Pero no es así. No es justo así. El nudo en la boca del estómago, que no es otra cosa que las emociones atrapadas en el limbo de los nombres, (porque las palabras no son tampoco nuestras) se va haciendo más grande y rueda de abajo arriba. Un día, hablas con una compañera de clase, con la dependienta de la charcutería y ves en su gesto el mismo estupor, la misma duda. Fijas tus ojos en su garganta y puedes ver El Nudo que sube-baja, pincha-duele. Y os sonreís. No sabéis porqué pero sin palabras, sin esas ajenas locuciones, habéis entendido: No es país para viejas.

Cuando una está con el subidón de los estrógenos siente que puede comerse este mundo. Siente que es capaz. Sus hormonas actúan acorde a lo esperado: proactiva, intelectual, atractiva, resuelta, pizpireta. Pero después llega la Señora Premen y con ella llega la otra cara de la moneda (ambas son válidas, complementarias y necesarias). Ella enseña la parte de la realidad que nos negamos a ver, porque duele. Duele profundamente. Y duele porque una desearía poder ocupar su cuerpo y su espacio de una manera diferente. Porque le gustaría poder darse tiempo para crear, para llorar, para destruir, para aullar, para escribir sin un sentido intelectual marcado. Entonces esa una, que soy yo- que eres tú-, advierte que no hay espacio ni tiempo para hacer lo que desea. Porque la voz del deseo, e incluso éste, nos ha sido negado, usurpado y/o sustituido. Y esa una, yo-tú, se va desfigurando. Disolviendo en las dudas ¿Cómo puede ser que me sienta así si todo iba bien? ¿Por qué no llego a dónde quería si todOs podemos igual? ¿Por qué siempre he de ser yo la consentida, la estúpida? ¿Estaré deprimida? Ocurre que una advierte que pese a vivir en el mundo, el mundo no es de una. Habita en él como habita en su cuerpo: de inquilina. Y no, no todxs lxs habitantes vivimos de renta ni pagamos las mismas tasas.

Ahora que estoy en la punta de mi premenstrualidad veo el mundo desde la profundidad de mi pozo y tiemblo. No, no es fácil. Hay días que son noches eternas. Hay ciclos en los que esta oscuridad es tierna y creativa. Pero cuántos más retos haya afrontado en las anteriores semanas, más fantasmas me esperan en los armarios de mi Inframundo. Últimamente es el mismo: la inadecuación. Y sé que en gran parte se debe al increíble brillo de mi preovulatoria y ovulatoria. Son fases de luz casi constante. De esa luz amarilla-sol que tanto gusta a los bichos. Y claro, cuando llega el apagón todxs se abruman, se resienten. Aparece una mujer de voz grave y pupilas fijas. Una niña dolorida que no soporta el engaño. Una vieja que obliga a mirar el mundo para observarlo arder.

No, no somos iguales. Cuando todas éstas aparecen no hay palabras para validarlas. Sólo hay silencios incómodos o algún «Compórtate. Respira y cálmate». Entiendo que ambas reacciones son fruto del pánico que produce ver a una mujer reconociendo su paso prestado y errante. Debe ser demoledor o quizás algunOs lo encuentren curioso, presenciar el momento en el que esta mujer advierte un ruido, un soniquete, un «tin-tin-tin», mientras clava su mirada al suelo. No sabe nombrar, el verbo de nuevo se le atasca, pero sospecha que el sonido, que parece escuchar sólo ella, pueda ser  el de unas cadenas.  ¿Sus cadenas? ¿Mis cadenas? ¿Tus cadenas?. Pero, ¿es eso posible ene sta sociedad donde todOs somos iguales?

Bendita sea la fase premenstrual. Bendito sea el dolor que produce reconocerse inadecuada en este mundo porque gracias a esta sensibilidad podemos ser valientes. Sólo ante el miedo y la vergüenza una puede ser brava. No hay nada como conocer los propios límites y los límites impuestos para caminar desde el propio cuerpo. Sólo el esclavo (la esclava) que es consciente de sus cadenas puede emprender el viaje hacia la libertad. Yo camino cada día a la reconquista de este cuerpo que es mi mundo. También aspiro a reconquistar un pedacito de tierra para experimentar ser yo en este pedazo de carne hormonado y finito. No soy igual a ellos. Pero sí. Sí que me parezco más a ti. En tus ojos, sin hablarnos, puedo verlo ¿lo sientes? ¿lo ves tú también?.

Día 21  : absolutamente premenstrual

Pic I don

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Conocerte es vivirte. Vivirte es amarte. Amarte es ser libre.

 

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