Salud mental y ciclo menstrual

No querer volver a casa porque casa es El Infierno.

Hacer tu casa en las costillas del otro para poder, al menos, respirar.

Hay una luz que nunca se va

Aunque te hayas criado en la más viscosa oscuridad, hay algo parecido a una luz. No está al fondo. Se mueve. A veces juega al esconder.

Tener esperanza es un lujo. Pero algunas, en la más absoluta precariedad, nos permitimos el lujo de esperar algo más. Ahora, no sirve con esperar. Una fuerza te empuja a arañar la campana de cristal que te aisla de aquellas que parecen beber, comer, amar con normalidad.

Los golpes se hunden en la memoria

Y aparecen como espectros de carne y seso cuando menos lo esperas. Puede ser un asunto de un email. Puede ser el timbre del móvil. Puede ser un perfume. Entonces vuelves a tragar negra pez. Ahora los pulmones luchan por coger aire mientras te hundes al fondo del fondo, donde ya migró la esperanza. Escuchas cómo te miran aterrorizadas las personas que comen, duermen, aman y beben con normalidad. Las que amas aguantan el oxígeno y te piden permiso para abrazarte, para acurrucarte en sus brazos. Ahora no estás aquí. Ahora estás allí, bajo la lluvia de hostias que calan tus huesos de ahora 9, ahora 34, ahora 18, ahora 34 años. Giras en espiral hacia el horror de lo que fuera tu vida en esa casa de Pin y Pon.

Lloras. Aúllas. Tiemblas. Tiras cosas. Desconfías de todas las personas (sobre todo de las que hacen todas las cosas con absoluta normalidad). Te sorbes los mocos. Te pones a trabajar. Trabajas hasta que tu cuerpo, tu herida-cuerpo, deja de latir y solo eres una cabeza con manos. 

No tienes miedo. Eres el miedo. Vives en él. Te criaste en él. Eres su hija. Su prolongación. Temblar es tu manera de respirar, solo que nadie lo ve porque lo llevas tan dentro que ya es natural. Casi pareces una de esas maravillosas personas normales. De esas de postal. De esas que tanta envidia te dan.

Trastorno por Estrés Postraumático Complejo

TEPT-C en inglés C-PTSD . 

Eso es. Eso justo. Ahora ya tengo un nombre y con el nombre tengo la manera de comunicar a quién me ama y cuida, que ellos no tienen la culpa, que cuando el horror se activa en mis tripas, yo solo puedo hacerme una pequeña bolita. Que a veces esa pequeña bolita es un Critter que lanza púas y que estoy aprendiendo a no dañar cuando siento que me voy a morir. Porque es justo lo que siento cuando me activo: la misma muerte. Lucho por mi vida cada día. No exagero cuando digo que yo no vivo, yo sobrevivo. 

Esta herida en forma de trastorno mental es el resultado de los 23 años de maltrato continuado junto a abusos sexuales en mi infancia. Nací, me rompieron y crecí hasta ser quién soy. 

«No estoy loca, soy cíclica»

Cuando escribí esta frase, hace ya 8 años, tenía pánico a estar loca. Este era mi mayor miedo. Siempre supe que no era como las demás niñas. Nunca pude hacer amigas como el resto. Hasta mis 20 años no encontré a la primera persona que pudo sostenerme y ayudarme a ser grande (mi amigo-hermano-ángel de la guarda con millones de horas de vuelo: Ibon). Hasta mis 30 años no supe aplacar mis accesos de furia (auto)destructiva. Hoy, con 34, sigo huyendo de relaciones con gente que es encantadora (apego desorganizado y deliciosa fobia social). 

He roto a gente que me quería. He dejado de lado a gente que me estimaba. Siempre desaparezco, no vaya a ser que me rompan de nuevo. Todo el mundo es sospechoso de alta traición. Vivo en vigilia, contracturada. Me he considerado un maldito monstruo casi toda mi vida. La calle me da miedo. El cielo me da miedo. Las conversaciones de ascensor me dan miedo. Twitter me da miedo. La gente… me da mucho-mucho miedo. No soy una de esas personas normales que comen, beben y ríen con normalidad. Entonces- oh no- estoy loca. 

Loca mutante

Resignificar la locura, reírme de ella y con ella, desmenuzar la etiqueta en mi boca y hacer una pompa con ella como si fuera un chicle. Eso estoy aprendiendo ahora gracias a activistes autistes (escribo con la *e, sí). Comprender cómo diferentes personas del espectro autista se nombran creando el espacio-palabra de la neurodiversidad frente a la norma de ‘la normalidad’, la neurotipia, me ha dado vida. Cómo es ser neurodiversa en un mundo que aisla la diferencia ha desempolvado el polvo de mis muñones-alas. (Ayyyy qué gusto más grande). Estoy aprendiendo nuevas palabras. Estoy aprendiendo a relacionarme con otros significados, a ser crítica y a ubicarme desde otros espacios.

Y es que, además de (orgullosa) loca (resignificar me está dando mucho poderío), soy cíclica. Esto significa muchas cosas. De entre ellas, que cada una de las mujeres/mutantes que soy a lo largo de mi ciclo menstrual tiene una relación diferente con mis miedos, mis triggers, mi necesidad de aislamiento y otras historias; en una palabra: con mi TEPT-C.

La química hormonal y la neurodiversidad,

deben ser materia de estudio, pues sin duda alguna nos atraviesan los cambios físicos, anímicos y mentales de maneras diversas, operando de similar manera a las personas neurotípicas. 

En mi caso, con la llegada de la progesterona (en especial en premenstrual) me siento en paz con mis diferencias. Es el estradiol en dosis muy altas el que me lleva a tener resacas sociales que hacen temblar a la mutante siguiente (esto es, en la siguiente fase). En realidad, el problema no es ser diferente, es que no se acepte ni celebre la diferencia. Y estas heridas sociales son las que más afectan a mi ciclo y a mi salud mental-emocional. No es el TEPT-C, no es mi ciclo, es la relación con el entorno y el ideal de normalidad.

Hoy necesitaba explicarte cómo es ser el cuerpo diverso que yo soy para que tú puedas hacer lo mismo contigo.

Cuando digo: «No estoy loca, soy cíclica» lo expreso desde la reivindicación contra esa histeria a la que nos expusieron los cuerpos dominantes. Jamás contra nosotras. 

En estas últimas semanas, te confieso, me gusta decir: «Estoy loca y soy cíclica». Y no porque considere que Erika TEPT-C tiene algo malo, (ni de coña) Si no porque quiero dejar de temer a esa palabra, a ese estado de abyección y marginalidad al que nos envían las miradas y ciertos estudios. 

Me he pasado toda mi vida queriendo ser normal. Esto me ha destrozado. Especialmente porque la normalidad no existe (es una cruel ficción) y además, porque la normalidad es perjudicial para la salud física, mental y emocional, además de ser horrorosamente aburrida. 

Las locas, las raras, las animalotas vulnerables, las que gritan y lloran, las que se esconden de los demás permiten que la vida sea más real, más cálida, más cierta. Ahora bien, no somos cuotas ni accesorios. La vida nos sacude por diferentes frentes. Vivir en el miedo (solo podré hablar de mí) es una tortura, sin embargo sé que esta forma de habitar el mundo, esta herida, me permite acoger y ser refugio de otras. En mis heridas, ya cuidadas, hago nido y desde ahí puedo acariciar otros muñones-alas. 

Como ves, estoy aprendiendo a balbucearme dentro de una misma palabra. Da vértigo pero es la única manera de disfrutar de la gama de colores que se esconde en lo que, para algunas es insulto y para otras es orgullo. A algunos les diré que no estoy loca. A otros que lo estoy, mientras levanto la barbilla. Todo dependerá de cómo me encuentre ese día, porque si algo tengo clarinete es que soy tremendamente cíclica. 

«Seas como seas, no te tengas miedo»

Esta es la máxima que me recuerdo cuando el viento sopla tierno y cuando se vuelve cruel y duro.

No te tengas miedo, eres perfecta como eres.

No lo olvides.

No te olvides.

 

Si te mueres por leer más textos que te digan, que te reflejen, que te ayuden a quererte un poco más o a odiarte un poco menos, te espero con ternura feroz ¿Vienes?

Siempre ha sido y será gratis.

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