Desconozco si este sentimiento es común, sólo sé que a mí me pasa. A veces se me olvida quién soy. Tengo una capacidad creativa realmente prolífica y ésta es responsable de que se me olvide quién habita entre estos huesos. En este último año muchas personas me felicitan por mi trabajo. Cierto que siempre han sido comentarios buenos e ilusionantes pero este último año conseguí crear lo que ni siquiera había podido imaginar y por fin pude alimentarme de ello. Y por ello, me felicitan y me preguntan cómo lo he hecho. Yo digo que trabajando y creyendo en mí pero no es cierto. No del todo, porque sí que trabajo pero no creo en mí. De hecho tengo mucho miedo de mí.
Trabajo mucho porque no sé no hacerlo así. Me esfuerzo al máximo porque soy muy buena manteniendo viva una obsesión. Alguna vez he escrito sobre esto, pero como buena adicta del trabajo se me pasa al de un rato ya que a nadie le parece un problema. Todo el mundo lo ve como un gran valor. Además hay personas que alimentan mi obsesión con la frase de: Encuentra un trabajo que te guste y no volverás a trabajar ni un sólo día de tu vida. Esto es mentira. De las grandes, de las que hacen daño porque si encuentras tu pasión y te dedicas a ella puedes acabar siendo su esclava. Las pasiones esclavizan de un modo sutil pero profundo. No hay día en que no piense en vosotras, en cómo estaréis, en cómo puedo ayudar, en cómo puedo crear material bueno y asequible, en cómo puedo darlo a conocer, en cómo puedo mejorar, en cómo puedo gestionar, en cómo puedo hacer y hacer y hacer para las demás porque mi felicidad depende directamente de vuestra felicidad. Y no es una frase marketera es una realidad que me está haciendo daño. Me está comiendo por dentro. La felicidad de una persona ha de depender de ella, no del resto. Y yo ya no sé quién soy yo porque me he disuelto. Me paso todo el día en este camino rubí porque el resto de mi vida ha desaparecido. Le he dado tanta importancia a este proyecto que Erika, ya no existe. Mi pareja, Alex, es el único humano con el que interacciono más allá de la realidad virtual. Cuando él llega a casa no sé de qué hablar sino es de trabajo, pues él es el que me ayuda a echar a andar todo esto. Nuestra relación está hecha bolas. Lo de mis amigas es otro cantar. No quiero verlas. Cuando las veo me doy cuenta de que las necesito y para no sentirme así, me alejo. No quiero sentir esa necesidad.
Mi madre y mi padre están preocupados. Ellos me conocen y han visto, antes que yo, que estoy en problemas. Todo empezó cuando la abuela murió. He estado evitando el dolor a través de la creatividad. Produzco y produzco y llego hasta la extenuación. Si alguna me habla de terapias pienso que está bien pero que no, que mejor no y entonces veo que estoy en un punto muerto porque estoy en mi zona de confort, hecha un ovillito queriendo imaginarme como no soy.
Os escribo esto porque me asusto cuando no dejo de escribir entradas útiles y bien elaboradas. Me doy cuenta de que alcanzo niveles de robot, creando y dilucidando todo como si fuese un fino cristal por el que la luz entra y sale sin tocarme, sin darme calor. Os escribo porque os dije que siempre sería honesta con vosotras. De hecho estoy siendo honesta conmigo y necesito que conste en acta para no echarme atrás en unos días y vuelva así a caer en mi adicción. Sí, tengo un problema. Soy adicta al trabajo. Trabajo para cubrir mis heridas, para no ver mis agujeros negros. Trabajo porque no sé hacer otra cosa. Trabajo porque recibo afecto constante. Trabajo porque si paro me siento inútil. Trabajo para llenarme de sentido porque sola conmigo me hundo. Trabajo para olvidar que un día quise ser madre y que nunca lo conseguí. Trabajo para crear una nueva identidad que me permita ser el pálido reflejo de lo que quise ser algún día. Trabajo para ganar dinero y así sentirme libre de mis pasos. Trabajo para ser adulta porque me siento pequeña. Trabajo para demostrarme que puedo hacer lo que quiero. Trabajo para olvidar. Trabajo porque temo la precariedad. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Trabajo.Trabajo. Trabajo. Trabajo.Trabajo. Trabajo. Trabajo Trabajo. Trabajo. Trabajo.Trabajo. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Trabajo. Trabajo.
Cuando llegué de México me prometí parar. Pero la web nueva tenía que salir. Y el libro. Y las sesiones. Y seguí y seguí. Me decía: un poquito más no te va hacer daño. Tú pueden controlarlo. Si quieres paras y ya. Pero no. No he parado. Ayer me obligué a parar. Me retorcía en la cama. Sentía que si no aparecía, sino decía nada me iría disolviendo. He pensado en hacer terapia. He pensado en el psicoanálisis. He pensado que quiero encontrara una mujer psicoanalista feminista que me acompañe. Pienso también en no publicar esta entrada porque no quiero que el lunes, al comenzar las sesiones, penséis que alguien como yo no puede acompañaros. Luego pienso que justo porque sé lo que es estar así, enganchada a la imagen creada de una misma y conocer minuciosamente la sombra propia, puedo tomaros la mano y caminar. También pienso que no hay nada malo en dar sentido a mi vida a través de vuestros pasos. Pienso demasiado, ¿verdad?.
Y bien, poco más que deciros. Poco más que decirme. Creo que he llegado a un punto de no retorno y aunque duele, me alegro de que sea así. No puedo continuar evadiendo mi dolor, repitiendo patrones que me desesperan. He de ser valiente y salir al mundo a pedir ayuda. Por ello estoy aquí, vulnerable pero no débil, contandoos mis miserias. Hoy ha de ser diferente. Al menos hoy puedo reconocer que necesito tiempo y espacio para volver a clavar mis pupilas en las estrellas y soñar.
Gracias a todas. Todas. Nuevas, antiguas. A las que pasáis de vez en cuando y las que no os perdéis ni un capítulo de mi vida. Gracias por aocmprenderme, apoyarme y pintarme sonrisas.
Día 8 : preovulatoria
Pic de Conrad Roset