Ser hija duele

Amarás a tu padre y a tu madre.

Pase lo que pase. Hagan lo que te hagan. Vivas lo que vivas, deberás honrarles aunque en ello se te vaya la vida. Aunque por el camino tu cuerpo se quede tirado en una esquina. Ser hija no es tarea sencilla. Vestir el traje de hija es tarea titánica.

¿Qué esconde el traje de hija?

El silencio de las hijas.

Guardamos silencio. El traje de hija nos tira, nos rompe, nos aprieta pero seguimos calladas. No decimos nada. No sabemos articular las palabras. No tenemos palabras. ‘Lo normal es llevarte así con tu madre’. Lo normal ¿Quién escribe esa norma? Las hijas no decimos nada de nuestra experiencia de hijas. Sólo en la adolescencia podemos hacerlo. Luego, cuando crecemos, no se ve bien. ‘Una mujer adulta perdona a su madre’ Perdonar, ¿el qué? ¿Qué estamos callando la hijas? ¿Qué callas tú como hija? Y tu cuerpo de hija, ¿qué dice de todo esto?

Ser madre (en esta sociedad) apesta.

Así escribí hace tiempo en este artículo. Ser cuerpo propio en esta sociedad es imposible y mucho menos años atrás. Somos cuerpos paridos para parir más cuerpos. A las mujeres que son nuestras madres nadie las educó en tenerse ni en decidirse ni en ser más allá de la maternidad. Maternidad como destino. Maternidad como identidad. Maternidad y punto. Y ellas cumplieron. Y ellas trajeron al mundo cuerpos para poblar el mundo. Cuerpos para seguir la saga de la humanidad.

Criar desde el deseo es un acto titánico. Entonces lo era más. Decidir ser madre no era una opción. Se era madre porque se era mujer. Y se domesticaba a los cuerpos de mujer para ser madres. He aquí unos de nuestros dolores como hijas: ser cuerpo impropio. Ser cuerpo para otros.

Somos hijas lecheras.

Como terneras en la explotación láctea nosotras fuimos traidas al mundo para llenarlo de nuevas terneritas y terneritos. Somos cuerpos-medio nunca cuerpos completos. Así nos han escrito y así nos dolemos cuando nos leemos.

Creéme cuando te digo que me duele tanto como a ti llegar a estas conclusiones. Que me gustaría poder seguir viendo la relación madre e hija como una batalla divertida de películas de serie B, pero yo no puedo más. Estoy agotada de no alcanzar, de no ver el cuerpo que soy ni el cuerpo que es esa mujer a la que llamo mamá. A ambas nos han definido ajenas a nosotras mismas. A ella le enseñó a ignorarse su madre. A mí, la mía. Y entre tanto dolor, son otros los que sacan rédito. ¿Qué nos queda a las hijas de nuestro cuerpo? Vivimos siendo un traje invisible, un traje que nadie se atreve a señalar porque da miedo. Miedo de no ser la buena hija. Miedo de no ser la buena madre. Miedo de no ser buena.Buena, ¿con quién? Porque no estamos siendo buenas con nosotras ¿Y si la palara no fuese buena? ¿Y si en realidad buena significa obediente?

¿Y el fin?

El final de todo esto no está en nuestras manos. No hay nada más cruel que decir que el cambio está en nosotras. El mundo está escrito por encima de nosotras y ¿en nosotras está el cambio?. Claaaaro, claro. El cambio como masa amorfa no está aquí entre nuestros lamentos ni en nuestras bragas. Lo que sí está en nosotras es la posibilidad de acogernos y dar palabra y espacio a este silencio que nos mata.Seguir negando la herida entre nosotras, las hijas-madre y las hijas-hija, nos mantiene huérfanas y dependientes. El amor-odio entre nosotras no puede seguir siendo la norma ¿Qué hay ahí que nadie se atreve a señalar? ¿Qué tienen estos cuerpos por decir?

Lo primero es abrir los ojos y mirar de tripas para dentro. Después toca hundir los dedos en este traje que es real y que nos corta la respiración, para que corra el aire. Es necesario hablar, poner a circular la herida para que todas podamos ver los estragos del silencio. Callar para ‘no hacer daño’ no funciona. El silencio genera invisibilidad y la invisibilidad da de comer al tremendo monstruo de los mil y un tentáculos. Es momento de que veamos las heridas y aprendamos de ellas.

No, ninguna somos felices así.

Sí, todas estamos heridas.

Y no, no estás sola.

Somos muchas y vamos a ser muchísimas más. Es momento de ser, ni que sea, un poquito nuestras. Por eso vamos a sacarnos este claustrofóbico traje para vestirnos de carnaval.

Tatúatelo: Somos magia. Somos magia de la verdad verdadera.

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