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Mucho. Todo. Aprendimos a nombrarnos mujer, a entender nuestro cuerpo, a amarlo y a rechazarlo a través de lo que nos dijo y no nos dijo nuestra madre. No nacemos mujeres, aprendemos a serlo y la instructora principal y primera, es Ella o quién ocupa su lugar. Ocurre que podemos seguir creyendo que ella no tiene nada qué ver en cómo nos vemos o nos habitamos, pero seguiremos equivocadas. El cuerpo se escribe y se aprende a leer de determinadas maneras y estas maneras de escribirse y leerse se inscriben en la infancia, a través de nuestra primera relación: la relación con la madre. La relación que tenemos con nuestro cuerpo, con nuestro ciclo está estrechamente unido a la relación que aprendimos a tener a través de cómo nos enseñó a vivirnos, entendernos y habitarnos nuestra madre. Aprendemos a ser cuerpo y a habitarnos de una determinada manera, de acuerdo nos han enseñado (no sólo de palabra, sino de acto).
Somos un cuerpo que viene de otro cuerpo y del que aprenderemos a ser un cuerpo ‘de mujer’. La feminidad es un traje que nos enseñan a vestir con más o menos placer. Haber nacido con una rajita nos hace escribirnos y ser leídas como mujeres, aunque no sepamos bien qué significa, para esta cultura, ser mujer. Somos animalillos culturales, así que no hay nada que venga dado de manera ‘natural’ o ‘pura’ pues ambos conceptos son conceptos intelectuales, culturales.
Cuando creé el curriculum pedagógico en torno al ciclo menstrual (hace ya 5 años) diseñé los talleres sobre la relación madre e hija con el fin de dar un paso más a la hora de entender y habitar nuestro cuerpo. El siguiente paso (o uno de ellos) después de conocer que somos 4 y no 1 (o 1689 en lugar de una única como nos enseñaron a creer) es ir al origen de quién nos enseñó a escribirnos y leernos así. Volver al cuerpo materno y a la relación madre e hija, nos adentra en la raíz ¿Cómo me habló mi madre de la menstruación? ¿Cómo la vivía ella? ¿Qué relación mantiene mi madre con su cuerpo? ¿Qué me enseñó ella sobre mi cuerpo? ¿Qué limites me puso? ¿A qué partes de mi cuerpo me hizo temer? Una no nace sabiéndose mujer ni alejada de ciertas zonas de su cuerpo. Una aprende a mantener distancia con su cuerpo porque una mujer, por definición, ha de mantenerse alejada de su cuerpo y en concreto de ciertas zonas. No es casualidad que hayamos aprendido a odiarnos, maltratarnos, sacrificarnos y disciplinarnos. Alguien nos ha enseñado a socializarnos, a vestirnos, a habitar el mundo desde este traje que no nos permite hacernos cuerpo o cuanto menos descubrirnos cuerpo.
Una no nace de un guindo. Esto parece una obviedad pero es que ¡siempre olvidamos lo obvio! Todo se dispone para ignorar lo fundamental. Todas nosotras venimos de un coño. Y es hacia este coño hacia donde nos toca mirar para poder habitarnos desde nosotras mismas o lo que más se acerque a esta idea difusa de ser ‘yo misma’. Quizás seamos hijas de madres modernas que nos explicaron el ciclo menstrual como ‘una cosa fisiológica más que por la que una ha de pasar’ o bien seamos hijas de mujeres que no nos dijeron nada, simplemente sacaron una compresa y nos advirtieron: ‘aléjate de los chicos’. Sea como fuere, nosotras aprendimos más de nuestro ciclo y de cómo vivirlo, por su actitud real hacia su propio ciclo. La moderna que nos dijo que todo era normal, se desdecía mientras se recordaba regla a regla, lo mierda que es ser mujer y las ganas que tenía de ser menopáusica. La clásica que no quería que su hija la viera menstruar, se encerraba en el baño para disimular que ella también ‘sangraba como una mortal’. Fuesen como fuesen, cada una hemos aprendido una manera, más o menos perjudicial, de habitar nuestro cuerpo menstruante. Bien desde el dolor, bien desde el silencio, bien desde la vergüenza. La cuestión aquí es poder habitarse desde donde una decida, no únicamente desde donde a una le han enseñado. Y ojo, que nadie se piense que su madre tiene la culpa de sus dolores, que cada mujer ha transmitido como ha sabido/podido lo que implica menstruar en esta sociedad. Una sólo puede cambiar desde sí misma y porque ella lo decide. Aquí ya somos mayorcitas para ir llorando a nuestra señora madre que ‘por su culpa (ejem) no vivimos cómodas en esta sociedad’. Y es que no es culpa de las que nos enseñan a ser mujer, es que es culpa de quién diseña, mantiene y promueve los roles de género, vamos toda la sociedad sin excepciones.
No es casualidad que todas hayamos a reprimir la rabia y el malestar (como nos ocurre en la premenstrual), ni a pensar que nosotras ‘no somos ésa’, porque en el traje de mujer, va incluido el aprender a sonreír ante el dolor, a ser las últimas de la lista, a sacrificarnos por los demás. Y claro, cuando llega la Señora Premen con las cosas claras, diciéndonos: ‘Querida, aquí a descansar y a mandar a freír espárragos al mangarrán ese que tienes por novio’, nosotras creemos que el problema es nuestro, que estamos defectuosas, porque eso, ESO, una mujer de verdad, no lo siente. Y si lo siente, no se lo puede permitir ¿Que pensamos que nuestra madre no ha estado a puntos de mandarnos a dar una vuelta cuando estaba agotada de tanto hacer y hacer? Más de una vez nos hubiera colgado de las orejas, a la fresquita, en el balcón pero no, ella tragaba y tragaba, porque es lo que ‘una buena madre y buena mujer, hace’. El pánico a no ser queridas, a llamar la atención por ‘bordes’, la angustia de verse desbordada y sentirse sin herramientas para ponerle freno, son conductas aprehendidas en esa primera relación, en la relación con la madre, que además de darnos el mundo nos puso en el mundo y nos enseñó a habitarlo desde el traje de mujer.
El miedo a la hipersensualidad de la ovulatoria o a tener una libido orientada a otros cuerpos (no sólo al masculino y no sólo a nuestra pareja) también es aprendido. Esa angustia de ser ‘un putón’ o de ‘enseñar demasiado’ se relaciona con ese traje tan limitado que ella nos enseñó a llevar para poder habitar este mundo ajeno a nuestros deseos. Ella se tuvo que cohartar y cortar para entrar en el traje de mujer y en el traje de madre, que es el traje desde el que se transmite la ‘feminidad’, que son las normas de comportamiento de lo que puede y no puede hacer una mujer.
Si en la preovulatoria nos apetece estar a nuestro rollo, si deseamos salir solas de noche e irnos a un concierto, el miedo vuelve a sacudirnos porque una mujer no puede ni debe ir sola. Y esto no es una estupidez, es que está demostrado que somos un blanco fácil porque así nos han enseñado y diseñado. Si deseamos ponernos a escribir y estar solas, en lugar de estar con nuestra familia, la culpa aparece porque una ‘buena mujer’ está con los suyos y no se aisla en sus cosas. Sí, también en la preovulatoria nos cohibimos porque hay cosas ‘que no están bien’.
Cuando estamos con la regla, aprendemos a decir que ‘estamos malas’, que ‘no nos puede afectar’ que tenemos que ‘tirar pa’lante’ porque es lo que hemos visto y lo que hemos aprehendido. Entender nuestro ciclo como una limitación es algo cultural, que se transmite de madres a hija y no sólo a través de éstas (no pongamos más peso sobre los hombros de las mujeres-madres). Y es que es cierto, menstruar en esta sociedad es miserable, porque nuestros cuerpos no se tienen en cuenta a la hora de crear cultura ni de transmitirla. La cuestión es que nosotras sí somos capaces de crear un cambio desde nuestras bragas, desde nuestras acciones menudas. De hecho podemos llegar a contagiar a nuestras madres en su etapa menopáusica. Vamos que no sólo las madres enseñan, también nosotras somos capaces de generar un cambio y compartirlo con ellas para que ambas podamos habitarnos desde el placer o desde donde nosotras decidamos.
Todas sabemos que no habitarnos desde el placer, desde el deseo, nos enferma. Y lo sabemos por experiencia, por ensayo y error. El pánico al placer, el temor al cuerpo y a sus flujos, se aprende. Lo transmitimos de madres a hijas y no sólo de palabra (esto sería más fácil de deshacer) sino a través de los actos ordinarios, de los menudos, de los que componen el día a día y con ellos, la vida de una persona. Por eso es tan importante volver al origen y ver cómo hemos aprendido a leernos y a escribirnos. Y volver desde el mimo (desde la culpa/reproche poco camino podemos hacer) y desde la curiosidad, para poder aprender a nombrarnos, escribirnos y leernos de otras maneras. Sí, nos toca experimentar otras maneras de ser el cuerpo que somos, de habitar nuestro ciclo desde donde hemos aprendido para cambiar aquello que queremos o al menos generar el espacio para poder habitarnos y transmitir nuestro traje de mujer desde lugares más placenteros y creativos.
¿Estás preparada? Yo te espero, porque este viaje es El Viaje y vamos a caminarlo con mucho, mucho gusto. Palabra.